Entre elecciones y desconciertos
El reino de la política no es para los vencidos, que suelen acabar en el Valle de los Muertos. De hecho, a veces la política se asemeja a una suerte de cadena trófica
Entre que la política valenciana anda un poco descentrada desde las últimas elecciones (y en espera de las venideras, ahora en julio) y que pinta lo que pinta en Madrid, como se ha vuelto a comprobar estos días (González Pons escribía aquí mismo, para certificarlo, un episodio de ferrocarriles: los valencianos, a Chamartin; los andaluces y catalanes, a Atocha; además, hace poco se ha vivido otro lance similar con las listas del PSPV al Congreso, en las que Sánchez ha abrazado al Rey Sol y ha hecho lo que ha querido con las de aquí), pues resulta, decía, que estamos atrapados en un desconcierto hostil y repleto de cabildeos. La desorientación es tal que uno ni siquiera ha visto en los periódicos, como hace cuatro años, el esperado artículo postelectoral de Amadeu Mezquida diseccionando los resultados de las urnas y los motivos de los resultados de las urnas: los comportamientos de las masas del 'cap i casal' y esas cosas. Sí, es cierto, cunde la perplejidad. Hasta se vuelve a revelar la verdad revelada: aún estando en el gobierno, el subsuelo del PSPV es el mejor laboratorio para educarse en las enseñanzas de Maquiavelo, en los trazos desnudos de la condición humana de Shakespeare, en el tratado sobre la guerra de Clausewitz, en lo absoluto y lo fugaz, en las épicas y las líricas, en las comedias humanas o en las selvas palúdicas atravesadas por el tibio sol. Esperanzas y tragedias, vicios y virtudes, todo comprimido como en un Omeprazol. Y la autocrítica, pues bien, gracias. Por eso a los observadores les atrae tanto el cuadro escénico socialista, y también el de Compromís, por supuesto, que no suele repetirse entre las orillas del PPCV. (El PP es un partido muy jerárquico, y esas verticalidades hacen que se apaguen los remolinos y las tormentas internas en un plis plas). Hasta Sánchez parecía llevar las uñas afiladas, ya digo. Nada del otro mundo. El revuelo, en las organizaciones de izquierda, es axiomático. Y de vez en cuando desprende algún exotismo. Porque nadie podría aventurar que el 'condado' de Jorge Rodríguez acabaría rememorando a Delibes o al Woody Allen de Match Point. Su voto, decisivo para formar la Diputación, o ha brotado de la Divina Providencia o de las fuerzas sociales en tensión o de la más refinada perversión de la Historia. Un voto que, en cualquier caso, evoca la detención de Rodríguez, que fue como un Vietnam pero en la plaza de Manises. ¿Es primero la justicia o la verdad? Cada vez que oigo el 'caso' Rodríguez, tras la absolución colectiva, me viene a la memoria 'El Archivo de Egipto' de Sciascia y su amargo dilema sobre la desconcertantes verdades y falsedades. (Rodriguez es un alcalde vencedor, como lo son Roger en Xàtiva, Prieto en Gandia, Bielsa en Mislata, García en Burjassot, Moreno en Sagunt, Sagredo en Paterna, Mayor en Cullera, etcétera, socialistas que han superado el maremoto y que, por tanto, han de ser piadosos con los perdedores como Mario Sánchez, de Requena. No es fácil. El reino de la política no es para los vencidos, que suelen acabar en el Valle de los Muertos. De hecho, a veces la política se asemeja a una suerte de cadena trófica. Una cierta indulgencia con los Sánchez de esta geografía tampoco estreñirá a los ganadores.)
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