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La zodiac realizará al menos tres travesías en forma de anillo perimetral por la Albufera. Jesús Signes

Viaje al fondo de la Albufera

LAS PROVINCIAS se sube a bordo de la barca encargada de analizar el estado del lecho y la acumulación de lodo, paso previo a un posible dragado

Jorge Alacid

Valencia

Martes, 15 de julio 2025, 00:13

La barca es una zodiac llamada Peneira. Es una lancha de cinco metros de eslora y de «quinta generación» como señala su piloto, Manuel Candal, ... cuya apreciación obedece a un factor diferencial en su desempeño: «Es que es profesional, no como otras. Que hay mucho pirata por ahí». Sonríe Manuel como sonríe Luis Blanch, el experto de la Universitat Politècnica encargado de dirigir al equipo donde se enrola nuestro piloto: el grupo de científicos que debe radiografiar los fondos de la Albufera para saber el estado que presenta su lecho y ofrecer un diagnóstico a la conselleria de Medio Ambiente que ha contratado su investigación. Y mientras Manuel hace marcha atrás para entrar de popa en el embarcadero de la Generalitat, a nuestro lado cruza otra barca para turistas. El resultado de ambas operaciones se refleja en el agua: más que turbia. Marrón oscuro casi negro.

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Un color hacia el que señala Blanch: no hacen falta muchas más explicaciones para concluir que, como ambos señalan, la Albufera está mal. Su dictamen tendrá la última palabra pero mientras ponemos pie a tierra alguna conclusión se deduce: cuando presenten su estudio, a la vuelta del verano, parece que estará llegada la hora de dragar la laguna. Hemos emprendido la expedición una hora antes, luego de que Manuel superase algunos de los problemas técnicos que ha encontrado para que Peneira navegue como debe. No son contratiempos menores sino obstáculos que nacen de las preocupantes condiciones que ofrece la Albufera. La irrupción de sedimentos que provocó la dana se añadió al feo estado que de costumbre presenta el parque y, como consecuencia, surcar sus aguas por las zonas más próximas a las orillas tiene algo de temerario. El sábado, cuando hicieron las primeras pruebas, la nave encalló. Tuvieron que ser remolcada ella y sus ocupantes, un incidente que tuvo su punto positivo… a costa de embadurnar a Manuel de lodo hasta la altura de su pecho: así pudo saber por experiencia propia que sus pies se posaban sobre una parte del lecho escasamente sólida. «Papilla», dice Blanch. «Licuada», recuerda el interesado. «A medida que iba pisando más el suelo», observa, «el fondo se espesaba, pero sin llegar a estar nunca sólido del todo».

A este singular trabajo de campo se añade la recogida de datos más científica. Una serie de parámetros que crepitan en el ordenador que viaja a bordo: ya estamos más o menos a la mitad de la ruta cuando por la Sequiota sobresale un enemigo inesperado. La punta de una roca aparece sobre la superficie pero el piloto, que ya estaba avisado porque durante la fallida navegación del sábado tropezó con ella, la sortea con un golpe de timón. El viaje continúa hacia el centro del lago.

No es una investigación sencilla. A las particularidades de tener que lidiar con las condiciones que impone la laguna, se suman las dificultades inherentes a una superficie de abrumadoras dimensiones. Nuestro piloto, que ha conocido experiencias semejantes por medio mundo (de Guinea Ecuatorial, su última misión, a Panamá, pasando por las rías gallegas), tiene que manejarse por un territorio de casi 5 kilómetros de largo y otros tantos de anchura: una enorme fuente de jaquecas que exigirán al menos tres expediciones por la laguna en forma de anillo perimetral. A esas singladuras se añaden otras previstas en su bitácora, el ordenador que nos va informando con precisión milimétrica del valor de los datos recogidos: navegaciones transversales, durante las cuales la embarcación anota los registros de cada punto de los canales, brazos y acequias, porque el equipo que forman los también científicos de la UPV Josep Pardo y Jesús Palomar, tiene señalado que en el centro del trazado el fondo se sitúa bastante más bajo que cuando surca las orillas. Una estaca formato regla gigante que nos ha saludado a nuestra llegada al embarcadero lo anticipaba: el agua acariciaba los 30 centímetros.

