Así se levanta 321 días después una casa arrasada por la dana del 29-0
Desde el 29 de octubre de 2024 hasta el 15 de septiembre de 2025 se pasa por todas las fases necesarias -adrenalina, depresión e ilusión- para volver a empezar
El pasado lunes 15 de septiembre, 321 días después de la dana del 29 de octubre, se abrió la puerta de la calle Buñol, 13 ... de Chiva –la casa de mi madre y antes de mis abuelos– para terminar la destrucción y comenzar la reconstrucción de una vivienda arrasada por el agua. Mi amigo Armando giró la llave y entró con su cuadrilla con el objetivo de que el próximo verano la casa, con vistas al barranco, esté habitable. La travesía ha sido muy larga.
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Martes, 29 de octubre de 2024 El día de la dana
A todos nos pilló la riada en Valencia. Por la mañana llovía mucho en Chiva pero salimos hacia Valencia, donde no cayó ni una gota. Por la tarde, a través de whatsapp llegaron los vídeos, las peores noticias y la incertidumbre. Mi madre, sobre las nueve de la noche, pudo hablar con Pili, una vecina de la otra orilla del barranco de Chiva. «Pili, por favor, dime por dónde va el agua». La respuesta: «Mari, si saco la mano por el balcón la toco». Un caudal de unos diez metros de altura. La destrucción.
Miércoles, 30 de octubre. La incertidumbre
Chiva se queda incomunicada. Es imposible hablar con alguien. Hay fogonazos de cobertura. Se ha hecho noche en Valencia. Lo primero, saber que mi mujer y mis hijos están bien. Lo están. Y mis amigos y gente cercana. Sobre la casa, mi hermano me adelanta que está destrozada, se lo han dicho. Su amigo Vladi ha pasado por la puerta: «De momento, no traigas a tu madre».
Jueves, 31 de octubre. Llegada a Chiva
Aborto la operación de ir el 30 de octubre por la noche cuando me dicen que hay un carril abierto de la A-3. Mi familia me pide que compre comida. Llego al mediodía. Me impacta la cola del racionamiento en el supermercado. Dos besos a todos, descargo y me voy a casa de mi madre. Kilómetro cero de la dana. Barranco de Chiva. La imagen es terrible. La casa está destrozada, los daños estructurales son evidentes y la duda de si volveremos a vivir ahí. Saco cuatro recuerdos que dejó en casa de Paco y Guadalupe.
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De inmediato, a sacar trastos. Todo va fuera. No da tiempo a seleccionar. Los tractoristas, el bendito ejército de Chiva, trabaja sin descanso en colaboración con las palas excavadoras. Todo va a los remolques y las piezas más grandes son aplastadas por las palas.
En casa empieza a entrar gente. Amigos, conocidos, anónimos.. que trabajan sin descanso. Dos días después de la dana, el estado es todavía catatónico. En una tarde, somos capaces de sacar la mayor parte de los muebles de la vivienda. No hay tiempo para intentar salvar nada. En ese momento, la adrenalina domina tu cuerpo.
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Viernes, 1 de noviembre. Apuntalar la casa
Seis de la mañana. Mis hijos dicen que vienen conmigo: 14 y 17 años. Subes a casa, abres la puerta y enseguida tienes gente por todos los lados. Cada vez más y más gente. Pierdes el control. Trabajan como si fuera su casa. Sacas el resto de muebles, vajillas, libros... Los tractores van y vienen sin descanso y todo el mundo ayuda a cargar.
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Saneas muros, derrumbas paredes y tiras falsos techos sin tener conocimientos de albañilería. Haces lo que puedes.
Y sacas barro, muchísimo barro. Sin botas de agua, sin mascarillas, sin medidas protección porque nadie te ha explicado que las tienes que llevar. No hay militares, no han llegado. La infantería es tu vecino.
Decides en segundos. Pasa algún técnico, te dice: «bien, la casa va a aguantar. Apuntala». La ayuda no la buscas. Sale. Vamos a casa de Juanmi, y traemos puntales. Con Marcos, que sabe de que va el tema, más puntales. Y marca; aquí, aquí, aquí... En una tarde y una mañana, la casa está lista. La adrenalina nos convierte en superhéroes. Te sientes invencible. El pasaje es desolador pero no hay espacio para la pena. Trabajas en positivo, hacia adelante e incluso te sientes orgulloso de ordenar el caos. Ese día mi madre ve la casa. Entra, una última vuelta, tres minutos y fuera. No hay tiempo para lamentos.
