Un perdón a las víctimas que se esforzó en aparentar que fuera sentido y sincero; una petición, que pareció ruego, de reconciliación; la promesa de ... encabezar un Consell a la altura del pueblo, de no ser un gobierno sectario, de priorizar la vivienda, simplificar la burocracia...; convertir el autogobierno en una herramienta útil y no en un símbolo... Y, además, volver a conectar con la calle: «mirar a los ojos y dar la cara». El discurso de investidura del nuevo presidente de la Generalitat fue conciso, lleno de anuncios bien intencionados y coherentes, sin revanchas y con empatía. Y, además, haciendo fluir el valenciano con naturalidad. Todo sonó bien. Más que bien. En especial, tras los asfixiantes meses que llevamos a nuestras espaldas. Días de crispación, polarización y dolor. Todo pareció tan idílico que, si su gestión es como sus formas, será un buen presidente. Pero si no es así, por contra, Pérez Llorca será una enorme decepción. Su discurso fue tan pulcro que incumplirlo sería letal para él. Y para su partido. Otro presidente fallido. De un sorbo y sin azucarillo.
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