El arte abstracto nos atrapa
A pesar de que los gestores culturales saben de la imbatibilidad de Sorolla, nadie se priva de la pincelada fantástica y un discurso cada vez más surrealista
Complicado es, para alguien sin mucha formación, emocionarse con el arte moderno. A veces sí. A mí me pasó en alguna ocasión, pero pocas. ... Si tienes la suerte de que te lo explique el artista (a los periodistas de Cultura les pasa), puedes percibir algo más, pero es un punto críptico. Así pues, es común escuchar en los museos de arte moderno ese clásico: «Eso lo pinta igual mi sobrino de ocho años. O mejor». Llevan a los estudiantes al IVAM y la curiosidad existe pero la comprensión escasea. Hubo un tiempo, hace una centuria, en que toda aquella abstracción y nuevos movimientos de expresión plástica derivaron hacia el dadaísmo, que era como rizar el rizo. Al final, como bien saben los políticos y los gestores culturales, si uno quiere llevar gente a un museo, nada como Sorolla. Algo comprensible, cercano. En los Museos Vaticanos, pocas fotos alrededor del 'Estudio sobre Velázquez, Papa II', de Francis Bacon. El personal se congrega bajo la Capilla Sixtina, y es ahí donde se produce algún síndrome de Stendhal. Manca finezza, dirá el experto en arte moderno, y no le faltará razón.
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El hiperrealismo de Antonio López, por ejemplo, también llama la atención. El pueblo llano es sensible al esfuerzo del arte por imitar la realidad, por reconocer su belleza. Igualmente, el pueblo llano también es gustoso de escuchar discursos políticos que se aproximan a la realidad, y no a la abstracción. O al dadaísmo.
Quizá porque ya no esperan ser escuchados más allá que por sus propios militantes, y sólo los más fieles, cada vez que asisto a un acto político que se abre al público me asombra el modo en que se presenta a líderes, hombre y mujeres, con un tono y una descripción más propios de Corea del Norte que de Occidente. No es que haya falta de autocrítica. Es que ni siquiera hay autocensura a la hora de mostrar fidelidad perruna. Ni un ápice de contención a la hora de loar. De tal modo que un ciudadano escucha esas cosas y se pregunta, como a veces ocurre en algunos museos, dónde se ha metido. Ni una pincelada de hiperrealismo. Ni un color que no sea una fantasía. La semana pasada hubo una cena del PP con su balance triunfal y un desayuno del PSOE con no menos éxtasis. Se realizan semblanzas de los líderes, Mazón y Morant en este caso, pero da igual, a nivel nacional es similar o peor, que parece que sea una especie de competición de colorido, de composiciones surrealistas. No digo yo que feas, pero desde luego poco conectadas con aquello que un ciudadano percibe como real. Y la premisa principal es que nada estropee ni contamine ese momento mágico.
De ahí que da igual lo que suceda, lo que la gente pueda leer o escuchar. O ver con sus propios ojos. Durante la pasada semana surgió un informe de la CHJ que desmonta más de un argumento, antes había aparecido una carta que también alborotaba la cronología conocida hasta ahora del día de la dana, se han escuchado comentarios en el Cecopi muy reveladores. Todo eso ha sido interpretado a su favor tanto por el Gobierno como por el Consell. Defienden dos explicaciones antagónicas de lo que ocurrió en la dana y en cómo se gestiona la recuperación posterior. Y ante las mismas realidades, reaccionan en ambos casos considerando que las nuevas noticias les dan la razón. El cuadro de cada uno, cada vez más indescifrable para los que no estamos acostumbrado a este arte político moderno que no hay quien observe sin tener la sensación de que le están tomando soberanamente el pelo.
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