Relatar el horror, el reto más delicado del periodismo
Una audiencia más sensibilizada y la corrección política y social condicionan el modelo informativo
Mikel Ayestaran (Beasain, Guipúzcoa, 1972) es periodista. Como corresponsal de los diarios de Vocento (incluido LAS PROVINCIAS), ha viajado por medio mundo en un itinerario ... de alto riesgo: desde la invasión israelí del Líbano en el año 2006, a otros escenarios de un planeta siempre en llamas (Irán, Irak, pakistán y Afganistán, entre otros peligrosos destinos), incluyendo episodios tan recientes y dramáticos como la invasión rusa de Ucrania. Es una voz por lo tanto muy autorizada para responder a la pregunta que activa estas líneas: cómo relatar el horror. Cómo debería responder el periodismo en la hora presente y en el horizonte próximo al mandato de apiadarse de los afligidos del mundo y dar a conocer su calvario. Respuesta: «Confiando en los expertos». No habla en primera persona, aunque podría, habida cuenta su sobresaliente experiencia sobre el terreno: se refiere a la conveniencia de que el público atienda a quienes acreditan una especialización superior en la encomienda eterna de la información, eso de ir y contarlo. «Yo sigo confiando mucho en los especialistas, en tipos que llevan informando veinte años sobre Oriente Medio. Aunque estén ahora menos valorado, sigo pensando que es importante que los lectores confíen en ellos», dice.
Publicidad
Esta clase de narrativas que ponen a prueba el compromiso periodístico en favor de la buena praxis, huyendo del morbo y del sensacionalismo, aflora no sólo cuando se atraviesan situaciones tan límite como las que ha vivido Ayestaran. Cómo informar desde el vértigo es una constante del viejo oficio del periodismo, que no por casualidad encontró desde sus orígenes un filón para atrapar el interés de la audiencia en las crónicas de sucesos. Javier Martínez, veterano redactor de esta casa en el ejercicio de ese tipo de informaciones, reflexiona al respecto en el artículo que acompaña este reportaje y anima a huir «de lo macabro» evitar estigmatizaciones gratuitas . Y Zigor Aldama (Bilbao, 1980), periodista que ha cubierto para nuestro diario conflictos en medio mundo, con especial predilección hacia el continente asiático, apostilla: «Yo creo que ahora mismo existe una fatiga informativa». ¿Fatiga? Fatiga, sí. Aldama se refiere a una constante que otros compañeros de profesión conocen bien: la superabundancia informativa genera un cierto cansancio entre la audiencia que los medios deberían primero cartografiar y más tarde digerir para que no se lesione el derecho a que el público reciba noticia puntual y ecuánime de cuando ocurre a su alrededor, incluso en los puntos más remotos del globo.
«Hay esperanza: por ejemplo en instagram encuentro una comunidad de lectores seria y comprometida»
Mikel Ayestaran
Periodista
Aldama tiene anotado que, en efecto, se generaliza una sensación de hartazgo entre la audiencia cuando relata sus crónicas para la sección de internacional de LAS PROVINCIAS: «No son ni una ni dos personas las que me han dicho que muchas veces ya prefieren no ver la televisión y no leer los periódicos porque les pone de mal humor. Y porque desconfían también de los medios de comunicación». Una actitud que apunta hacia un marco más genérico: cómo esa desconfianza que cita hacia «los medios de comunicación llamados tradicionales» convive en el actual paradigma informativo con la eclosión de nuevos modelos de comunicación menos fiables, los llamados también 'influencers', «gente que lo que lanza en realidad son bulos o propaganda interesada». Una paradoja que alienta un dictamen más bien sombrío sobre el momento que vive la profesión en general y sobre la misión concreta de narrar la parte más penosa de la civilización: «Hay mucha gente, sobre todo en las redes sociales, que está informando pero digamos que entre comillas: gente que dice a su audiencia: 'Aquí vas a leer lo que no te enseñan los medios de comunicación'. Y esa gente realmente lo que está haciendo es copiar y pegar la narrativa del Kremlin o de Putin, por ejemplo».
Es una mención al conflicto en Ucrania que destaca también Ayestaran cuando alude por el contrario a un elemento más bien luminoso en su visión de cómo responde el denominado periodismo de guerra: en que hay margen para el optimismo cuando detecta que «cada vez que observamos que pasa algo muy fuerte en el mundo, sea la guerra de Ucrania o la ofensiva de Israel en Gaza, los medios siguen apostando fuerte por la cobertura». «Estamos siempre con que si la crisis del sector, pero cuando hay un conflicto de este tipo, los medios despegan. Y despegar», prosigue, «significa que tienes espacio para informar. Y eso se mantiene con el paso del tiempo, al menos en los grandes medios».
