Blatem: la pintura valenciana que nació de una chocolatera
La empresa Pinturas Blatem, con seis décadas de historia y de la que dependen 80 familias, prevé alcanzar los 20 millones de facturación en cuatro años
Nuria Luna no era la elegida para afrontar el relevo generacional en la empresa familiar («lo único que tenía claro en esta vida era que ... no quería trabajar aquí», confiesa) pero tuvo que hacerlo obligada por las circunstancias (su hermana abandonó la gestión y su hermano estaba en el extranjero) y en puertas de la pandemia de covid, pues dos semanas antes de que se declarase el estado de alarma se presentaba el plan estratégico de la compañía, incluyendo la contratación de personal. Así llegó Luna a tomar las riendas de Pinturas Blatem, la empresa valenciana con fábrica en Torrent que acumula seis décadas de trayectoria y cerró 2024 con una facturación cercana a los 14 millones y una plantilla de 80 empleados.
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La pequeña de tres hermanos es la cara visible de la segunda generación en la empresa tras haber pasado algo más de una década en el departamento de Marketing. «No tenía vocación para la empresa así que busqué una carrera que estuviese alejada y escogí Marketing, que tenía pinta de viajar mucho. Terminé, me puse a hacer prácticas y a trabajar y un día mi padre me dice: 'Oye, ¿por qué no vienes a Blatem?'. 'Claro, papá, yo te soluciono esto en dos días', le dije. Y estuve casi una década», recuerda.
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Una sucesión de imprevistos familiares la llevó a enfrentarse a la disyuntiva de tener que ponerse al frente de la gestión de la empresa familiar. Era enero de 2020 y, a partir de ahí, tuvo que tomar muchas decisiones que han marcado el rumbo de la compañía, con un liderazgo que marca un antes y un después en la evolución de la firma, combinando la experiencia del legado con una visión de futuro centrada en la sostenibilidad, la innovación y las personas. La primera de ellas, quizá, mandar a casa a su padre para que estuviera junto a su madre, enferma de cáncer.
«Venía llorando a trabajar por la situación tan compleja. Recuerdo que los domingos me levantaba a las cuatro de la mañana para ver el BOE, para saber qué hacer al día siguiente. Fue muy duro. Aquello no estaba en los manuales de Economía», recuerda. Llegó el ERTE, mandar a la gente a casa, una caída de la demanda… y luego el redescubrimiento del hogar, las ganas de cambiar el color de las paredes y de redecorar habitaciones gracias a las videoconferencias. «Fue una locura. Se incorporó todo el mundo y no dábamos abasto con la demanda. De hecho, crecimos dos dígitos», detalla.
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Así llegó 2021, «ya no puede pasar nada más, me dije». Y llegó la crisis de la cadena de suministros y de materias primas, la subida de costes, la guerra de Ucrania, el mar Rojo, el estrecho de Ormuz, los aranceles y una dana, que, aunque ha traído repunte de actividad, «la lentitud del Consorcio de Seguros no ayuda».
Sobre el contexto actual, «hay muchísima incertidumbre pero, al final, como hacen todos los empresarios, hay una capacidad de reinventarse y de tirar para adelante… Yo lucho para seguir sacando todo esto adelante porque de mí dependen 80 familias», defiende. A la pregunta de si han activado algún plan de contingencia bromea y asegura que por ahora «sólo un plan B por si hay otro apagón».
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Con cinco años de distancia desde que se puso la gorra de CEO de Blatem, Luna reconoce que el legado impone pero que repetiría la experiencia sobre todo teniendo en cuenta los retos que tiene por delante la empresa, entre ellos alcanzar los 20 millones de facturación en un plazo de cuatro años, la digitalización de los procesos o la profesionalización del modelo de negocio.
No era la elegida pero tuvo que ponerse al frente del negocio con el covid: «Aquello no estaba en los manuales de Economía»
Todo ello para mantener vigente el legado que inició su padre, José, cuando tenía 17 años y casi una colla de treinta personas trabajando para él. Una década después tuvo la oportunidad de comprar Pinturas Blatem, una fábrica pequeña que estaba junto al puente de Madera en Valencia. «Tuvo que aprender a fabricar porque él era pintor y, aunque sabía lo que quería, no cómo hacerlo. ¿Qué hizo? Compró una máquina chocolatera de segunda mano en Torrent, que tenía por nombre Josefina. Y con ella empezó a hacer las mezclas porque al final la base es eso, mezclar», rememora. Testigo de aquella época es una máquina que da la bienvenida en las instalaciones actuales, ubicadas dentro del polígono industrial Mas del Jutge de Torrent, y que sirven para recordar «que tenemos ADN de pintor, que sabemos muy bien lo que hacemos».
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