Los jóvenes de Franco
No vivimos en un estado del bienestar. Sufrimos el bienestar del Estado. Con macarras en las comisiones y chavales sin futuro. ¿Y nos extraña que pierdan el norte?
Llevamos unos días en que todo el mundo se echa las manos a la cabeza por la simpatía (o el no rechazo) de los jóvenes ... a vivir en un régimen autoritario. Con el medio siglo de la muerte de Franco (el mismo al que la izquierda intenta resucitar día sí y día también para mantener vivo el miedo a la extrema derecha) abundan las encuestas que muestran cómo, a medida que los encuestados son más jóvenes, no ven con malos ojos una dictadura. Y corren ríos de tinta, minutos en tertulias y avisos desde los estrados políticos de que a la juventud no se le enseña ni se le recuerda lo malos que eran aquellos tiempos. ¿Y estos tiempos? ¿Cómo son los actuales? Los actuales son de matones, chabacanos y mal educados en las mesas de la comisión de la dana en el Congreso. Con el macarra de Rufián insultando a Mazón (motivos para criticarlo no faltan), mandando callar a diestro y siniestro, no dejando responder pese a que él no dé respuestas y ofreciendo una imagen chulesca que, sí, también llega a los jóvenes. Los tiempos actuales son de políticos pagando prostitutas con dinero público, metiendo en nómina a familiares, haciendo dinero en medio de la desgracia de la pandemia con las mascarillas, sacando mordidas de obras públicas y robando a mano abierta. Esa imagen también llega a los jóvenes. Los tiempos actuales son de jóvenes con sueldos miserables, que no les llegan ni para comprarse una casa, con escasas posibilidades de ascender en el trabajo (si es que lo tienen) ni de independizarse, ni de formar una familia ni en muchos casos poder tener un coche. Como sabiamente me dijo el otro día un amigo, no tenemos un estado del bienestar. Tenemos un bienestar del Estado. Con debates de un nivel «deleznable» en Les Corts, como magistralmente dijo el exvicepresidente Gan Pampols. Con una líder de los socialistas valencianos y ministra, Diana Morant, que prefiere anteponer la estrategia política al interés público y de reconstrucción y no contestar a las llamadas del encargado de esta labor. Y ese mensaje también llega a los jóvenes. Antes mi partido que mi tierra y arrimar el hombro para salir adelante tras la dana. Precioso. Unos tiempos actuales en los que casi un año y un mes después de la tragedia del 29-O, el expresidente de todos los valencianos sigue sin contar con todo detalle lo que pasó a cada instante en aquella funesta tarde. Que sigue burlándose del derecho de todos los ciudadanos (sus jefes) a conocer exactamente por qué no estuvo donde debía estar: en la zona que se inundaba, en el Cecopi o en su despacho del Palau. Aunque el resultado hubiera sido el mismo por el caos que supuso el Cecopi («un centro de mando es de todo menos lo que hemos visto», como también acertó Gan), el galimatías de mensajes de la Aemet y CHJ y por la ausencia de un sistema de alerta (el SAT) que ahora ya está en trámite y que sí existe en Cataluña. ¿Y en toda esta 'casa de los líos' que es España, nos extraña que la juventud se escore hacia los extremismos? Se equivocan los jóvenes. Con Franco no había libertad, eso que tanto a ellos ahora les gusta, y se iba a la cárcel sólo por pensar diferente. Y por otras muchas cosas. Pero nuestros 'padres del Estado' actuales, los políticos, son los principales responsables del caldo de cultivo en el que los chavales andan ahora perdidos. Por sus broncas diarias, por pensar antes en su poltrona o en sus siglas que en el bien común. Por ser un espejo, en el que se miran los jóvenes, que devuelve la imagen de una España dividida, egoísta, bronca y grotesca.
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