Si fuera música sería pizzicato, por cómo pellizca los cordajes del alma; si cine una españolada, si sensación nostalgia..., pero es sólo otra historia más, ... de esas añejas de érase una vez, y como tal habrá que contarla. Tres son multitud, por eso a aquella pareja de porte aburrido y formal y revolcones furtivos, como cabía esperar de unos novios en tiempos de Maricastaña, se le torció el porvenir cuando entre sus ardorosas sábanas de hilo blanco, maldito polizonte, se coló una guerra. «No me llores, volveré», prometió él a su Penélope, y bien gustosa que lo habría esperado de no descubrirse sola y embarazada apenas el bufido de aquel tren se fundió en una densa fumata negra.
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Abrumada, antes de que los guardianes de la moral pitaran el penalti, colgándole del cuello una letra escarlata, sacó ella de la desesperación un plan: cameló al primero en asomar por la esquina y le endilgó su buena esperanza con un posterior «nos tenemos que casar». De manual. Pero asomó la criatura su cabeza y al apresurado padre no le salieron las cuentas -«sí que viene grande el muchacho para ser sietemesino»-, lo que obligó a la chica a destapar el pastel. A partir de ahí, sálvese quien pueda. El engañado, mejor pagafantas que deshonrado, calló y otorgó. La madre no pudo ya sacudirse el apelativo irreproducible y machista con que aún la recuerdan. ¿Y el primer amante? «La vida no siempre es una batalla que hay que ganar, a veces es un río que hay que aprender a navegar». La cita pertenece a Viggo Mortensen y eso hizo aquel desdichado. Remar. Dicen en el pueblo que el caminante volvió..., y ni vestido de domingo ni bolso de piel marrón halló en el andén, con Serrat aún por nacer. Sólo una confesión, la de ella, tienes un hijo y tu hijo otro padre; y una decisión, la de él, dedicaré mi vida a verlo crecer, a escondidas, callada la verdad. Lo cumplió, y cuando el niño maduró, viejo ya el pobre voyeur, hasta trabó cierta relación con él sin hacerle sospechar que tras ese abuelete agradable tan dado a la cháchara había un yo invisible. Sólo en el lecho de muerte no reprimió el momento Vader, se sinceró con sus hijas y encontraron éstas al hermano perdido para cerrar el círculo. Como Rick y el capitán Renault; la bruma de los tiempos y el principio de una gran amistad.
A los protagonistas de esta crónica cañí el progreso -una sociedad más abierta, el invento del divorcio para comenzar de cero- les llegó demasiado tarde, lo que alumbra uno de nuestros dilemas recurrentes: ¿todo tiempo pasado fue mejor o peor? Sirva su historia para animarnos a remontar las aguas catetas sin perder el rumbo. Mirada al presente. Zumba el enjambre político en torno a una reducción de jornada laboral enquistada. Caerá por su peso, como la dignificación del salario mínimo -¿con cuántos otros avances las mismas manos escandalizadas que mesaron cabellos se volvieron luego golpes de pecho?-. Desaparecieron el permiso de paternidad de dos días, la mili, el culto a la nicotina. Ya nadie vive en un armario o encadenado a un género que no es el suyo, y también algún día el ecologismo será más que una pose, se apagará el anacronismo taurino o dejaremos de aplaudir a quienes se revientan la cabeza a golpes sobre una lona. Es el desafío de cada generación, avanzar por los rápidos, resistir en los meandros. Navegar. Y asegurarse de que siempre renta volver a nacer.
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