El 9 de abril de 1977 el Gobierno de Adolfo Suárez legalizaba el Partido Comunista de España. Fue hace 44 años. Meses antes, en febrero, los comunistas presentaban su documentación para ser inscritos en el registro de asociaciones y poder presentarse así a las primeras elecciones democráticas tras la dictadura franquista, las del 15 de junio, con Santiago Carrillo como candidato a presidente del Gobierno.
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Suárez aprovechó el paréntesis festivo del Sábado de Gloria, en plenas vacaciones de la Semana Santa, para sortear la presión que se originó en el estamento militar por la legalización, que tocaba uno de los puntos neurálgicos del régimen franquista: la prohibición del Partido Comunista. Un verdadero tótem de la dictadura. Había ambiente de ruido de sables y con el tiempo iremos sabiendo cuál era la correlación de fuerzas real detrás de los cambios que comenzaban a percibirse. En buena medida, la legalización del PCE era todo un punto de inflexión de los nuevos tiempos que se avecinaban; la decisión simbolizaba una voladura controlada del sistema, a pesar de que implicaba una voluntad de transitar de la vieja legalidad de la dictadura a una nueva legalidad constitucional. Y eso que el PCE que llegaba a este incipiente deshielo democrático era lógicamente distinto al combativo durante la Segunda República. El Ejército republicano, en parte, pudo sostenerse cierto tiempo por la disciplina organizativa del comunismo español.
El PCE dio un giro estratégico en 1956 al abrazar la política de reconciliación nacional, la superación de las 'dos Españas', y ponía las bases de su espíritu pactista de la Transición, dando luz verde a la Constitución de 1978, que incluía la Monarquía parlamentaria. Aquel PCE se estrelló en las urnas en los comicios de junio de 1977 y no capitalizó el protagonismo antifranquista que había tenido en los últimos años. Salió mejor el PSOE, cuya renovación auspiciada en Suresnes por Felipe González y Alfonso Guerra tenía el beneplácito de la socialdemocracia alemana, que no quería que el peligro eurocomunista se extendiera por el sur de Europa. Sobre todo después del experimento portugués de la Revolución de los Claveles de 1974.
Todo esto es un contexto de geopolítica, pero también de nostalgia. Ha llovido bastante desde entonces y las siglas históricas del PCE, que precisamente el 14 de noviembre de este año cumple 100 años como partido -después de una escisión surgida del Partido Socialista Obrero Español al calor de la III Internacional- logran tener un peso cualitativo en el Ejecutivo de coalición entre socialistas y Unidas Podemos. Para algunos, hablar de comunismo es como exhibir una reliquia histórica. Pero debe encerrar su importancia cuando aún debatimos sobre ello. El binomio PCE-IU es una pieza clave del espacio que existe a la izquierda del PSOE en torno a Podemos. Por primera vez, un líder del PCE, su secretario general, Enrique de Santiago, se incorpora al Gobierno directamente como secretario de Estado de la Agenda 2030, dependiente del Ministerio de Derechos Sociales. Por primera vez, una vicepresidenta del Gobierno de España, en este caso la tercera y con la cartera de Trabajo como es Yolanda Díaz, es militante del PCE y acredita en su haber una trayectoria ligada al mundo de IU y de Comisiones Obreras. Se podrá estar de acuerdo o criticar ferozmente al Ejecutivo de coalición, pero el dato cierto es que los comunistas están en la sala de máquinas del poder en España y el mundo no se ha hundido como pronosticaban los más apocalípticos.
Por eso, cuando la hipérbole exagera y distorsiona la perspectiva de las cosas es bueno recordar el pasado. Por ejemplo, que fueron esas generaciones de comunistas, muchos de ellos ya muy mayores o que se han ido, los que se batieron el cobre en defensa de la democracia. Fueron muchos de esos comunistas los que, después de la matanza de Atocha, clamaron pacíficamente por las calles de Madrid contra la ultraderecha sin caer nunca en la venganza. Fueron muchos comunistas los que fueron la vanguardia, junto a los socialistas, en la movilización social contra el terrorismo de ETA. Mientras tanto, muchos de ellos asisten desconcertados a un pulso electoral en Madrid en el que se han convertido en munición de alto calibre o en pieza de caza mayor de las estrategias de determinados partidos. Las hachas de la confrontación fue precisamente lo que intentaron enterrar los comunistas antifranquistas para traer algún día la libertad a este país. No fueron solo ellos quienes lo hicieron, ciertamente, pero sin ellos no hubiera sido posible.
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