Publicidad
«La mayoría de la población confía en nosotros: no deberíamos alejarnos de la esencia del periodismo»
Zigor Aldama
Su discurso no escapa sin embargo a una variable que también menciona Aldama en el suyo: cómo la emergencia de las nuevas tecnologías, las posibilidades vertiginosas que ofrece el universo digital para contar el mundo en apenas un parpadeo, sin espacio a menudo para la reflexión más sosegada, condiciona la reacción del periodismo en momentos de crisis. Cuando el horror se acelera, «hay un punto de inmediatez que te resta tranquilidad a la hora de trabajar», opina Ayestaran. Y Aldama añade: «También es verdad que los medios cada vez cuentan con menos posibilidades de enviar periodistas sobre el terreno: la profesión en general se ha precarizado mucho y la tecnología en cierto sentido lo compensa, pero ir y contar lo que ves siempre ha sido y será la base del buen periodismo».
¿Y en el futuro? ¿Qué expectativas se generan en el ejercicio de la profesión en un territorio especialmente delicado, habida cuenta no sólo las imposiciones de la tecnología, sino la proliferación de una audiencia muy sensible a los dictados de la corrección política? Aldama responde: «Creo que, a pesar de todo, seguimos. Creo que el grueso de la población sigue informándose a través de los medios tradicionales y creo que sigue y seguirá confiando más, porque la esencia del periodismo no ha cambiado: la esencia del periodismo es ir a un sitio, ver lo que sucede, hablar con las personas que están involucradas y trasladar esa información al lector». Unos principios deontológicos que se tendrán que someter, como él mismo reconoce, a un nuevo marco: lo que llama «el buenismo», una tendencia social que obliga a un esfuerzo adicional al oficio de informar. «Vamos a unos extremos en lo políticamente correcto que me resultan sorprendentes y me preocupan», acepta. Es una inquietud por cierto compartida por Ayestaran. A su juicio, el umbral de la susceptibilidad se ha afinado tanto en los últimos tiempos que la respuesta de la audiencia debe medirse ahora teniendo en cuenta otro factor que condiciona la transmisión de información: la creciente «insensibilización» del público, una enfermedad antigua que no deja de extenderse.
Publicidad
Sobre este particular, ambos profesionales coinciden sin embargo en una esperanzadora teoría compartida: que el futuro de esta clase de periodismo arroja una poderosa luz, a poco que los medios, según Ayestaran, sepan descodificar las posibilidades tecnológicas y las aprovechen para conectar con su audiencia. «Yo soy muy fan de instagram, por ejemplo», señala, «porque veo que a través de esa red me he encontrado con una comunidad de lectores seria y comprometida». «Yo creo que ahí sí que hay esperanza», recalca. Palabras que Aldama completa con su propio mensaje, su machacona insistencia en volver a las fuentes del oficio: «No tendríamos que alejarnos de la esencia del periodismo, pero también lo podemos hacer mediante las redes sociales, a través de recursos como el vídeo o de la infografía, de lo que tú quieras... Pero estar encerrados en una redacción sin ir al terreno, creo que es un error y que me temo que puede ser la pescadilla que se muerde la cola: cuanto más hagamos eso, cuanto menos salgamos a los sitios, menos van a confiar en nosotros y menos lectores vamos a tener».
¿Resumen? ¿Cómo mapear ese incierto mañana que se adivina para la obligación de contar lo más sombrío sin descuidar los códigos profesionales? Ayestaran contesta a la duda profundizando en su mensaje igualmente insistente: el valor del periodismo de kilómetro cero. «En Vocento somos maestros de la información local», asegura, «y no tenemos una bola de cristal mágica: sólo hay que seguir haciendo lo que hacíamos antes, lo que siempre hemos hecho bien». Una invitación a perseverar en las fortalezas del oficio ejercida según el mandato de rigor y seriedad que hace suya Aldama: aunque alerta de riesgos, como la extendida polarización entre las audiencias, abrumadas además por el factor de veracidad que arrastran las incógnitas sobre la IA aplicada a la información (y suma además a esta preocupación la generalizada «desconfianza» hacia los medios), no deja de sostener, cuando se trata de facturar informaciones a flor de piel, la importancia de dar «contexto» al conjunto del relato. Una recomendación que abrocha en su tesis final: «La mayoría de la población todavía confía en nosotros: no tendríamos que alejarnos de nuestra esencia».
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión