El miedo a volar planea sobre 135.000 valencianos
Expertos estiman que la fobia afecta a un 2,5% de la población. Cursos de hasta 1.300 euros para superar el temor, largos viajes en tren o carretera, hipnosis, aplicaciones que estiman turbulencias, pastillas… Aerófobos revelan cómo afrontan un problema que puede ser repentino y contagioso
«Cariño, mira. Salen a toda hora y ninguno se cae. ¿Nos vamos a Menorca, que son sólo 30 minutos?». Beatriz ve desde su terraza ... los aviones que despegan y aterrizan en Manises, pero ni ella ni su marido logran vencer su miedo a volar. «¿Y si el nuestro cae? ¿Qué será de las niñas?», responde él. Han acabado cambiando su destino deseado por el sur de Francia, pagando su temor con 12 pesadas horas en carretera, mucho gasto en combustible y la sensación de ser «bastante cobardes», de estar «perdiendo experiencias interesantes».
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Volar ha sido, desde siempre, un sueño para los humanos. Para otros es una pesadilla. Son los valencianos y valencianas con recelo o pánico a esta forma de desplazamiento, la fobia más común en la población que en estas fechas deja ansiedad, frustraciones y muchos viajes por tierra o barco que, en realidad, se podrían hacer con avión.
Anabel Fernández es psicóloga especialista en Aeronáutica. Forma parte del Grupo de Trabajo de Psicología de la Aviación y Seguridad Aérea del Colegio Oficial de Psicólogos de la Comunitat. Estima la prevalencia del miedo a volar en un 2,5% de la población, lo que aplicado a la región serían unas 135.000 personas. Otros estudios apuntan que un tercio de los que vuelan sufre temores, en mayor o menor medida.
Los hay que se agarran al de al lado en aterrizajes y despegues y otros que no han volado en su vida o llevan años sin hacerlo a pesar de desearlo. Como es irracional, con ellos no valen las cifras que demuestran que es el transporte más seguro. O que el aeropuerto de Valencia superara en junio el medio millón de pasajeros que llegaron felizmente a sus destinos. En un día intenso de este mes, por ejemplo, Manises registra 265 aterrizajes y despegues, según Aena.
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¿Existe un germen? ¿Hay personalidades más proclives al temor? Lo aclara Fernández: «El miedo a volar responde a una mala experiencia de vuelo, una consecuencia de la claustrofobia o una angustia repentina en personas que ya han volado y encierra dificultades existenciales distintas al avión». Se refiere, por ejemplo, a «cuestiones de desapego afectivo o dificultades para poner límites a los demás». También hay quien padece ansiedad y teme sufrir un ataque en pleno vuelo.
En general, es una fobia más presente en gente perfeccionista o que necesita tener las cosas bajo control. «Si ellos llevaran el avión no tendrían miedo», lo resume en una frase. Se refiere la experta a personas «con un alto nivel de estrés y que suele vivir más proyectando el futuro que viviendo el presente». También hipocondriacos o «mentes muy imaginativas que se montan su propia película de Hollywood». Representan al detalle en sus cabezas la secuencia de su desgracia aérea, a menudo influidos por el cine de catástrofes que han consumido.
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Pero a los miedos se les planta cara. Como Francisco Javier Labandón, 'El Arrebato', cantautor que ha vuelto a volar con la terapia de Fernández después de 20 años sin hacerlo. El tiempo de superación depende de la causa e intensidad de la fobia. «Con un temor intermedio en unas seis sesiones de psicoterapia de aproximadamente hora y media cada una se puede vencer, en unos dos meses y medio», explica la psicóloga.
Una sesión de la especialista vale 80 euros. Hay otros gabinetes o compañías aéreas con programas más intensivos que incluyen un vuelo de superación y pueden costar 1.300 euros. «Nosotros, en nuestro centro, somos psicólogos aeronáuticos, con una formación específica. Pero cualquier profesional colegiado especializado en fobias resulta fiable para abordar el problema», señala la terapeuta.
