Es de las que menos modificaciones ha sufrido de cincuenta a sesenta años a esta parte. De no haberle abierto, para ensanchar la calle de Navellos, el tremendo boquete que las exigencias del tránsito demandaban, estaría igual. De allí han desaparecido dos establecimientos, uno de ellos muy clásico, 'Ca Colau', la pastelería encumbrada por sus riquísimos 'cocots' de pescado y carne; el otro, la antigua farmacia de Roncal, en la cual 'tertuliaban' algunos destacados 'galenos' y en la que el dueño, don Domingo Roncal, además de farmacéutico sentíase reformador ciudadano, y con voz gangosa trazaba líneas a diestra y siniestra del plano de Valencia y lo transformaba todo.
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Lo demás continúa intacto: la gótica puerta de la Catedral, con sus mutilados apóstoles y con el Tribunal de las Aguas los jueves; la fachada de la Real Capilla de Nuestra Señora de los Desamparados, con sus aburguesados balconcillos; el arco que une este templo con la Catedral; la casa vestuario y las dos o tres lindantes, de traza modestísima: la magnífica finca de los señores de Reig, con sus plantas bajas, ocupada una por la librería católica de Badal y la otra por una expendeduría de la Lotería Nacional; y finalmente la restante parte de la plaza, donde hallábase el café del Cid, uno de los más antiguos de Valencia, y dos o tres viejas y pequeñas casitas, que desaparecieron casi todas al abrirse el boquete que mencionamos. Nota decorativa de esta plaza es la ancha fuente, donde debía colocarse la estatua del canónigo Liñán, en acción de gracias por haber traído a Valencia el agua potable, y del que nadie se acuerda ya. Otra nota antañona era el cacahuero que se colocaba en la esquina de la plaza con la calle de Caballeros.
Esta era la plaza. ¿Su vida? ¿Su ambiente? En los días ordinarios, silenciosos, cuando todavía no circulaba el tranvía por las calles ni el tráfico de los trenes de la Sociedad Valenciana llevaba y traía a montones de la gente de la huerta a la ciudad y viceversa, las mañanas eran de un sosiego encantador. Los canónigos y beneficiados que iban a cumplir sus deberes a la Catedral y los fieles que acudían a postrarse ante la Patrona; las tardes era el templo de la Virgen el que producía todo el movimiento, obligada visita de muchísimos valencianos , y, ya anochecido, estación también obligada de las familias que habían ido al Paseo de la Alameda y con sus coches acudían a dicho templo para rezar a la Virgen la obligada Salve.
Pero esta estampa cambiaba completamente los días de Nuestra Señora de los Desamparados y Corpus Christi. ¡Qué pincel sería preciso para trazar en un cuadro toda la vida, toda la luz, todo el color de la plaza de la Virgen de esos días! ¡Qué dos lienzos podían pintarse! Porque de mayo a junio, en luz, color y ambiente va mucho, y no es la misma estampa la de la plaza atravesándola la Patrona que aquella otra saliendo el Santísimo Sacramento, bajo el palio, por la puerta de los Apóstoles.
He aquí, lector, dos estampas que han sufrido pocas variaciones de antaño a hogaño, y muchos años que pueda decirse esto. Cambiad un poco el traje de las gentes, y todo parece igual.
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