Mis almuerzos con gente interesante: Pablo Sanjuán, fotógrafo
Cita en Ca Pep de Moncada: tortilla de espinacas con el paisaje de la dana (y sus imágenes) al fondo
Llega Pablo Sanjuán (Logroño 1960) en coche hasta Moncada desde la vecina Albalat dels Sorells y dispara: podía haber llegado caminando, porque es un entusiasta ... del paseo y sobre todo del paseo versión huertana, o también en moto, que es medio de locomoción que emplea para sus desplazamientos por la geografía valenciana. Lo aclara mientras deposita en la mesa del local elegido, Ca Pep, un par de volúmenes. El primero contiene el catálogo de la exposición que durante todo el verano colgó de los muros del Jardín Botánico, integrada por una deslumbrante colección de imágenes que Sanjuán capturó durante esas expediciones que combinan pasión por la fotografía y curiosidad por el entorno, condensada en un particular habitante de nuestro territorio: su fauna. Tras pasar por el visor de su cámara, las florecillas que usted y yo vemos sin que apenas nos conmuevan, porque al fin y al cabo son las que hemos visto desde que abrimos los ojos, se convierten en un delicado objeto que atesora una rara belleza. Digamos que en su colección de fotos ninguna naturaleza está muerta del todo.
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El otro libro que deposita en la mesa de formica de este pintoresco bar, desbordante de esa clase de encanto bizarro y castizo que la globalización aún no se ha llevado por delante, es en realidad un esbozo de algo que algún día tal vez adquiera la condición de publicación. Así que pide una tortilla de espinacas, un botellín y vuelve a disparar: en esa carpeta duermen las fotos que hizo durante otra clase de expediciones, más emotivas. También dramáticas, incluso. Viajes por la cuenca de la zona cero, el dañado territorio que decidió explorar cuando acudió en socorro de unos amigos de Picanya y Paiporta y descubrió que además de ayudar podría manifestar su compromiso con las víctimas haciendo lo que mejor sabe: fotos. Fotos que no sólo ilustraran el drama sino que añadieran una veta adicional, otra clase de la devastación: cómo se destruye el territorio. Qué paisaje salió de la dana.
La conversación avanza al ritmo que impone el bocadillo y sus hermanos pequeños, los cacaus y las olivas. Dice Pablo que ha elegido este rincón de Moncada, alejado algo del caserío y del núcleo central de la población, rodeado del territorio industrial que surca L'Horta Nord. La mayoría de su parroquia está formada por trabajadores de la zona, algún matrimonio de edad avanzada que apura el rito del almuerzo ya cerca del mediodía y esta pareja que charla de las inquietudes de Pablo, cómo se decidió a recorrer el escenario de la catástrofe del 29 de octubre y cuál fue el resultado de su incruenta cacería. Abre el portfolio y extrae alguna de esas imágenes, que todavía provocan un escalofrío. Es la huella de la destrucción, la cicatriz que atraviesa Utiel y Requena, que riega de fatalidad el curso bajo del Magro hasta Algemesí... El espanto concentrado a las dos orillas del cauce del Poyo cuando convirtió Chiva en epicentro del drama.
Avanza el almuerzo, el bar se vacía, la cháchara se ensimisma. Contemplar en estas fotos la crudeza de la dana acalla toda tentación a la clase de tertulia intrascendente propia de encuentros de esta naturaleza, más bien mundanos. Cierra la carpeta mientras recuerda que en uno de esos viajes al corazón de las tinieblas tuvo la mala suerte de caerse con la moto y fastidiarse un dedo, que requería una cirugía menor a la que Pablo no estaba dispuesto. Quería culminar con el objeto de sus desvelos, avanzar a través de su lente hacia el propósito de fondo que empezaba a latir en su ánimo: ser capaz de documentar cómo una catástrofe de esta dimensión destroza no sólo un paisaje moral, sino también geográfico. Un territorio sentimental, la herencia que se transmitía en Catarroja, Aldaia o Sedaví de generación en generación, el vínculo perdido para siempre, que sólo resiste en la tarjeta de su cámara.
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Pagamos la cuenta y salimos al sol del otoño, que calienta pero no quema. Es una apacible mañana del primer día de octubre, muy apropiada para la caminata que nos lleva unos minutos hasta el coche. Me cuenta que le gustaría publicar sus fotos, que piensa que son carne de una potencial exposición y le doy la razón. A mí desde luego me han parecido interesantes, un adjetivo que sirve para todo pero que empleado con tino ayuda también a radiografiar estas conversaciones que se mantienen al amor del almuerzo con gente igualmente interesante. Le comento que la sección se estrena con él y sonríe. Luego da las gracias. Y mientras le veo alejarse pienso que en realidad el almuerzo se inventó para esto. Para dar de comer al hambriento y de beber al sediento, pero sobre todo para entretener las horas muertas, que son las mejores. Las que más nos enriquecen.
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