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Métodos terapéuticos: del EMDR al pilotaje simulado
Fernández, por ejemplo, fija una fecha de vuelo como meta y a partir de ahí explora las profundidades del temor. Usa el llamado EMDR o desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares, que se ha demostrado efectivo ante traumas o ansiedad. Hay preguntas al paciente y luego «se le guía con los movimientos oculares y estímulos auditivos que pueden ayudar a neutralizar ese trauma».
También usa la hipnosis clínica para situar al aerófobo en el vuelo antes de la situación temida. El objetivo de esta anticipación mental «es que cuando llegue al avión se sienta en un lugar seguro y sea capaz de generar con lo aprendido un autocontrol emocional», detalla.
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Otra mujer que eleva por los aires a aerófobos valencianos es la piloto ilicitana Lourdes Carmona. Tiene 47 años, es instructora, comandante de líneas aéreas y experta en desarrollo personal y liderazgo con su plataforma Listos para Despegue. Destaca una cifra: «Un 25% de los que están en la cola de embarque sufre miedo a volar. Y es curioso que muchos intentan que no se les note».
En sus cursos y en redes usa un mantra: «Puede que no te guste volar, pero no estás en peligro». Y remarca: «Aquello que nos asusta es una invitación al autodescubrimiento». En el fondo, el aerófobo «quiere evitar la muerte sufriendo, convencido de que si no controla la situación el desenlace dentro de un avión será caótico y doloroso». Y para colmo, «las películas reproducen escenarios muy alejados de la realidad».
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El miedo, ahonda Carmona, «no tiene edad», si bien «suele dispararse en personas que cumplen la treintena». Tiene su explicación: «Conforme aumentan nuestras responsabilidades laborales o familiares crece nuestro nivel de estrés». Y lanza un pronóstico: «La aerofobia ganará pacientes de forma exponencial conforme la población sea incapaz de gestionar su estrés diario».
Carmona cura a aerófobos en la Airupll Aviation Academy, con base en el aeródromo de Requena. El curso cuesta 450 euros y se desarrolla en un día. Por la mañana abordan la preparación y transcurso de un vuelo y se repasan protocolos de emergencia. Exponen dudas y temores y reciben respuestas. Por la tarde, el asistente es instruido en el manejo de un avión y hasta se pone a los mandos en un simulador de máxima fidelidad homologado por Aviación Civil.
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En pocas horas, los aerófobos están en cabina. «Les sorprende mucho, pero cambia bastante su percepción cuando sienten cómo despega una aeronave y qué sensaciones produce vivirlo desde la cabina de mando». Ver que la máquina responde bien y se puede controlar, de algún modo, les ayuda a pilotar su miedo.
Luis Cabedo Aerofobia compartida en pareja
«Dejaba instrucciones a amigos sobre mi muerte»
Luis Cabedo tiene 41 años, la misma edad que su esposa, Coqui Zarranz. Y ambos se confiesan aerófobos. En el caso de Luis el asunto es llamativo, porque fue miembro de la exitosa banda juvenil Los Piston, que triunfó en Asia cantando temas en español y chino mandarín.
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«En aquella época tomé cientos de vuelos», recuerda el valenciano con ascendencia taiwanesa. Después trabajó en la exportación y recorrió los cielos de Corea, China… «Creo que el miedo empezó de adolescente, tras ver películas como 'Turbulence' o 'Destino final'. Todos los veranos viajaba a Taiwán con su madre a ver a la familia »y en lugar de acostumbrarme, al revés, el miedo crecía«, recuerda.
Una semana antes de volar, aparecían los «nervios, sudores y pesadillas con aviones estrellándose». Se sumó algún mal vuelo, una experiencia de aterrizaje de emergencia y con 30 años se enamoró de una mujer también aérofoba. «Nos retroalimentamos. Ella tenía menos miedo que yo entonces y ahora me supera».
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Viajar empezó a ser un problema. «Pensé en no hacerlo. Daba por hecho que moriría y dejaba instrucciones a mis amigos para cuando no estuviera». Pero descubrió un libro escrito por un piloto, 'Feliz Vuelo', que amortiguó el problema. «Básicamente, aconseja no ver nada negativo en noticias o cine y afrontar el vuelo con mentalidad muy positiva», resume.
