Con Vox a su lado, al presidente Mazón le va a ser muy difícil instalarse -o permanecer, según se mire- en ese espacio de 'centralidad' donde se hallan los caladeros electorales, se esculpen las mayorías sociales y habita un cierto sentido común. A Ximo Puig le sucedió lo mismo: sus esfuerzos por asentarse en los altares de la moderación eran sacrificados a diario por sus espiritosos socios (estoy seguro de que algún socio creyó vivir en medio de la Revolución de Octubre con el asunto de los supermercados públicos y el azote a Mercadona, o es que habría visto Novecento por primera vez, pues no se explica, en la era del tuit, la envergadura del trance vesánico). Al Botànic lo soldaban los presupuestos, poca broma; las ideas, en cambio, funcionaban según cada cual, o según la maquinaria ideológica manejada por cada cual (ya se sabe que las ideologías actúan en contra de las ideas, como avanzó el sabio Koestler). Es decir, que, llegados a este punto, en el que los socios a la izquierda o a la derecha distorsionan la buena administración de las cosas y de las almas, quizás hubiera sido más práctico tomar la idea de Paniagua de la Gran Coalición, a imagen y semejanza de otros países ilustrados, y haber adelantado a España entera el modelo fundacional desde estas riberas soleadas. Una coalición a la valenciana, Mazón y Puig dándose un abrazo estilo el del cuadro de Genovés, y exportando política panorámica al mundo, eliminando estrecheces y miserias. No es posible. Nunca 'inventaremos' nada, los valencianos, en la esfera social, ni para bien ni para mal. Nos resignaremos a observar cómo los políticos entronizan desde Madrid la polarización -y la descalificación y los insultos-: una de las grandes 'enseñanzas' que vierten sobre la calle. Feijoó hace una propuesta de gobernabilidad y una tal Alegría le responde con un chiste tonto. Es lo que hay. Después quieren ciudadanos ejemplares en las aceras y en las urnas.
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Digo que le va a ser difícil al Consell buscar la 'centralidad' porque me temo que el PP de Mazón ha pisado la primera trampa tendida por la izquierda apolínea. Sí, la de la lengua. La clásica y académica en este territorio de Dios, la madre de todas las trampas. El llamado «conflicto lingüístico» -que no es ni conflicto ni lingüístico- dormía ya en un sueño eterno, pero, como se advierte estos días, aún sirve para instrumentalizar la vida política. Una vez encendida la mecha, según te coloques en el bando 'bunkeriano' o en el de la romanística internacional, te 'centrarás' o te radicalizarás, serás un prehistórico o un moderno liberal. A Zaplana lo 'centró' y le amplificó el áura inaugural de liberal para el cambio: el zipi-zape del valenciano le desgastaba y levantó un pacto con ayuda del PSPV para erigir una institución, la AVL, que, mira por dónde, desnucó a los profesionales del fraude y de la confusión. Desde entonces, navegamos por aguas de calmas ecuatoriales. Era presumible, sin embargo, que con la llegada del PPCV al Palau -y de sus socios-, el Consell de Mazón colisionara con la pirotecnia eterna. Cosas del oficio, y de este pedazo de geografía, que es así, señora. No sólo una supuesta izquierda hurga en la herida o estimula el ardor para conducir al PP hacia un conservadurismo empalagoso: es que hay verdaderos profesionales del asunto, fosilizados desde hace lustros, y que han despertado para descargar sus armas pirogramaticales contra cualquier hoja movida por el viento. Suelen ser pseudofilólogos, y necesitan engendrar un problema para después buscar la solución. Ya se sabe: no hay solución si no hay problema. El Consell ha entrado al trapo -siempre hay unas declaraciones oportunamente desafortunadas- y ha caído el primer chaparrón bochornoso. Está a tiempo el Palau de enfriar el ambiente: la tormenta parece controlada y todavía no ha producido ningún desastre de imposible amortización. Quiérase o no, Vox supone un 'alimento' para la izquierda, y será utilizado ese nutriente una y otra vez para desestabilizar al PPCV y agudizar las contradicciones: el sufrido vernáculo se presta a eso y a muchas más animaladas.
Pero, bueno, tampoco hay que llamarse a engaño. Este es un pueblo, si pueblo es, un poco pazguato (muelle, dirían los clásicos). Los intelectuales han desaparecido (basta observar los componentes del Consell de Cultura y compararlos con los de la época de Ciprià Ciscar) y los literatos ni siquiera armonizan los ya maduros usos gramaticales. Una estupenda novela, el Toronto, de Felip Bens, de la saga de los Forlati, se enmaraña en una escala cromática de usos lingüísticos en ocasiones arcaizantes -no hablo de los diálogos de los protagonistas, sino de la voz omnisciente- que avinagran en cierto modo el hecho literario -de excelente factura, repito- y, ya de paso, abdican también de la posibilidad salvífica de estandarizar la lengua bajo los cánones, por ejemplo, de Ferran Torrent y otros muchos. Toda unificación significa renuncia, y a veces renuncia injusta, pero es que si no aceptamos la aritmética de unas reglas -la de la AVL y sus alrededores, por decirlo así- pareceremos el ejército de Pancho Villa. Nos van a tomar por idiotas. En todo caso, y volviendo a la lengua/política, yo en esto -en lo del «conflicto» imaginario- sigo la opinión de uno de mis maestros, que repetía incesante: lo mejor para la lengua es que no se hable de la lengua. (O se podría decir de otro modo: dejen de poner sus sucias manos sobre don Rafael Lapesa, que ya dijo lo que dijo hace muchísimos años).
Este es un pueblo, si pueblo es, un poco pazguato, en el que los intelectuales han desaparecidoLos esfuerzos de Puig por asentarse en la moderación eran sacrificados a diario por sus socios
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