Urgente Largas colas en la V-30 entre Mislata y Vara de Quart en la mañana de este viernes

¿Tickets? No me consta...

Miércoles, 5 de noviembre 2025, 23:23

Pues no, señoría, no conservo resguardo alguno de los aparcamientos utilizados en los años en que mi mala cabeza me llevó a comer, cenar y ... tomar café con políticos de todo pelaje y algunas otras gentes inquietantes. Guardo las acreditaciones de prensa de la visita de Ceaucescu y la de aquel primer viaje oficial de los Reyes, en 1976; incluso debo tener por ahí el pase de los juicios del 23-F. Pero tickets de aparcamiento no, no me consta... Recuerdo, señoría, haberle dicho una vez al vicepresidente Abril Martorell que ya eran las dos de la mañana y que tenía a los escoltas esperando en el vestíbulo, sin cenar. Y también me va por la cabeza haber comido, bebido y hasta fumado un habano de sobremesa con el entrañable Joan Lerma. Conservo notas de cuando nos explicaron cómo de bonita iba a ser nuestra autonomía, un sistema propio en el que nadie de Madrid metería los hocicos; pero ni rastros de estacionamientos, no. Y es que, en aquellos tiempos lejanos, los periodistas dejábamos el coche en cualquier parte, en doble fila o en la acera, sin consideración alguna, expuestos a multas que en nuestro caso solían perderse, lo confieso, en manos de concejales o de piadosos jefes de la Policía Municipal.

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Claro que la ciudad no tenía los estacionamientos de ahora. De modo que usábamos solares y recintos confiados a la custodia de lisiados organizados oficialmente de caridad. La plaza del Patriarca, y lo que ahora es jardín del Viejo Hospital, albergaron nuestros coches muchas veces, entre baches y charcos, a cambio de una moneda de 2'50 pesetas, otra rareza que es bonito recordar. Pero en aquella España ominosa todo era dinero negro, no había ticket de comprobación de nada. ¿Dónde estacioné, pues, el día en que fui a toda mecha a la calle de Alcoy, a decirle a Marcelino Camacho que el Partido Comunista se acababa de legalizar? Pues no lo sé: seguramente dejé el 600 en una acera.

El primer coche que se llevó una grúa municipal fue el de la entonces colega Rita Barberá, que prestó su utilitario para que los periódicos pudieran hacer fotografías con las que ir metiendo miedo a los vecinos. Ocurrió en 1973. Luego, con ella de alcaldesa, hubo una época dorada en la que los periodistas tuvimos plazas reservadas frente al Ayuntamiento e incluso gozamos del amoroso privilegio de dejar el carro dentro de la Casa Consistorial. Con todo, me permito recordar un par detalle de interés. El primero es que el palacio de la Generalitat, desde Zaplana, tiene cocina, restaurante y todo lo demás. El segundo detalle, y no quisiera que se tomara a petulancia, es que hubo un tiempo, no tan lejano, en que los políticos entrevistados, después de una buena comida, llevaban al periodista hasta su redacción, a bordo del coche oficial. Faltaría más.

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