Uno de los peores recuerdos que tengo de aquel confinamiento salvaje e inconstitucional de 2020, al que nos sometieron con la excusa de la pandemia ... de Covid, es la delación. No piensen que soy de los que afirman que el virus Sars-Cov-2 fue un gran engaño o que no era letal -por cierto, una idea defendida al principio por el Gobierno de Sánchez y por la izquierda mediática, que retrasó dramáticamente la aplicación de medidas profilácticas y que, como consecuencia, provocó un número indeterminado de fallecidos que jamás aparecerán serigrafiados en ninguna camiseta barata-; o que con la vacuna desarrollada atropelladamente se nos inoculaba un microchip de grafeno que nos conectaba a la red 5G y nos convertía en una antena biológica o algo así. Caso aparte son sus efectos negativos sobre el organismo, relacionados con el exiguo desarrollo clínico de la fórmula.
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Sí, lo peor fueron esos vigilantes de balcón que señalaban a gritos a los paisanos que habían bajado a la calle a fumar un cigarrillo para librarse, siquiera unos minutos, del enclaustramiento; o a quienes salían a pasear a solas sin una de esas mascarillas que después se demostró habían servido para que un ejército de desalmados y sinvergüenzas se forrara. Y es que este fenómeno nos conectaba con otra de las etapas más oscuras de nuestra historia reciente: la Guerra Civil. Como si el alma de los españoles estuviera suciamente impregnada por esa tacha de carácter sociológico.
Quién no conoce algún caso de un familiar represaliado, por cualquiera de los bandos en contienda, al que apresaron por la delación del portero de su edificio, de un vecino, de un empleado rencoroso o, incluso, de un deudor. Siempre agazapados tras un visillo de encaje o un postigo entreabierto. El número de víctimas en la retaguardia osciló, según historiadores, entre el 30 y el 60 por ciento del total.
Ahora le toca sufrir esa pulsión linchadora, tan cobarde y tan nuestra, a la periodista Maribel Vilaplana. Todo un movimiento social, bien organizado y pertrechado por el poder político, está utilizando su fuerza para aplastar a una particular que, se mire por donde se mire, no tuvo ninguna responsabilidad en los aciagos sucesos del 29 de octubre de 2024. Con tal fin, algunos sicarios digitales están publicando el día, la hora y el lugar de las conferencias que son su sustento, y presionando a sus patrocinadores para garantizarse su muerte civil.
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Estos palanganeros del poder bien podrían abandonar el acoso inmoral y machista a esta ciudadana y, de paso, dejar de desviar la atención sobre los verdaderos culpables del padecimiento de los damnificados.
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