Si me duele especialmente el espectacular robo de joyas perpetrado el domingo en el museo del Louvre es, sobre todo, por las secuelas que está ... teniendo, desde que rebotó la noticia desde París, en la práctica totalidad de los museos del mundo. Los directores de las instituciones artísticas, desde la Torre de Londres al Hermitage de San Petersburgo, es seguro que han celebrado ya reuniones de urgencia de sus comités de seguridad. Desde el martes, hay expertos que andan quemándose las cejas en respuesta a la urgente petición de informes sobre la custodia de las piezas de mayor relevancia histórica, artística o sentimental del mundo: pinturas y esculturas, sin duda, pero también antigüedades romanas, egipcias y griegas, coronas, joyas, espadas, tacitas de té, orinales regios...
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Cambriolage. La palabra que la lengua de Molière guarda para este tipo de robo con fractura es simpática y culta a la vez. Tiene su toque de onomatopeya, parece un atrevimiento de saltimbanqui hecho a la medida del inspector Clouseau y de su intérprete favorito, Peter Sellers. Y es que un robo así, tan descarado, un asalto retratado incluso por turistas, es una de esas noticias que pone al borde de un ataque de nervios a directores de museos, jefes de seguridad, comisarios de Policía e incluso a ministros del Interior.
El bochorno en Paris es de tal calibre que invita a la dimisión. Por eso mismo, viendo incluso las secuelas que sobrevuelan la frágil política francesa, pienso en los sudores fríos que muchos funcionarios responsables deben estar sufriendo estos días en todo el mundo. Porque ellos saben, mejor que nadie, cómo está, verdaderamente, la seguridad de los museos, catedrales, monasterios, palacios y almacenes de revoltillo patrimonial en general. Porque, aunque nadie lo sepa, son ellos los que han preparado cien informes de alerta, doscientas reclamaciones, que nadie atiende; ellos saben que lo de los sensores de laser de las películas es pura mentira y que no hay más robos porque Dios es bueno.
Sí, el temblor de París tiene réplicas en docenas de ciudades y pueblos que custodian bienes de valor incalculable en este parque temático que llamamos Europa. El problema está vivo en Florencia, Estrasburgo, Reims, Granada, Dresde, Salamanca, Varsovia, Madrid, y desde luego Valencia... Millones de turistas buscan hacerse la foto-testimonio ante lo que sea: desde los huesos de los Reyes Magos de Colonia, hasta la Maja Desnuda del Prado; desde la Ronda de Noche de Rembrandt a la Cruz de la Victoria de Oviedo. Pero ¿cómo anda la seguridad?
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Tan seria es la cosa que pienso, con optimismo, que las joyas robadas van a aparecer pronto. Porque todo responde a un encargo, un susto patrocinado por un consorcio de empresas de seguridad, para generar clientes en el mundo.
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