Navarrete, el camarero que abre y cierra Quique Dacosta
Tras tres décadas entre salas y creciendo como sumiller se ha convertido en uno de los grandes referentes de la profesión al que la gastronomía internacional le debe rendir honores
Mister Cooking
VALENCIA
Sábado, 30 de agosto 2025, 16:35
Escribir de José Antonio Navarrete requiere tranquilidad. Sosiego. Respirar pausado. Como lo necesita un buen vino. «El ungüento que fortalece los músculos de los ... luchadores», que escribió Charles Baudelaire. Requiere dar lo mejor del teclado, para compensar todo lo bueno que él te ha ido dejando. Compensar su entrega con palabras. Aunque sean sólo eso: pinceladas de una vida trazada con meras frases. La historia de un camarero de Murcia. Nacido el 30 de agosto de 1980. Virgo, para los que les va eso del zodiaco. Un joven inquieto que se diplomó en Óptica y Optometría, pero acabó enganchado por el trabajo de sala en los restaurantes y por la magia de la viticultura. Se estrenó en estas lides en el Rincón de Pepe y rodó entre casas de comidas convertido en una talentosa esponja que absorbía conocimiento. Lo hizo, estudiando y observando a quienes para él han sido los más grandes. Y creciendo, aprendió junto a alguno de ellos. Referentes que se encadenan, uno tras otro, y de los que ha sabido extraer lo mejor de cada uno. De Juli (elBulli), a Pitu Roca (Celler de Can Roca) o Juan Moll, que le contagió sonrisa y sensibilidad. O mano a mano con Didier Fertilati o su hermano Giovanni Mastromarino, ya en Quique Dacosta. Su casa. Esa en la que permanece desde hace veinte años. Desde un 18 de noviembre que marcó su vida. Esa casa a la que se siente profundamente ligado. «Yo quiero ser Navarrete, el que abre y cierra el restaurante; el solucionador de problemas», bromea. Aunque lo hace con convicción. Porque es lo que realmente le hace feliz. Disponer todo, en todo momento y durante todo el tiempo para que las personas que tomen las mesas de la sala que él dirige sean profundamente felices. Alardea de ser casi el amo de llaves de la casa de las tres estrellas.
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«Para él, el cliente lo es todo; lo primero, lo segundo, lo tercero... hasta que sale del restaurante e incluso más allá»
Felicidad, decía. La palabra preferida, probablemente, de este señor hecho de vinos, que ama su profesión y que, cuando hablas con él sobre su trabajo, te deja sobre la mesa palabras como: disciplina, formación, discreción, servidumbre, sensibilidad, elegancia... Y lo hace sin ser consciente de que se está definiendo a él mismo. Eso sí, bajo la invisible capa de la humildad y la lealtad. Compromiso, al final, con su profesión, con la casa en la que trabaja y, en especial, con sus clientes. Porque para él, el comensal es todo. Lo primero, lo segundo, lo tercero… hasta cuando sale del restaurante; incluso, más allá.
José Antonio es la llave de la bodega de la casa grande de Dacosta. Es quien pone la chispa a un plato; quien cuenta el relato de lo que hay detrás; quien relaja el instante de emoción acelerada que da sentarte ante una de esas mesas. «¿Cómo generamos felicidad? Hemos decidido ser felices en nuestro trabajo y vendemos aquello que tenemos», ha mantenido siempre. Y ha practicado. Honesto con sus principios, con su forma de ser y con su manera de afrontar la vida, Navarrete es una persona integralmente peculiar. Por lo auténtico. Y por lo que es capaz de transmitir. Que es mucho. Quizá porque los camareros y los sumilleres de vocación y de convicción suelen tener un armazón especial. Una especie de doble piel que les arropa y que les hace estar absolutamente entregados a su misión. Esa que, casi ejercitando un apostolado, consiste en lograr transmitir, facilitar e impulsar el bienestar y el gozo al comensal. Y eso, claro, es algo especial. Y lo es porque, de entrada, dedicar tu vida a hacer feliz a otras personas es ya algo extraordinario. Sin ánimo de exageraciones ni alabanzas vacuas. Y además, si se hace alrededor de una mesa, que es el escenario más atractivo y seductor que pueda existir, todavía más.
Navarrete es, entre los que cumplen con esa misión, quizá uno de los que lo hace con mayor destreza. Porque la ejecuta con absoluta honestidad y verdad. Y al tiempo con tremendas dotes psicológicas, un enorme talento y un conocimiento que te desborda cuando entra en acción. Es, sin lugar a dudas, uno de los mejores profesionales de sala del panorama gastronómico mundial. Aunque no le sea reconocido; al menos como merece. Porque él prefiere la intimidad y el silencio de su casa a los oropeles y elogios exacerbados que cobijan la fama. Y eso, penaliza.
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«Navarrete mantiene que se debe dar al cliente exactamente lo que quiere en cada momento»
De él sabemos que nunca dejará de estar en el restaurante mientras esté abierto porque se siente camarero de ese reino durante todo el día. Y abandonarlo, es poco menos que un sacrilegio. De él sabemos que guarda celosamente, en su pequeño estuche, los lápices con el grafito bien afilado, para seguir escribiendo a mano lo que piensa y lo que pasa. De él sabemos también que tiene un talento extraordinario que hace que los platos que sirve Quique Dacosta y su equipo, encuentren en el maridaje que propone Navarrete un acomodo extraordinario. Ese que acaba coronando el bocado. No sé si mejorando, si abrazándolo. Como un enorme gesto de amor. Que es lo que el murciano quiere transmitir a cada cliente que llega a la sala de ese restaurante que mira al Mediterráneo y se perfuma con el Montgó. «Debemos dar al cliente lo que exactamente quiere en cada momento».
A Navarrete hay que observarle con la misma sensibilidad y emoción con que uno contempla los colores de un vino al trasluz de una copa. Para ver sus matices. Acariciar cada uno de sus gestos. Reflexionar sobre sus palabras. A Navarrete, entregado ante la mesa, hay que saborearlo, disfrutarlo, aprenderlo, vivirlo… como cuando das el primer sorbo a una copa de champán y las burbujas envuelven tu paladar y sientes el acero fino estallar frío y gozoso en tu boca. Como besos interiores. A Navarrete, en definitiva, hay que reconocerle su trabajo, ahora que cumple dos décadas en Quique Dacosta y tres en la profesión. Y hay que hacerlo por muchas cosas pero, sobre todo, por justicia. Porque este camarero de vino merece que dejemos claro que es un puntal de nuestra gastronomía. Y de la gastronomía internacional. Y, por encima de ello, que es una gran persona. Ser persona. Tratar personas. Precisamente el epicentro de su vida.
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Esto es el diario de Mister Cooking. Otra Historia con Delantal. Nos vemos entre mesas.
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