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Olores

El centro neurálgico de nuestro tesoro de aromas remite al hogar, a los nuestros, a la familia

Martes, 11 de enero 2022, 00:04

Unos pocos días sufriendo los efectos de la pérdida parcial del sentido del olfato han hecho girar mis emociones sensitivas de forma obsesiva sobre la ... trascendencia de los aromas. Es el shock que te bloquea cuando por más que aspires, te acerques, frotes, el jamón no huele a jamón, el vino no huele a vino, el desodorante es inodoro, la cocina es neutra. Especialmente en los días de Navidad, cuando son los aromas una parte esencial de la felicidad y la nostalgia. Las velas, el acebo y el musgo. El azúcar con el vino y la canela, el horno humeando a bizcochos hinchados para rellenar. Las cazuelas borboteando de gallina, nabos, pancetas. El sofrito esperando a los besugos. El Año Nuevo y su cabrito desprendiendo aromas de monte mientras adquiere su color tostado tan prometedor. En las casas todo se entremezcla. Es un festín de los efluvios culinarios y las fragancias festivas de los invitados que se mueven entre un vaho de calor que sale de la cocina y envuelve todas las estancias. Hasta que no lo perdemos no sabemos hasta qué punto es un material imprescindible en la estructura del alma. De lo que nos permite tener conciencia de nuestra existencia, de nuestro pasado; del impacto de las experiencias de la vida en las arrugas del espíritu.

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Porque casi siempre recurrimos a la metáfora de que tal canción forma parte del disco duro de nuestra existencia. Sí. Pero menos. No se puede comparar el impacto anímico, cerebral, epidérmico, de unas peras al vino borboteando efluvios de canela en el fogón o un bizcocho haciéndose en el horno soltando aromas de mantequilla, huevo y cascara de limón, con alguna melodía de Mari Trini. No hay color. Porque además, el centro neurálgico de nuestro tesoro de aromas remite al hogar, a los nuestros, a la familia. A lo más íntimo y por tanto lo más valioso. Curiosamente ahora que la pulsión de los regalos nos hace más sensibles a la publicidad, las estrellas son los perfumes, pero ninguno recurre a evocar nuestros aromas del hogar. ¿A qué huele lo de Paco Rabanne? ¿A rábano? Los creativos apuestan por 'Eau de...' (Agua de). Pero el agua no huele. A no ser que le pongas su puerro, su zanahoria, su cebolla, su cabeza de merluza y su granitos de hinojo. Agua o brillo de oro y purpurina que tampoco huele a nada. Y, en el mejor de los casos, una manada de lobos detrás de Johnny Depp. O motos vintage atravesando el desierto con actores vestidos de chupas sudadas. Tampoco tiene que oler ni nada. Al final yo creo que la gente se regala esos frascos tan prometedores de mar y desierto, pero luego no se los pone. Prefiere sus familiares colonias y los perfumes que le bañaban de bebé.

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