Gracias a la lectura, volvió a volar. Pero el miedo acompaña a Luis y a Coqui en cada viaje. «Yo leí el libro, pero no me hizo mucho efecto. Soy más dura con el problema», asegura ella. Para colmo, en su luna de miel lo pasaron muy mal entre Bangkok y Krabi: «Había temporal y no se veía nada por las ventanillas. Algunos pasajeros lloraban. Cuando el avión iba a aterrizar la piloto retomó el vuelo. Dijo que se desviaba porque no se veía capaz de tomar tierra». Entonces, «me volví superprevisor».
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¿Cómo lo viven hoy? Como pueden. Luis tiene una aplicación que estima turbulencias en todo el planeta. «Y si sé que se van a dar no tomaría el avión, aunque pierda el dinero». Pero hay más: «Para trayectos largos el médico nos receta una pastilla sedante, Stilnox. Te deja doce horas alelado». Y si nada hace efecto y el temor persiste, pues «una copita de vino o dos» a bordo. Para viajes por España, «siempre mejor en coche».
Jordi Tordera Miedo repentino tras años volando
«Me asaltó una idea obsesiva: ¿Y si los motores fallan?»
Haber volado mucho no es garantía de que el miedo desaparezca. Lo atestigua Jordi Tordera, profesor valenciano de 49 años. En su juventud viajó a más de una decena de países de todo el planeta y a los 25 le asaltó el temor «de repente y sin aviso», en pleno vuelo entre Japón y España.
Lo describe así: «Me asaltó una idea obsesiva. Empecé a pensar que estaba en un gran trozo de metal que yo no levantaba ni movía. Que lo único que lo mantenía en el aire eran unos motores que podían fallar. ¿Y si eso sucedía? Ninguna posibilidad de sobrevivir». Aquellos razonamientos se tornaron en una sensación de «pánico».
Fue un verdadero problema porque su empleo estaba en Japón. Tras visitar a su familia en Valencia «debía regresar obligadamente en 20 días» al país asiático. Lo hizo envuelto entre temores: «Fue una mezcla de miedo, ansiedad, palpitaciones… Terrible. Me tocaba incesantemente la Cruz de Caravaca en mi cuello en busca de protección».
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Jordi acudió a su tío psiquiatra para hacer frente al problema. «Varias conversaciones bastaron para reactivar, en parte, su tranquilidad. Me hizo ver que aquello era irracional y me mostró que los accidentes aéreos son menos frecuentes que en cualquier transporte». Su temor aéreo «no es cero», pero cuando asoma de nuevo «recuerdo las razones que me tranquilizan y me aferro a ellas».
Miguel Lledó Una vida sin volar
«Nunca he subido a un avión en mis 85 años ni lo haré»
Miguel Lledó es un hombre culto, inteligente y racional. Hay más de mil libros en su biblioteca y ha estudiado peritaje industrial. Conoce la física y la mecánica y adora los trenes, pero no puede con los aviones. Ni siquiera los ha probado. La sola idea de estar en el aire le genera inseguridad. «Nunca he subido a un avión en 85 años ni lo haré», zanja.
Su mujer, Mercedes, sí conoce los aires. Ella se fue de viaje parroquial a Canarias, Egipto y Cuba. Pero Miguel se quedó en tierra. No hay quien le despegue de la infalible gravedad de la superficie. Eso sí, «en tren o coche voy a donde haga falta. He viajado mucho y visitado lugares preciosos sin necesidad de coger un avión», contrapone.
A fuerza de no irse demasiado lejos, se conoce media España, «casi todos sus pueblos y ciudades». Con su aerofobia, las escapadas en familia a destinos de Europa se hicieron en dos grupos. Mientras sus tres hijos avanzaban velozmente a 30.000 pies de altura, Miguel y Mercedes lo hacían en tren. Como hace unos años, cuando fueron a Reino Unido y el matrimonio surcó el Eurotúnel. «Hasta tuvimos un retraso por un aviso de bomba y no me dio ningún miedo. Tampoco la sensación de estar bajo el mar y la tierra durante un buen rato», recuerda.