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Una magra altura que cuando la nave alcanza velocidad de crucero experimenta un impulso ascendente… bastante contenido, no obstante, porque toda la navegación depara los mismos registros inquietantes: podríamos cruzar a pie la laguna porque la altura oscila entre los 0,40 metros y los 0,60, llegando a 1,1 en algún momento de este viaje. Ojo, es una metáfora: caminar sobre el lecho de la laguna no es una nada recomendable, porque la acumulación de lodos dificulta cada zancada hasta hacerla imposible. «Esta turbidez no ayuda nada», apunta Blanch hacia la alarmante estampa que presentan las aguas, incluso en esa suerte de pasillo espontáneo que discurre por el centro del canal, destino habitual de las embarcaciones de recreo, por donde la navegación fluye con más naturalidad.

En las riberas, la reciente experiencia que acabó con la nave encallada desaconseja insistir en un itinerario que Blanch describe con crudeza: habla de colmatación. Las orillas están colmatadas y forman una barrera que impide que el agua acceda a la laguna, una circunstancia presente desde hace más de veinte años. De entonces data el último estudio acometido para conocer el grado de sedimentación que distingue a la Albufera y de aquellos datos recabados procede el dibujo que ilustra estas líneas: una imagen donde se observa que hace un par de décadas la frontera formada por limos y arcillas ya impedía que fluyera el agua. Durante este tiempo, como se temen nuestros compañeros de travesía, la Albufera ha ido a peor. No sólo por los efectos de la dana, desde luego, aunque parece obvio que para el lecho también hubo un antes y un después del 29-O: la columna de sedimentación (es decir, la profundidad que pueden alcanzar los fondos depositados en su lecho) puede llegar a los dos metros, mientras que la lámina de agua se sitúa en la franja que recita Manuel. Ahora 0,6 centímetros, luego superamos el metro por un poco, de nuevo el 0,40, el 0,9 más allá...

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Nuestra travesía ya concluye. En un poste ubicado en un extremo de la nave el GPS detalla las coordenadas de navegación mientras una ecosonda detecta la profundidad del fondo. Las aportaciones de ambos ingenios determinarán qué decisiones se tienen que adoptar a partir de esa inspección. Trabajo para la ciencia: de vuelta a la orilla, Blanch reflexiona si sería conveniente la actividad de una barca succionadora que pudiera gestionar los lodos sin necesidad de un completo dragado. Parece una buena idea… que tal vez nunca se materialice. El destino de tantas iniciativas a favor de la Albufera que el estudio en curso aspira a esquivar: que sus hallazgos sirvan al menos para conocer qué medidas precisa el fondo de la laguna. El paso previo a su curación.

¿Dragar la laguna? Martínez Mus no lo descarta

«La Albufera no es un puerto: no se puede dragar sin más». A punto de que la nave que registra los datos del lecho de la laguna inicie su travesía, el conseller Vicente Martínez Mus hace esta advertencia mientras atiende a la prensa. Una idea que luego desarrolla en estos términos: «Necesitamos un diagnóstico. Sin él, es muy aventurado hacer algo». Surge en este punto el verbo famoso, dragar: una posibilidad que Mus no rehúye: «Habrá que dragar o no en función de medir bien los riesgos y las consecuencias». Una decisión nacida del análisis científico... con repercusiones en su ámbito, el político, que el conseller también acepta afrontar cuando toque: «En este caso, la parte fácil es la política. «Nuestra prioridad es conservar lo máximo posible la salud de la Albufera para hoy y para el futuro: y si de los informes técnicos sale alguna conclusión que sea más difícil de explicar, habrá que explicarla pero habrá que hacerla». «Visto el diagnóstico, tomaremos las medidas sí o sí», avisa.

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