Vicente, Paquita no te olvida: la esquela que se publica cada 13 de septiembre, 24 años después
Viuda desde el año 2001, una vecina de Albal mantiene viva la fidelidad a su fallecido esposo, cuya memoria honra con el mismo mensaje año tras año: «Me queda el bello recuerdo y todo tu amor»
Paquita Llopis tiene 76 años, está jubilada y vive en Albal. Es viuda desde hace 24, cuando falleció su marido, Vicente . Se conocieron por casualidad, ... cuando él acudía a casa de la tía de ella, dedicada a la tarea de doblar papeles en casa para diferentes negocios de artes gráficas, como el que Vicente dirigía. Ella, del Cabanyal; él, del barrio de Jesús. Boda en el barrio de la Fuensanta, donde Paquita vivía por entonces, y una vida de esfuerzo y sacrificio para sacar adelante su empresa, radicada primero en Valencia y luego en Albal. Vivieron tanto en la capital como en esta finca de la calle Acequia de Favara donde ella reside ahora, sola desde que perdió a Vicente. Vidas como tantas otras, vidas en las que tan fácil parece reconocerse. Vidas presididas por un atributo sin embargo formidable: un encendido y profundo amor que todavía pervive. Lo prueban las palabras emocionadas con que ella recuerda aquel lejano tiempo de idilio y sus 30 años de matrimonio. Y lo corrobora la costumbre que Paquita adoptó en el año 2001, cuando un grave contratiempo en la frágil salud de su esposo («Él ya sabía que estaba mal pero no me lo decía para no preocuparme», dice) acabó con todas esas décadas de hondo enamoramiento y dichosa armonía: desde entonces publica una esquela en este periódico para obtener una doble satisfacción. Por un lado, porque aspira a que el nombre de su idolatrado esposo no se olvide. Por otro, porque de esta sencilla manera también perpetúa en cierto modo el romance que les unió en vida.
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El texto que acompaña la esquela da cuenta de ese arraigado sentimiento que Paquita desgrana también en conversación con este periódico, para el que por cierto trabajó Vicente desde su taller: Encuadernaciones Vicente Gómez Valentín. Son frases muy sinceras, muy tiernas. «A un hombre bueno que vivió y dejó vivir», puede leerse como encabezamiento. «Te fuiste en silencio», prosigue, «como fue tu vida, hicimos el viaje de la vida juntos con todo el esplendor de nuestra juventud y nuestro amor, fuimos felices juntos y ahora te has ido sin mí, es el último viaje pero me queda el bello recuerdo y todo tu amor». Y concluye con estas palabras: «Lo nuestro es eterno, jamás te olvidaré. Tu esposa, Paquita». Ella lee el texto, dedicado «a un hombre muy amado», mientras atiende a LAS PROVINCIAS y acompaña su lectura de otras similares, papeles que guarda en su hogar, donde se expresan sentimientos tan arrebatados como los contenidos en la esquela. Una ternura semejante.
Ocurre que Vicente vencía su indómita timidez mediante el procedimiento de declarar su amor a Paquita vía papelitos. Su viuda, que los tiene siempre muy a mano, recurre a ellos para dibujar el admirable vínculo sentimental que forjaron en vida y que resiste al paso de los años y a la soledad que distingue hoy sus días. Y son además un consuelo, porque ayudan a reparar no sólo la pérdida de quien fue su gran amor, sino el triste final que le acompañó. Sufrió un grave contratiempo el 6 de septiembre del año 2001, ingresó en el hospital en Cuidados Intensivos y falleció una semana después, sin haberse podido despedir de su amada. Ni ella de él. Un amargo adiós que aún percute en el ánimo de Paquita, quien se emociona mientras lo cuenta, pero que encuentra algún alivio en esos papelitos que guarda en casa y cuyos mensajes comparte con las visitas. «Son bonitos, ¿verdad?», suspira.
Y son además unos escritos que contribuyen a recordar al difunto según la misma lógica que opera en esa esquela que publica este diario cada 13 de septiembre. «Se me ocurrió después de publicar la primera y así seguiré. Pregunté en LAS PROVINCIAS si estaba mal que lo hiciera y como me dijeron que no…». Detiene unos segundos su relato, contiene la emoción y prosigue su explicación con un tono animoso, porque aunque sufre los achaques propios de la edad, es una mujer resuelta que no se arredra ante las penalidades. Ninguna superior a la muerte de Vicente, desde luego. La pareja no tuvo hijos, un factor que explica tal vez ese profundo vínculo que les unía y justifica el hábito que ella adoptó al poco de perder a su marido. «Iba cada día al cementerio, que me queda cerca de casa, y lloraba mucho, mucho».
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Con el tiempo, esa costumbre que tanto le entristecía declinó. Ahora va menos pero persevera en el recuerdo de Vicente mediante ese otro ritual: la lectura de los escritos con que él le manifestaba su amor, que le hacía llegar de forma inesperada, cuando sentía un arrebato, pero que además cumplían un protocolo anual. Cada 3 de agosto, cuando se conmemoraba la fecha en que se hicieron formalmente novios, Vicente le sorprendía con uno de estos textos que Paquita lee ahora con admirable brío. Por ejemplo: «Eres la fuerza y vigor de mi alma». Y luego apunta: «Es que Vicente era muy reservado, muy tímido, pero también muy romántico». «Prefería decirme estas cosas así, porque le gustaba mucho escribir», rememora.
Los recuerdos se van diluyendo en la sofocante tarde del final del verano pero la voz de Paquita no se marchita. Tampoco la memoria de su enamorado Vicente, a quien tiene intención de seguir honrando el 13 de septiembre del próximo año, cuando se cumpla un cuarto de siglo de su fallecimiento. Ella parece conforme con la vida que lleva. Dice que le ayudan mucho sus vecinas, para quienes reserva palabras de enorme gratitud, aunque siente que le aguijonea el ánimo el fantasma de la soledad. «Desde que falta Vicente»… Puntos suspensivos. Es una frase a la que Paquita se agarra durante la charla, porque apoyada en ella fluyen los recuerdos como en cascada. Ninguno superior al que abrocha sus palabras finales: «Estaba muy enamorado de mí y yo de él. No lo podíamos evitar». Y una frase postrera que ayuda a entender que siga sin olvidar a Vicente, ese gesto anual de la esquela en LAS PROVINCIAS: «Mi marido era una bellísima persona. Siempre nos tuvimos el uno por el otro».
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