Vecinos del barrio de San Jorge: «La huerta nos salvó»
Un grupo de vecinos de Valencia reviven aquel 29 de octubre y se quejan de que están abandonados. «No ha venido nadie del Ayuntamiento»
Llamar barrio a las pocas casas orilladas al inicio de la ruta del colesterol de l'Horta Sud, todavía en tierras de Valencia ciudad, podría ... sonar algo pretencioso. Pero así se llama, barrio de San Jorge, y claro, los vecinos se ponen de frente para no restarles importancia porque, como ellos dicen, «pagamos contribución como cualquier vecino de la capital». Tienen mucha visibilidad porque están junto a la carretera CV-400, la que corre paralela a los municipios afectados por la DANA, y por eso muchos voluntarios camino de Benetússer, Massanassa o Catarroja se detuvieron aquí para ayudarles a quitar el lodo de sus casas. En la calle todavía lo tienen, el barro, aunque en realidad ese es perenne porque no hay asfalto. Tampoco agua, y beben de pozo. «Ahora se nota más que nunca el abandono», dice Cristina, administrativa, mientras muestra el estado en el que se encuentra la zona, llena de trastos y vehículos abandonados en el que los únicos que se han acercado han sido los bomberos para comprobar que no había víctimas en el interior y quienes han roto cristales para saquearlos.
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Confirma Encarna Fortea que de allá, y señala hacia la ciudad de Valencia, «del Ayuntamiento nadie ha venido a preocuparse por nosotros, sólo los voluntarios», y se alivia al pensar que la huerta les salvó, que en las plantas bajas de los municipios ha sido mucho peor porque las calles aceleraron el agua, que arrastraba los vehículos, convertidos en armas de destrucción contra los edificios. Aquí la crecida se expandió, después de encontrarse con el polígono La Pascualeta de Paiporta. Los centímetros en altura de este grupo de viviendas permitieron además que el caudal no subiera tanto, aunque los daños son prácticamente los mismos, porque «todo lo que toca el fango lo estropea». Y Encarna, que se jubiló hace nueve años y se vino a vivir a esta casa desde su piso de Benetússer, enseña los bajos de los muebles, que aunque todavía siguen ocupando su lugar en el salón, ya tiene asumido que, como mucho, servirán para leña.
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Hay algo obsceno tras la DANA que ha eliminado la intimidad de las casas, en las que las puertas están siempre abiertas en una ardua lucha contra la humedad de Valencia a punto de entrar el invierno y donde toda una vida se muestra sin pudor ante desconocidos. Encarna no es una excepción, y enseña una cocina donde ya no hay muebles bajos, y la vajilla y las ollas se almacenan en cajas.
Junto a un patio donde es fácil imaginar tardes de verano a la sombra y juegos infantiles, descansa un parachoques de un vehículo y una frágil escalera, la que sube a un pequeño cobertizo y donde pasaron horas Encarna y su marido. «Pasamos tanto miedo... No sabíamos hasta dónde subiría el agua, y veíamos la ola que llegó...». Encarna no puede todavía contener las lágrimas al recordar un suceso que le ha dejado el miedo en el cuerpo y una sensación de angustia permanente. Como le ha pasado a muchas personas mayores, ahora les queda una reconstrucción incierta y una actividad que pocas veces se detiene. «Menos mal que mi consuegro es manitas», dice Encarna. Se escucha el ruido de las herramientas, mientras intenta limar los bajos de las puertas para que se puedan cerrar porque se han hinchado con la humedad. «Yo no he visto todavía ninguna ayuda», se queja Encarna, que tuvo que comprarse un deshumificador en El Corte Inglés para poder ir secando la casa.
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A la vuelta de la calle, Rosa Ramón también tiene todavía el susto en el cuerpo, y recuerda con nítido detalle una tarde aciaga, en la que el agua fue subiendo, y que afectó a su casa, también a la de su hermano, contigua a la suya. Pese al miedo, Rosa no quiere irse de un lugar donde vive tranquila, con un pequeño jardín para poder salir. «Aquí si quiero vecinos salgo, si no tengo espacio para mí sola».
El descampado ubicado entre el barrio de San Jorge y las primeras casas de la Torre estaba ocupado por un aparcamiento de caravanas, ahora completamente destrozado. Óscar, su propietario, sabe que tiene que volver a empezar, después de haber perdido «veintipico caravanas que estaban a la venta y siete u ocho vehículos», además de las camper que había estacionadas, la mayoría destrozadas. Óscar ha estado ayudando en su barrio, en Parque Alcosa, donde él creció, y ha dejado para el final su negocio. «Todavía no se pueden sacar las caravanas porque está todo embarrado». Y ahí han quedado, una sobre otra, la mayoría saqueadas, esperando que se puedan ir retirando para eliminar los vestigios que todavía quedan, un mes después, de la DANA que asoló, también, una parte de la ciudad de Valencia.
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