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Mustapha empieza con cangrejos y llisses
«En El Palmar he encontrado la tranquilidad que buscaba», afirma el primer extranjero que accede a un redolí en la Albufera
El Palmar, 775 anys de pesca artesanal. Els nostres orígens, la nostra identitat'. Esta es la leyenda escrita bajo el escudo de la Comunitat de ... Pescadors de El Palmar, impresa a la altura del pecho en la camiseta con la que Mustapha Jobe ha salido a faenar. Este senegalés de 39 años está reescribiendo en las últimas horas la historia de esta actividad en la Albufera. «No lo había pensado, pero es así», responde con una sonrisa: «Tengo otro primo que también fue el primer africano que compró un barco pesquero en Gandia. Ahora ya tiene dos».
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El despertador de Mustapha suena antes de las 6 de la mañana de lunes a viernes. Aunque no se lo crean, esto ya es para él un lujo y un alivio: «Ahora vivo aquí, en El Palmar, pero antes venía todos los días desde Gandia. Se me iban 150 euros al mes sólo en gasolina». Pero ahora reside en un estudio en la pedanía, lo que le permite ahorrar tiempo y dinero: «Me ha costado, no es nada fácil encontrar vivienda».
Pero ya la tiene, y ahora está decidido a quedarse mucho tiempo a vivir junto a un lago que también es su lugar de trabajo. Mientras prepara la temporada de la anguila, que llegará hacia finales de año, Mustapha faena en la barca que le vendió Paco, un hombre que ahora se dedica al cultivo del arroz. «¿Cómo te ha ido hoy?», le pregunta a gritos otro hombre cuando el pescador llega por la acequia hasta el punto de descarga de la cofradía. «Bien, hoy he cogido sobre todo cangrejos. Dos capazos, y uno de llissa», responde mientras da los últimos golpes de perxa.
Pero no, en realidad ha sido un día flojo. En la cofradía le dicen que mejor no capture cangrejos, que hay menos demanda, incluso hay en los congeladores y que es mejor que traiga peces. Mustapha da el ok y regresa a su pequeña embarcación para limpiarla. Un par de gatos se acercan, le miran a los ojos y le maúllan. «Ahí tenéis», responde a los felinos, que asumen desde un primer momento que deberán compartir la presa. Empiezan a devorar un trozo de pez pero, tras un segundo de duda, huyen bajo un coche, no vaya a ser que alguien les arrebate su tesoro. Supervivientes natos, igual que Mustapha, el primer extranjero que ha entrado en el sorteo de redolins en siglos de historia de la Comunitat de Pescadors de El Palmar. Se ha beneficiado de una medida excepcional en la cofradía ante la falta de relevo generacional, y de la que se ha beneficiado también un matrimonio de Sollana que no son hijos de pescadores.
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Hasta que Mustapha se ha asentado en El Palmar ha protagonizado una auténtica odisea en la que la pesca siempre ha estado presente. «Mi padre y mi abuelo desarrollaban esta actividad, en Senegal también se captura llissa y cangrejo, igual que el pez guitarra», comenta. En Saint-Louis, de donde procede, también hay un lago con cierta similitud a la Albufera. Hace 18 años decidió que se haría como cada día a la mar, pero en busca de un futuro mejor que el que le ofrecía África. Zarpó a bordo de una patera con una única ventaja: «Que entiendo de barcos y sé si están en buenas condiciones. En medio del océano, si ocurre algo, saber nadar no sirve para nada. Te quedas helado en el agua y si no, te cansas y acabas ahogándote igualmente».
Pero su viaje llegó a buen puerto. Llegó a Canarias y un mes después fue trasladado a la Península, donde entró por Málaga, donde permaneció seis meses. «Al principio, cuando no tenía papeles, todo era muy complicado porque tenía que trabajar en lo que fuera y por el dinero que fuera», señala. Pero Valencia, donde vino por primera vez en 2006, estaba destinada a convertirse en el nuevo hogar de Mustapha Jobe. «Aquí conseguí mi primer empleo como tal, en la recogida de la naranja», precisa. Pero él quería ser pescador: «Lo he intentado con otros trabajos, pero lo he acabado dejando». Mientras tanto, aprendió en Cáritas el castellano con el que se expresa con soltura. «El valenciano lo entiendo, pero hablarlo me cuesta un poco», subraya.
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También obtuvo la titulación de marinero pescador, necesaria para faenar en España. Y lo ha hecho sobre todo en el Mediterráneo, pero también probó suerte en el Cantábrico: «En Asturias y en Cantabria, pero allí es pesca de temporada, como el bonito, que dura tres meses. El resto es frío y temporales, y tampoco tenía trabajo». Así que Mustapha se decidió por regresar a la Comunitat, con una meteorología más benévola. Se asentó en Gandia, donde ha residido hasta ahora. Hace un año empezó a faenar en la Albufera con la barca que le ha comprado a Paco.
Ahora es uno más de la Comunitat de Pescadors de El Palmar: «Me tratan muy bien». Ya hasta tiene su propio redolí, donde en las próximas semanas preparará el entramado de cara a la temporada de la anguila. «Hay que hacer una inversión de unos 500 euros, sólo la red ya cuesta 350. Luego hay que prepararlas para cuando ya pueda pescar. Yo confío en que me irá bien», comenta el senegalés.
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Mustapha no borra la sonrisa toda la charla. Tampoco lo hace mientras limpia la barca, una vez ha descargado sus capturas en el almacén de la Comunitat de Pescadors. Después de esta labor, con suerte, la jornada laboral ha terminado, aunque esto no ocurre casi nunca. «Por la tarde intento descansar, pero siempre hay que reparar redes», apunta. Sí que descansa los fines de semana… de la Albufera, porque aún va a Gandia, donde suele ayudar a faenar a su primo y a otros compatriotas. Este africano, miembro de una estirpe que comparte con otros 13 hermanos, no sabe pasar un solo día sin percibir el aroma del salitre: «Yo casi siempre he trabajado en barcos con al menos otras dos personas. No sé si me quedaré a vivir en El Palmar para siempre, pero aquí he encontrado la tranquilidad que buscaba y tengo claro que quiero estar aquí mucho tiempo».
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