40 años de ayuntamientos democráticos
Las primeras elecciones tras la Constitución fueron el 3 de abril de 1979
F. P. PUCHE
VALENCIA.
Sábado, 30 de marzo 2019, 23:55
En medio del intenso ambiente electoral de estos días, la memoria y la nostalgia nos lleva a unas elecciones que hicieron historia en la nueva democracia española. Se celebraron el 3 de abril de 1979 y fueron las primeras que, tras la Constitución, renovaron a los integrantes de más de 8.000 ayuntamientos españoles. Tras la histórica votación de 12 de abril de 1931, que propició la II República, pocas van acompañadas, en los recuerdos, de un perfume tan acentuado de ilusión de cambio en nuestros pueblos y ciudades. En Valencia, esas elecciones primeras las ganó la UCD, que sacó casi dos mil votos más que el PSOE; pero los socialistas, en alianza con el Partido Comunista, hicieron alcalde a Fernando Martínez Castellano.
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Todo era nuevo en la política española de 1979. Se acababa de estrenar la Constitución, aprobada en referéndum el 6 de diciembre de 1978, y estaba casi a punto un Gobierno, presidido por Adolfo Suárez, salido de las urnas en las elecciones del 1 de marzo de 1979. El 1 de abril de ese año, en Valencia, nadie quiso recordar que se cumplían cuarenta años del fin de una guerra civil antigua; primaba otra realidad, más acuciante y esperanzadora. La ciudad, que el día final de la campaña electoral quedó sembrada de octavillas, se disponía a renovar su Ayuntamiento tras varios años de espera.
Valencia ciudad tenía entonces 552.000 electores, a los que se presentó una oferta de 14 candidaturas. De ellas, nueve al menos eran, por sus nombres, de matriz comunista, revolucionaria o de izquierdas, una novedad chocante para un electorado que salía de largos años de ayuno. Con todo, los partidos que concurrieron con posibilidad ciertas de obtener alguno de los 33 escaños fueron la UCD de Adolfo Suárez, el PSOE de Felipe González, el PCE de Santiago Carrillo y, entre los valencianistas y nacionalistas, la Unión Regional Valencianista, que tuvo el acierto de presentar, como independiente, a Vicente Blasco-Ibáñez Tortosa, nieto del escritor y político valenciano.
La jornada electoral fue ejemplar y se caracterizó por la ausencia de problemas, salvo la presencia en las mesas de papeletas de tres partidos que decidieron no presentarse en el último minuto, un problema que se subsanó a las dos o tres horas de votación. Ni que decir que los medios de información en las mesas y escrutinio fueron primarios; el teléfono de fichas y las pizarras con tiza siguieron siendo la principal herramienta en los organismos oficiales, en un tiempo en que las actas aún se llevaban a mano a Gobierno Civil.
Ilusión y abstención
Pero había en el ambiente mucha ilusión de cambio y una extendida esperanza de que la nueva vida democrática haría que las ciudades y pueblos encontraran caminos despejados para resolver sus problemas, aparentemente eternos. Sin embargo, esa ilusión no se reflejó en las urnas como se esperaba: un efecto de cansancio hizo que la abstención, de solo el 28% en las elecciones generales, se elevara hasta el 38% de media en estas municipales. Uno de cada tres españoles, según se publicó, no fue a las urnas en esa ocasión, quizá impresionado por la gran concurrencia de listas, que acuñó el término «sopa de letras» de partidos.
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El destino del cauce del Turia, claro desde que el Rey, en 1976, dio a la ciudad la propiedad del río, y la urbanización del Saler, que Ramón Izquierdo había parado cautelarmente a su llegada en 1973, fueron los temas principales de las elecciones.
Blasco-Ibáñez Tortosa fue concejal, con algo más de 17.000 votos. Los demás escaños, hasta 33, se repartieron, tras un escrutinio público que tuvo gran concurrencia: el PCE, que sacó seis, con Pedro Zamora al frente, y la UCD y el PSOE, que obtuvieron trece asientos cada uno. La lista de UCD la encabezó el jurista Miguel Pastor, seguido de José Luis Manglano y con José Luis Olivas en el número cinco. La del PSOE tuvo en cabeza a Fernando Martínez Castellano, seguido de Ricard Pérez Casado y otros destacados militantes como Millán, Real, Cabrera, Lloret, Garcés o Micó, que habrían de tener fuerte protagonismo como concejales.
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Sin preparación anterior, sin conocimiento de la compleja administración municipal, como es natural, todos ellos accedieron al Ayuntamiento con un fuerte bagaje de ilusión de cambio. El choque con la realidad fue duro para todos ellos, entre otras cosas porque la ciudad estaba muy atrasada y falta de medios, necesitada de amplias dosis de modernización. Pero cumplieron todos, en dos etapas: la primera, muy breve, con el socialista Fernando Martínez Castellano como alcalde; y la segunda con Ricard Pérez Casado al frente. El PCE de Pedro Zamora se mostró siempre muy trabajador y colaborador y el curtido Vicent Garcés cumplió en todo momento su papel de «engrasador» de unas relaciones que no eran fáciles entre las dos formaciones de la izquierda.
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