A Rubén Baraja ya lo están dejando solo antes de empezar. No le han comprado al jugador más desequilibrante del pasado curso, Kluivert, al Bournemouth ... por 12 millones; no le renuevan a Lato, con quien contaba, y se va gratis al Mallorca; y hasta su segundo, Marchena, ha pegado la espantada visto el percal que se avecinaba. Después de cuatro años de atonía competitiva, de engaños a técnicos y aficionados, Meriton amenaza con una quinta temporada parecida. Y lo que es peor: ya no se molesta en disimularlo.
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Nadie explica qué pretende porque es imposible explicar la nada. Solo el valencianismo mantiene en pie al Valencia a la espera de que el próximo presidente autonómico, Carlos Mazón, convierta sus palabras de ayudar en hechos. Y que no sea humo como el de supuestos inversores interesados en comprar el club de Mestalla, como 'Net de Guerrers' hace dos años, empresa declarada ahora insolvente por un juzgado de Valencia, según ha desvelado El Confidencial.
El zorro en el gallinero. Sorprende la contratación de Carmelo del Pozo como número 2 de Miguel Ángel Corona en la dirección deportiva del Valencia. No porque se vea lastrado por sendos trabajos poco afortunados en el Hércules y en el Deportivo, con quienes bajó de categoría, sino por su carácter intervencionista. A Del Pozo le gusta intervenir en todo y, curiosamente, llega a una entidad teledirigida con el mano a distancia desde Singapur, con un director deportivo encantado de pegar la 'cabotà'.
Catalán tampoco ofrece una hoja de ruta. Gente tan lúcida como Gabriel Salinas o Manuel Illueca han introducido un debate sobre el presente del Levante. ¿De verdad tenemos un club democrático si la Fundación depositaria del 60% de las acciones está controlada por el presidente? ¿Preferimos una entidad con capital valenciano, aunque sea una categoría inferior, o abrirnos a la entrada de fondos de inversión? Ahora que toca gestionar la escasez por culpa de haberlo fiado todo a un ascenso frustrado por el penalti absurdo de Rober Pier, Quico Catalán debe dar la cara.
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La UEFA, al igual que la Federación española, saca músculo contra el débil y se arrodilla ante el fuerte: sanciona a Osasuna, fuera de la próxima edición de la Conference, por un partido amañado en 2014, pero, en cambio, hace mutis por el foro respecto a los 17 años en los que el Barça pagó 7,5 millones al vicepresidente de los árbitros, Enríquez Negreira. La UEFA, a su vez, ha sancionado con apenas cuatro partidos a José Mourinho, técnico de la Roma, después de su matonismo al ir a increpar al árbitro de la final de la Liga Europa al aparcamiento del estadio Ferenck Puskas de Budapest.
Nnaji es menos que Vinicius. La sanción exprés al Valencia por parte del Comité de Competición, cierre de una grada de Mestalla cinco partidos, iba a ser ejemplarizante. Pero cuando quienes insultan con gritos racistas al jugador negro del Barça de baloncesto James Nnaji, antes de la final de la Liga ACB, son aficionados del Real Madrid, no pasa nada, no representan a nadie, no abren ningún periódico de información general, no se identifica al autor de los insultos, no se castiga al club al que pertenecen.
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