El golfo del bombín
Sabina es ese genio capaz de hacer que una canción a una prostituta suene romántica. Que un tema que habla de infidelidad sea poético. Un sueño su ¿adiós? en Valencia
De ti depende y de mí que entre los dos siga siendo ayer, hoy por la mañana. Y la vida siguió, como siguen las cosas ... que no tienen mucho sentido. La noche que perdiste el miedo al miedo fue tan corta que dura todavía. Será mejor que aprendas a vivir sobre la línea divisoria que va del tedio a la pasión. Cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos. Joaquín Sabina podría escribir entera esta columna. Tras una pequeña muestra de la poesía de sus letras, uno no puede más que empeorar lo recién escrito. Pero no quería dejar de contar lo que viví el jueves por la noche en el primero de los tres últimos conciertos en España del trovador del bombín. Del canalla más brillante que ha alumbrado la música de este país. Cómo no, en el templo del Roig Arena. Un lugar que con su sonoridad, iluminación, majestuosidad y ambiente (gracias, don Juan) es capaz de hacer que hasta el concierto de un músico que no te guste, te acabe enamorando. Lo de 'no gustar' no va con Sabina. Ir a un concierto suyo es como ver pasar tu vida entera por el escenario. Como pasar en un suspiro del enamoramiento al golferío. Ambas cosas con una sonrisa en el rostro. Como estar riendo con tus colegas entre birras acodado a la barra de un bar. Sólo un genio es capaz de hacer que un tema dedicado a una prostituta ('Una canción para la Magdalena') se pueda convertir en una de las piezas más hermosas que yo he escuchado jamás. Hasta el punto de hacerme saltar las lágrimas en el maravilloso clímax del Roig Arena, con el maestro acompañado en el escenario con su inseparable 'Marita', Mara Barrios, andaluza, fumadora y picarona como el de Úbeda, su sombra en las giras hace más de dos décadas. Qué voz tiene esta mujer y qué manera de mezclar la copla con el 'Y sin embargo'. 'De sobra sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por ti la vida entera, por ti la vida entera. Y sin embargo, un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera'. No se puede contar mejor lo que es el amor y el desamor, la pasión y el desengaño, el romanticismo y la socarronería. La vida al fin y al cabo.
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Allí en el Roig Arena había gente mayor, claro. La mayoría a partir de cuarentones y más, lógico con un artista con más de cuatro décadas de carrera. Pura matemática estadística. Pero también había mucha gente joven. Chicas veinteañeras bailando embelesadas y mirando con un brillo especial en los ojos a su ídolo. Con la misma pasión con la que contemplan a un Bisbal, a un Yatra o a un Abraham Mateo. Pura matemática de la genialidad poética del cantautor de Úbeda. Capaz de encandilar a maduros y menos hechos. A pesar de no levantarse ni un instante de su eterno taburete ante el micro. De tener que salir tres veces a cambiarse, seguro que a fumar y a vaciar la próstata («si me permiten, tengo que ir al baño»). El cuerpo, la edad y la voz (hoy carajillera a un extremo ya que roza el desafino) son cosas demasiado mundanas para un trovador de la canallesca, un narrador de vidas, burdeles, bares y alcobas llenas o vacías. Sabina se despedirá quizás, aunque dudo que el gusanillo del arte le deje no volver a hacer conciertos o grabar de nuevo un disco. Pero sus más de 400 canciones hacen que sea ya perpetuamente eterno. Alguien capaz de dejarnos enseñanzas como los besos que perdí, por no saber decir te necesito, prefiero la guerra contigo al invierno sin ti, al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver o que el fin del mundo te pille bailando. Gracias, don Joaquín.
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