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Belén (seudónimo) En terapia por aerofobia
«He dejado vuelos en el embarque, pero lo superaré»
Belén tiene 24 años y acude a sesiones psicológicas para vencer su miedo. Prefiere un seudónimo para mantener su anonimato. Ha volado desde niña. «Unas 20 o 30 veces, a países de Europa y África, pero nunca lo llevé bien. Vértigo, pérdida de control, enclaustramiento, vulnerabilidad…». Al ir con su familia «no había opción», pero al crecer y poder elegir, el miedo se adueñó de ella.
Su último viaje a Baleares en 2021 fue una pesadilla. «Lo pasé muy mal, tanto a la ida como a la vuelta». El vuelo no tuvo problemas, pero su fobia «estaba muy agudizada, al ser mayor eres más consciente», reflexiona. Después llegaron dos intentos frustrados de viajar a Europa. «Con los billetes comprados di marcha atrás a punto de embarcar, en la puerta». Las personas que le acompañaban «fueron muy comprensivas, contemplaban esa posibilidad. Me enfadé yo más conmigo misma».
Belén no ve cine de catástrofes y veta las noticias de accidentes aéreos. Jamás ha recurrido a fármacos: «Ni pastillas, ni alcohol. Si yo he creado el temor quiero ser yo la que acabe con él, no maquillarlo quedándome drogada. Además, tampoco sé cómo sienta y era un plus de angustia».
Inició una terapia que no funcionó y ahora acude a la consulta de la psicóloga aeronáutica Anabel Fernández. Lleva cuatro meses y creen haber llegado a las profundidades: «El origen parece el apego a mi zona de confort y a la familia, a no haber permitido soltar lastre ni abrir mis alas a nivel personal, una cuestión de autolimitarme a lo conocido».
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Y en ello trabajan. «Tengo dudas y un camino por delante, pero lo superaré. Estoy esperanzada y veo el problema de otra forma». Belén anima a los aerófobos a dar el paso, «a recibir ayuda para encontrar el origen, a descubrir la emoción atascada que ha cogido fuerza porque no se ha resuelto». Y lanza una reflexión: «Da más miedo pensar que no voy a volver a volar».
María Quilis Miedo superado
«Conocer mejor un avión me ayudó a vencer las paranoias»
María Quilis, valenciana de 53 años, ha volado desde niña. «Estados Unidos, Panama, Perú... Decenas de países. Por trabajo, en familia, sola o con amigos...». Pero llegó el 11-S y «con lo de las Torres Gemelas quedé atrudida. Sentí una gran vulnerabilidad, se sumó un accidente aéreo anterior y empecé a ver gente sospechosa en aeropuertos y aviones».
No dejó de viajar, pero lo pasaba muy mal. En un viaje a Estambul se aterrorizó porque un pasajero no salía del baño, «las azafatas se reunían y temía lo peor». María se sobreinformaba en noticias de atentados y siniestros, «relacionaba historias leídas con lo que pasaba a bordo». Interpretaba la realidad desde el terror y no quería usar fármacos. «Sentía que tenía que estar alerta y activa ante posibles accidentes o atentados, algo imposible si iba empastillada», razona.
Este año decidió poner punto final. Se puso en manos de la piloto Lourdes Carmona y su curso de superación. «Me ha ayudado mucho. Me ha enseñado los protocolos, funcionamiento, procedimientos... Conocer mejor el avión me ha ayudado a vencer las paranoias, porque descubrir la realidad mata al miedo».
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Logró así viajar sola recientemente entre Valencia a Brighton. «Las sensaciones de alerta las seguía teniendo, pero con una noción del porqué todo fue mucho mejor. Cambié el registro y dejé de percibir personas sospechosas», celebra. Esta es su conclusión: «Alimentar un miedo lleva a otros miedos. Se agranda la bola. Tengo dos hijos y el deber moral de no transmitirles el miedo».
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