Ya nos hemos visto en la calle, pero las ganas que tengo de verles a todos las caras también en el Mercat de Dénia, en las tiendas y en el resto de lugares en el que se nos había prohibido descubrirnos el rostro, no lo sabe nadie.
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Hay quien tendrá prevención durante los próximos días, quien seguirá utilizando la mascarilla allá donde vaya. Nos costará lo inimaginable hacer que nuestros críos se la quiten para ir al colegio, porque no van a estar muy por la labor después de haberles inculcado durante los últimos 700 días que deben ponérsela al salir de casa, igual que deben lavarse los dientes, peinarse o calzarse adecuadamente.
Por mi parte, aunque he cumplido de forma estricta con toda la normativa al respecto, no me he acabado de acostumbrar nunca al trapillo. A diferencia de la mayoría de las personas que he visto, a mí no se me bajaba de la nariz, se me subía a los ojos (qué gusto poder comenzar a hablar en pasado de esto) y casi no me dejaba ver. Así que hacía lo mismo que hace todo el mundo pero al revés, tocar la mascarilla para bajarla a su sitio. Que es precisamente lo que los “expertos” nos decían que no hiciéramos: “hay que ponérsela y no tocarla más”.
Yo no sé si esta medida ha sido efectiva o no. Si me preguntan por las vacunas ahí sí. Ahí estoy convencidísima de que sí y no me apean de burro salvo que me lo demuestren con datos del antes y del después. Pero las mascarillas, pues era un poco idiota pensar que no te podías contagiar si entrabas en el bar con la mascarilla puesta y luego te la quitabas para beber y comer. No obstante, hasta en los absurdos –y el de los bares ha sido el más evidente- he cumplido, que no digan.
Pero si alguno de Vds. necesita un periodo de adaptación, tampoco se sientan presionados. Entiendo que de tanto miedo como hemos acumulado en el cuerpo con todo esto haya a quien le vaya a costar más y a quien le cueste menos. Pero bastante hemos tenido ya con que nos dijeran a qué hora teníamos que llegar a casa, que nos miraran con sospecha por comprar dos latas en vez de un carro, que nos pudieran parar por la calle para pedirnos cuentas de a dónde íbamos, que nos espiaran desde un balcón, que nos impidieran ir a casa de nuestros padres aún en Navidad… Bastante hemos tenido todos de eso como para que ahora que recuperamos la libertad facial nadie vaya a sentirse presionado si es que no quiere hacerlo. Faltaría más.
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