Pilar Roig, en la parte dulce del almuerzo en el Central Bar de Ricard Camarena, en el Mercado Central. Iván Arlandis

Mis almuerzos con gente interesante: Pilar Roig, restauradora de los Santos Juanes

Emperatriz de la restauración valenciana, referencia en su profesión a nivel nacional y artífice de la reciente resurrección de la céntrica iglesia, pasa por la barra del Central Bar del Mercado para repasar su proteica vida y dar un consejo: su oficio requiere paciencia, meticulosidad y profunda vocación

Jorge Alacid

Valencia

Jueves, 27 de noviembre 2025, 18:39

El triángulo que se extiende en el corazón de Valencia entre la Basílica, la iglesia de San Nicolás y la dedicada a los Santos Juanes ... representa para Pilar Roig algo así como el patio de su hogar. O el pasillo de su casa, porque está tan familiarizada con los recovecos de cada rincón, el ambiente sentimental que habita en esa almendra de la ciudad de toda la vida que a nadie podrá extrañar, habida cuenta además de su simpatía proverbial, que le pare una antigua amiga de los tiempos de la Escuela de Idiomas, compartan anecdotario y se despidan regalándose mutuamente una de esas sonrisas marca de la casa Roig. La mujer le felicita por sus éxitos y ella encaja el elogio con esa clase de espontaneidad, el mismo aire desenvuelto y feliz, con que un día apareció en el despacho del arquitecto Juanjo Estellés y salió de allí con el encargo de dar una nueva vida a la deteriorada casa de la Mare de Deu, hoy reluciente… aunque a falta de algún repaso que llegará pronto, muy pronto.

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Era una Pilar jovencita, que se vio de repente surfeando la ola de trabajos de extrema importancia, histórica y también artística, pero sobre todo sentimental de su ciudad natal. En el imaginario valenciano pocos hitos guardan un tesoro tan valioso como la Basílica, de modo que superar con extremada solvencia aquel cometido la predispuso a nuevos encargos, que resolvió con la eficacia y excelencia acostumbradas: no hay más que ver la hermosura en que ha convertido a los Santos Juanes, próxima su reinauguración, para cerciorarse de que Estellés acertó cuando puso a aquella Pilar aún juvenil (la misma mirada que luce todavía hoy, por cierto) en el camino que le ha dado fama, como emperatriz de la restauración valenciana. Un título que digiere con el semblante risueño que siempre le acompaña y esa mirada sagaz, que curiosea por los alrededores del Mercado Central como (de nuevo) quien se pasea por su hogar. Es un espacio que ordena el tráfico de su vida, de la Basílica a los Santos Juanes, pasando por San Nicolás, que le gustaría frecuentar más para sus compras: un complicado propósito porque ir con las bolsas cargadas con las joyas que despacha cada parada representa una odisea hasta su domicilio en Blasco Ibáñez.

Lo cual no evita que cruce por el Mercado igual que transita por la vida. Con esa desenvoltura marca de la casa, el aire adolescente que desmienten sus canas, con que se acomoda en el Central Bar que Ricard Camarena (otro genio del mismo arte: el de hacernos dichosos) gobierna este rincón tan demandado, acepta la sugerencia de empezar por lo dulce y acabar por lo salado, ataca el cafelito y pone la memoria a rebobinar: de repente, su mirada viaja hasta tropezarse con aquella niña que a sus 8 añitos ya apuntaba maneras, cuando acompañaba a su padre a observar sus progresos en el encargo de restaurar las figuras de las Rocas del Corpus. El día en que don Luis le permitió ocuparse de la inacabable melena de una de ellas fue cuando, sin saberlo, Pilar ingresaba en el territorio donde hoy es una celebridad internacional: la restauración valenciana ganaba a su estrella principal.

Luego vendría el proceso de formación en la Politécnica, el campus para el que reserva palabras de sentido afecto, que Pilar interiorizó con un enfoque multidisciplinar que le guía aún en sus encargos y que incluso ha sabido trasladar a su propia prole: su hijo ingeniero, su otro hijo arquitecto, su benjamina restauradora e incluso su otra hija, bióloga, contribuyen a hacer realidad las encomiendas que su madre recibe, aportando cada cual su saber para que ayude al objetivo materno: resucitar para la Valencia de hoy hermosuras como la iglesia de San Nicolás o el templo de los Santos Juanes, donde recibe antes de pasear hasta el Mercado Central para el almuerzo. Una iglesia muy arraigada en su memoria personal, porque era de hecho la parroquia de su familia política, el templo donde ella entró un lejano día de hace 35 años para acometer lo que llama «la obra de mi vida». Aquella ciudad de los años 90, donde esta clase de bellezas carecía aún del peso que hoy las distingue, operó como el laboratorio de ensayos de una deslumbrante carrera que se inauguró ese otro día en que llegó por la Basílica y luego de lamentarse del estado que presentaban las pinturas, tomó la audaz decisión de viajar a Roma, poner el caso en conocimiento del as de su profesión, el italiano Gianluigi Colalucci, convertirse desde entonces en su ahijada académica y desbrozar guiada por su tutela ese maravilloso itinerario que de momento no tiene fin.

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¿Siente vacío ahora que los Santos Juanes ve la luz en su nueva encarnación? Pilar duda un segundo. Luego sonríe. Dice que tiene en el horizonte otro encargo cuya naturaleza prefiere no compartir, apunta que terminar la restauración de la emblemática iglesia no acaba con el conjunto del encargo, que aborda ahora la parte documental y bibliográfica, recuerda que tiene pendiente volver a mejorar el aspecto de la Basílica… Y sale de su ensimismamiento momentáneo para participar con el entusiasmo marca de la casa antiguas ocupaciones, como su condición de artífice de la Escuela de Verano de la UPV y otras conquistas donde cristaliza ese tipo de personalidad inquieta e inconformista que tal vez fue el atributo primordial que llamó la atención de Hortensia Herrero, para quien tiene palabras de profundo reconocimiento: así fue cómo pasó de tumbarse allá arriba, en el andamio de San Nicolás para restaurar sus pinturas, a encargarse de que brille de nuevo los Santos Juanes, gracias al altruista patrocinio de su hada buena que agradece muy sentidamente.

Y así será también cómo la hoy catedrática Pilar Roig se presentó una mañana en Barcelona para pedir explicaciones por la desdichada transformación operada en Santos Juanes por una casa catalana: un primer contacto con esta iglesia que forma ya parte de su personalidad y que ella sancionó con una denuncia ante la Interpol que continúa vigente y que sus manos, al frente del equipo que le sigue y al que cubre de elogios, ha reconducido hasta su actual fisonomía. La iglesia hacia donde encamina ahora sus pasos luego del exquisito almuerzo (un postre de calabaza, requesón y miel con un guiño de lima muy apropiado y una estupenda ración de rovellons de temporada, igual de deliciosos) y de participar de cuáles deben ser las virtudes que adornen a todo restaurador. Consejos para los jóvenes: «No cualquiera vale». Y otra sugerencia: vocación, meticulosidad y paciencia. Con coda adicional: no hay que tener vértigo.

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En ninguno de los sentidos, se supone.

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