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Sábado, 2 de noviembre. Desconexión
Ese día no pasas por casa. Desconectas ayudando a otros. Hay mucho trabajo en Quart, en la fábrica de la familia de mi esposa. Hay que sacar toneladas de cacao. De Chiva llegan noticias: parece que el ejército por fin ha desembarcado y hay varias personas intoxicadas en un garaje.
Domingo, 3 de noviembre. Todo en orden
Por la mañana pasas por casa y todo está en orden. Ningún puntal está en el suelo. Hay runrún sobre la visita real, abortada tras los altercados de Paiporta. Los soldados pasean, algunos impolutos, recién llegados. La niña, a mi vera. El chaval, arriba de un dúmper ayudando y a comer al rancho de la peña taurina. Mi mujer y su amiga Olga, arreglan la vista gorda de servicios sociales. En la Mutua, la gente saca barro por las ventanas del sótano. Por la noche, vacío, colapsa y cae a plomo. La tragedia se ha evitado. Marcial, el arquitecto, vuelve a pasar por casa. Observa, valora y concluye: «Habéis hecho un trabajo cojonudo».
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Lunes, 4 de noviembre. Horizonte: reconstrucción
Es el primer día del resto de los días. La adrenalina da paso a otros sentimientos. Un proceso que se mueve entre la orilla de la asunción y la depresión.
Miriam, que es notaria, me llama y me dice que ha hecho un informe de la casa, como del resto de las casas del kilómetro cero. Generosidad. Los chavales siguen sin ir al colegio. Los primeros días matan el tiempo de la mejor manera, ayudando. Siguen de aquí para allá quitando barro, descargando ropa, clasificando comida... Un máster para el futuro.
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Es el momento de cambiar la pala por el ordenador para gestionar las ayudas. Se anuncian vía decreto. Las de la Generalitat llegan pronto a la cuenta corriente. Es la primera cifra para sumar.
Mi madre habla con el seguro que deriva al Consorcio. El Gobierno también anuncia ayudas, que no llegan, porque la propietaria de la casa no está empadronada en la calle Buñol, 13. Desde Delegación te tratan de vender la moto de que tu ayuda es la del Consorcio, pero no somos tontos, porque llevamos toda la vida pagando una póliza que implica derechos y obligaciones. Las aportaciones de Amancio Ortega también llegan, y nos toca la parte correspondiente que reparte el Ayuntamiento.
La adrenalina se ha ido como un gotero con el paso de las semanas y de los meses. El Consorcio, tras una montaña de papeles y fotografías como Dios manda, te anuncia la tramitación y la visita, meses después, de un perito eficiente y parco en emociones. Hemos tenido suerte porque otros aún esperan. Semanas después llega la aprobación de una cantidad que nos permitirá levantar de nuevo la casa.
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Mientras tanto el turismo de catástrofe deja de venir. Chiva se acostumbra a su paisaje, al del barro seco, al de la maquinaria que trabaja en el cauce del barranco colocando unos rulos para evitar futuras tragedias.
Ya no hay subidón. Hay pena, mucha pena. Algunos tapian la puerta de su casa para no volver a entrar. La fachada disfraza la ruina interior. A otros les derriban la casa directamente con la promesa de unas ayudas que no van a ser eternas. El que puede levanta un muro en el solar de la casa en la que nació. El Ejército también se va y se le despide con honores.
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Durante meses no hemos podido entrar en casa para iniciar la reconstrucción. Chiva convive con el paisaje que ha dejado la dana. En la calle San Isidro están peor. Ni siquiera han podido entrar a limpiar el duelo y encima les han entrado a robar. En el barrio de Bechinos, memoria e historia de Chiva, han empezado a derribar casas. En la calle Buñol empiezan las obras con el calor pero el verano ha sido diferente. Mi madre, por primera vez en su vida, veranea en su pueblo de alquiler. El constructor ya nos ha enseñado sobre el plano la idea de reconstrucción.
Lunes, 15 de septiembre. Empieza la obra
Entra la cuadrilla. En un plis plas reducen a escombros lo que queda en pie. La idea es hacer una casa más funcional y segura. Hoy, a última hora de la mañana echarán el hormigón sobre el mallazo. Con suerte, mi madre dormirá allí en Semana Santa.
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