Para asistir a una junta general de la sociedad mercantil del Valencia CF era preciso tener nueve acciones. Pero ahora, tras los cambios que se ... aprobaron hace poco, se necesita acreditar en propiedad 3.598 acciones, 400 veces más. Reunir esa cifra no es fácil; aunque ese paquete de acciones no es más que la milésima parte de los 3'59 millones de papelitos de 6 euros en que se divide el capital social, asistir ahora a una junta del Valencia es mucho más esforzado, dónde va a parar, que estar en las magnas asambleas de empresas de campanillas incluidas en el IBEX. En Iberdrola, o en el Banco Santander, si no he leído mal, basta tener una sola acción, aunque luego el inversor se encuentre con delicados mecanismos que administran la democracia oratoria. En Caixabank, qué interesante el dato, la cifra está en el millar de acciones.
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En mi pueblo se está preparando una manifestación en demanda de que el propietario del Valencia CF se vaya cuanto antes o, en el mejor de los casos, «reoriente» su gestión. Pero, claro, la primera opción no parece viable, dado que Peter Lim es propietario de 2'9 millones de acciones, el 83% del total, y eso es mucho para tirar la toalla y dejarlo todo, salvo que surja un comprador que le compense los desvelos. En cuanto a la segunda alternativa, cambiar una gestión que disgusta a los clientes... mister Lim se limita a señalar -bucle perverso- que la última junta general aprobó sus sabias decisiones.
Yo entiendo que lo que hago -meter a una sociedad anónima deportiva en el mismo saco de comparaciones que una mercantil regulada por la CNMV- puede ser un error de partida. Pero no sé a dónde nos llevaría comparar al club de nuestros amores con cualquier teatro o cine. Hablamos del mundo del espectáculo y pocas empresas de ese sector, da casi igual que fueran privadas que públicas, resistirían lo que vamos a ver el sábado en Valencia. Que sin duda va a ser una manifestación bastante más ácida, comprometida, unitaria, decidida, enfadada y numerosa que la que hace muy poco recorrió las calles del centro para pedir una mejor financiación de la autonomía.
¿Se arreglan las cosas con manifestaciones? Por lo general, no. Pero sirven, como ahora se dice, para «visualizar» problemas. Y este, el del Valencia CF, es un problema muy digno de respeto y atención. Porque nos señala, oh Dios, que la propiedad -sobre todo cuando está falta de cercanía, de afecto al consumidor y no procura ni un mínimo barniz democratizador- puede llegar a parecer un robo. Al menos, entiéndanme, el rapto y esterilización («rebordoniment», vaya) del alma de una institución centenaria.
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