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La Albufera se llena de escopetas y perros de caza

Sueca y Cullera Dada la gran demanda, hace unos 150 años se inició la regulacióny subasta de los puestos en el entorno del lago

F. P. PUCHE

Lunes, 27 de octubre 2025, 00:10

La Albufera, estos días aún tibios de otoño, es un remanso de paz al que acuden los enamorados para ver las tiernas puestas de sol. Pero no siempre fue así. La Albufera otoñal, en cuanto terminaba la siega del arroz, se convertía en un campo de batalla al que acudían cientos de escopetas bien engrasadas y cientos de perros de olfato brillante. Y es que, hasta el final de los fríos, el calendario del lago ordenaba, sobre todo, hacer grandes cacerías entre la abundante fauna propia y recién llegada al lago.

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Si todo había funcionado bien, los patos estaban gordos y mostraban grasa abundante. De modo que en el periódico de hace cien años se podía rastrear los preparativos de las batidas. Cullera, por ejemplo, anunciaba la pública subasta de los puestos de caza: el Vedat Vell a la orilla izquierda del Xùquer y el Nou en la orilla derecha. El 29 de octubre iban a comenzar las tiradas en «excelentes condiciones». Por eso recaudó el Ayuntamiento 55.701 pesetas de las pujas de los cazadores.

La caza en el lago, en los tiempos antiguos, dependía del administrador del rey o del pariente o político al que el rey hubiera concedido el señorío del lago. Pero desde la revolución de Octubre de 1868, cuando la Corona cedió al Estado la propiedad de la Albufera, fue preciso que los ayuntamientos regularan lo que era un tumulto de escopetas. Valencia, Sueca y Cullera se tomaron en serio la tarea ahora hace siglo y medio, hacia 1875. Y comprobaron enseguida que la demanda era muy grande y que se pagaban buenos duros por pasar una mañana dentro de un barril camuflado con un barandal de juncos, chiflando con un reclamo y a la 'choca', hasta que volara una bandada de 'collverds.

Eugenia de Montijo fue, quizás, la primera que, en 1863, puso de moda entre la burguesía el deporte de disparar contra las fochasLa caza en el lago, en los tiempos antiguos, dependía del administrador del rey o de quien éste hubiera designado

Quizá doña Eugenia de Montijo fue la primera que, en 1863, puso de moda entre la burguesía el deporte de disparar contra las fochas. La acompañó el barón de Cortes de Pallás, un experto cazador, un caballero que años más tarde escribiría sus memorias de caza antes de inventarse la Batalla de Flores. Emilio Sarzo, otra noble escopeta valenciana, fue más lejos y nos dejó un libro que está plagado de datos. Y de mapas que detallan dónde estaban los puestos, sobre todo en la Calderería de Sueca, una laguna especial donde los presuntos voladores eran millares y estaban tan gordos y bien alimentados que volaban, los pobres, con dificultad.

Tiros y perros. Gritos y silbatos. Toda la costa de Valencia, toda la marjalería, se erizaba de escopetas en otoño. Tabernes de la Valldigna organizó sus vedados y puestos. Si Algemesí hizo la ceremonia de la concesión de plazas en el propio salón de sesiones, Sueca se reservó el teatro para la solemnidad. En 1925, el municipio donde el maestro Serrano nació obtuvo 18.755 pesetas por el Coto Viejo (Calderería y Marzal) y 69.065 pesetas por el Coto Nuevo (Colechala y Molinar). «Algo menos que lo recaudado en 1924», escribió nuestro corresponsal. Pero fue una cosa rara porque Algemesí recaudó «cuatro mil pesetas más que el año anterior».

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Un gran cazador suecano, Ortells, publicó en nuestro periódico, el 11 de noviembre de 1925, una crónica recomendable para cualquier aficionado que quiera conocer el ambiente de la época. El clima fantasmal de la noche de espera en el poblado del Perelló, literalmente tomado por los cazadores y sus equipos es impresionante. Como lo es la descripción de hicimos, en el periódico del 12 de noviembre, de enjambres de cazadores de la ciudad de Valencia que tomaban los trenes de las cuatro, las seis y las siete de la mañana, rumbo a Sueca y a Cullera. El regreso, dice el periódico, «se hace en el tren de las ocho de la tarde del sábado o cuando se puede, porque hay veces en que no llegan hasta las diez de la noche».

Como se puede ver, los problemas de los trenes de Rodalies son de hace un siglo.

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