Antes, cuando éramos normales, solíamos quedar «a eso de las diez o diez y media». O mejor nos citábamos a la valenciana: «Ja ens vorem ... per algún puesto». Pero la inundación, el presidente Mazón y su señoría la jueza nos han cambiado mucho. Nos citamos a las 11.03 y constatamos que Joan Baldoví ha eructado una ocurrencia a las 17.23. Llevados por la moda del momento, parecemos de la Renfe: a Mazón le sirvieron la sopa a las 16.19 y el postre a las 17.43. ¿Azúcar, azúcar moreno o sacarina, señor? Usted aparcó a las 17.12 y lo aparcaron a las 20.08... Antes vivíamos un tiempo cómodo y lleno de holguras: Joan Lerma se fumaba un puro sobre las seis de la tarde y a García Miralles le cambiaban el agua de la presidencia de las Cortes por ginebra, a primera hora. Ahora, los políticos viven sometidos a una meticulosidad cronológica digital. ¿A qué hora ha estornudado, señor presidente? Y dígame: ¿se ha puesto el pañuelo delante?
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Tenemos nuevo presidente y rogamos, por el bien de todos, que esté sometido a pocas servidumbres. Pero en estos tiempos no va a ser fácil: salida de Finestrat a las 07.03 y llegada a la calle de Caballeros a las 08.34. De ahora en adelante, señor Pérez Llorca, le aguardan cronómetros, controles y escrutinios. Sobre todo, usted ya lo sabe, por esa modalidad de incordio que se llama Vox. Que resulta que lo que quiere es, más o menos, lo que la gente que hemos conocido tiempos normales queríamos en los tiempos del alcalde Pérez Casado, cuando Vox ni existía: que se cuidara el medio ambiente, que hubiera poca contaminación, que no se abusara del coche y que las emisiones (no las de radio, las otras) fueran lo más bajas posible, dentro de lo que cabe.
¿Y qué rechazábamos cuando mandaba Barberá y no existía Vox? Pues lo que ahora se callan el PP y el PSOE, timoratos y apocados, y solo viene a decir Vox: el dogmatismo casi religioso, la militancia de secta, de los ecologistas de salón que en Europa se mudan a burócratas muy bien pagados y ya no saben lo que inventar para justificar su jornal.
Viejos, lo que sois es unos viejos. Con ese estigma vamos por la vida los que, cuando aún se usaban relojes de saetas, escribimos a favor de la primera calle peatonal y en contra de los abusos del coche durante la Crisis del Petróleo. Jamás pensamos, o sí, que algo tan lógico como evitar la contaminación de la Albufera pudiera convertirse en un ideario político. Porque el mundo, entonces, se dividía en obreros y patronos. Por eso evoco el periodismo de antes, con mucho tabaco en las redacciones y un mundo nos han cambiado sin tener la delicadeza de preguntar. Y en esas, estábamos cuando resulta que ya son ocho los presidentes autonómicos. Ocho.
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