Como un corcho en el temporal vimos, hace unos días a Miguel Polo a la puerta del juzgado, acosado por una prensa acosada a su ... vez por la cólera de los damnificados. Todos -Núñez, Pradas, Argüeso- me produce la misma humana comprensión. Lo que entiendo menos, en realidad lo único que no entiendo, es que haya partidos políticos, e ilustres ex diputados, ejerciendo la acusación o la defensa en este embrollo.
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Mañana es 29, pero las manifestaciones ya empiezan hoy: dos columnas de gente se darán cita en el puente de la Solidaridad. No sé si dará tiempo a preparar alguna pancarta sobre la decisión que en el año 2000 tomó la Confederación del Júcar, aquella que paralizó una inversión de 13.000 millones de pesetas por el miedo que les entró al ver el recurso de unos ecologistas. Paco Chirivella, el alcalde de Catarroja, clamaba en el periódico, en octubre de aquel año, cuando llegó una vez más la inundación.
Veinticinco años de pluviómetros, predicciones, sensores, gotas frías, mares calientes, vigilancia, cecopis, videos, alertas, mensajes... ¿Es que no recordáis que lo primero que colapsó, enseguida, fue la electricidad y la cobertura de los móviles? ¿Os asusta aceptar que somos torpes, incompetentes y frágiles, y que toda esta burbuja técnica no sirve sin electricidad? ¿Por qué nos cuesta tanto admitir que todos estamos fallando al unísono, desde hace años, en materia de ríos y barrancos? Y que el general Gan, cuando habla de autoprotección, es el único que sabe lo que significa Defensa.
El afán de la mente humana por poner orden en el caos y hacer Justicia, es inagotable. Pero el escrutinio de los juzgados ya lo vimos tras la riada de 1982. El Estado dijo que era el primer damnificado porque había perdido una presa de miles de millones de pesetas. Pero no hubo oportunidad: encontraron a un funcionario, de la misma Confederación, y una compuerta que no se abrió en su momento. El Estado resarció a las víctimas, que luego se pasaron años riñendo, recelosas porque unos habían cobrado más que otros.
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Pero hay que juzgar y llegar hasta los responsables. Evidenciado el caos, lo escondemos avergonzados. Y en vez de unirnos para evitar que vuelva a producirse, azuzamos a una justicia que, la pobre, bastante hará con sus escasos medios para hacerse oír entre el griterío de la política y ver si encuentra ese grano de arena, el resorte que no estuvo en su sitio aquel día maldito. Al juez que llevó el caso de la riada de 1957 lo entreviste 40 años después. Y aún le embelesaba que el día de autos, en un cine de Valencia, se estuviera proyectando, -qué coincidencia, ¿no?- 'Tifón sobre Nagasaki'.
Hay días en que hasta creo ver poesía en medio de este espectáculo. A lo mejor, quién sabe, deberían condenarnos a todos. O a nadie.
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