Bienvenidos al Roig Arena, un nuevo coloso para la ciudad
Con 400 millones de inversión y 15.600 localidades, aspira a ser mucho más que un estadio y convertirse en el nuevo icono de Valencia
A las ocho y media de este sábado se abrirá el Roig Arena para el concierto que en forma de tributo a Nino Bravo servirá ... como solemne estreno. Una manera muy valenciana de inaugurar una dotación clave que, en realidad, ya está en cierto sentido inaugurada: la oferta gastronómica que acompaña al resto de las instalaciones lleva días funcionando y tendrá este sábado su primera prueba de fuego. Aunque las puertas del recinto se abrirán para quienes acudan al concierto dos horas y media antes, durante todo el día se espera gran animación en sus alrededores. Igual que se espera que ya de noche, bajo los acordes de David Bisbal, Pablo López, Marta Sánchez o Malú, o los sones de los cantantes locales Sole Giménez o La Habitación Roja, los asistentes sientan que también ellos han jugado en casa. Y sentirán que han sido privilegiados testigos de un día para la Historia: el recinto aspira a ejercer como nuevo hito arquitectónico. Más allá de un espacio donde baloncesto, música, espectáculos y vida cotidiana se dan la mano, el Roig Arena se yergue como un símbolo de modernidad y ambición urbana.
En su piel de líneas limpias y en la amplitud de su interior late la voluntad de trascender lo funcional para convertirse en emblema. Allí donde se cruzarán las canastas imposibles, los acordes que erizan la piel y la multitud anónima que busca compartir un instante común, el Roig Arena se alza como un nuevo corazón palpitante en Valencia. Con la huella del despacho de arquitectos Erre, también de la ciudad, y el pulso internacional de Hok, el nuevo icono urbano convierte Quatre Carreres en un escenario que respira más allá de sus muros. Al caer la tarde, cuando las farolas del viejo cauce del Turia se encienden y la brisa del mar llega deshilachada a los barrios del sur, la silueta del Roig Arena se asienta como un gigante inesperado. No tiene la solemnidad clásica de los templos, pero sí la capacidad de convocar multitudes. Desde lejos, las escamas cerámicas de su fachada parecen moverse como un pez en el Mediterráneo: reflejan la luz, se tiñen de azules, y anuncian que allí dentro algo grande acontecerá.
La ciudad, que durante años miró hacia la Ciudad de las Artes y las Ciencias como su postal futurista, encuentra ahora un nuevo imán urbano. Un edificio capaz de ser muchas cosas a la vez: cancha de baloncesto, sala de conciertos, auditorio, mercado gastronómico o simple lugar de encuentro con un amplio jardín público. La inversión, 400 millones de euros sufragados personalmente por Juan Roig, le da la dimensión de proyecto faraónico, pero su verdadera magnitud está en cómo dialoga con el espacio circundante. Lo primero que llama la atención al acercarse no es su monumentalidad, sino la escala humana del acceso. El bulevar peatonal, las zonas arboladas y la gran escalinata invitan a subir sin prisa, como si uno llegara a un teatro al aire libre, al más puro estilo de Epidauro. Y allí, sobre la fachada noroeste, aparece «El Ojo», una pantalla de 48 por 10 metros que parece vigilarlo todo y que, al mismo tiempo, abre la puerta a un espectáculo lumínico sin precedentes en la ciudad. El cíclope que vigila el templo.
La fachada es quizá la mayor declaración de intenciones. Se trata de 8.600 lamas cerámicas fabricadas en Valencia y moduladas para adaptarse a la compleja curvatura del edificio. Su relieve evoca la textura de un balón de baloncesto, homenaje al Valencia Basket masculino y femenino. De día, filtran la luz y refrescan las terrazas. De noche, se encienden como un organismo vivo, programable, cambiante, un lienzo de colores que interactúa con datos en tiempo real. El coloso tiene una piel enteramente cerámica y nace en la tierra de la cerámica. Nada es casualidad en el Roig Arena. Dentro, la lógica se impone sobre la grandilocuencia. Cada grada, cada pasillo, cada palco premium responde a un cálculo preciso y precioso. Aquí intervino el software paramétrico de Hok que permitió ajustar ángulos y distancias hasta lograr que ningún asiento quede sin visión limpia. El resultado: 15.600 plazas en modo basket, hasta 20.000 en conciertos. Una maquinaria para la emoción, diseñada al milímetro.
Pero lo que convierte al recinto en algo más que un estadio es su capacidad de extender la experiencia hacia fuera. Los anillos de terrazas funcionan como paseos elevados, balcones sobre la ciudad donde el público se cruza, charla, come en el gastromarket o simplemente mira el horizonte mediterráneo. Aquí de nuevo la mano Erre, el despacho valenciano que ha sabido convertir al gigante en algo cotidiano: corredores que son plazas, escaleras que son teatros, un bulevar que conecta con la vida de barrio. No se trata solo de un espacio para el deporte. El Roig Arena es, en realidad, un nuevo centro cívico camuflado. Sus salas de reuniones, su auditorio para 2.000 personas, sus cocinas y espacios flexibles permiten que funcione a diario como sede de congresos, ferias o actos comunitarios. Una infraestructura privada que se abre con vocación pública. El reto técnico tampoco fue menor. La cubierta se sostiene con ocho cerchas prefabricadas de 123 metros de longitud, capaces de cargar 180 toneladas. El sonido, obsesión desde el principio, se controla con capas aislantes que contienen la reverberación y garantizan que la música no se escape al barrio. Y en materia energética, los paneles fotovoltaicos en la cubierta y las soluciones pasivas de sombra y ventilación natural marcan el camino hacia la sostenibilidad.
No faltan tampoco los excesos espectaculares. Suspendido en el centro del pabellón cuelga el videomarcador de mayor resolución de Europa. A su alrededor, un videowall de 500 m² y un ribbon de 220 metros cuadrados convierten el deporte en un show audiovisual. Pero incluso estos alardes parecen estar al servicio de una idea mayor: que el recinto sea un catalizador urbano, un nuevo corazón cultural para la ciudad.
Quatre Carreres, que durante años fue un territorio de tránsito hacia la Ciudad de las Artes, recibe ahora un impulso inesperado. El Roig Arena no llega solo: lo acompaña el futuro Parque de l'Afició, una escuela pública y un aparcamiento en altura, todos ellos proyectados por los arquitectos valencianos. El conjunto forma una operación urbana que trasciende el edificio y dibuja un barrio renovado. La voz de Nino Bravo inaugura oficialmente este templo contemporáneo. Después llegarán los partidos del Valencia Basket, los grandes conciertos (Sabina, Raphael, David Bisbal, Roxette, Mónica Naranjo, Waterboys...) los congresos de empresa... Pero más allá de la programación, lo importante es que el edificio ha nacido para permanecer encendido todo el año, para no ser un lugar muerto entre evento y evento. Quizá por eso impresiona más al caer la noche, cuando las lamas cerámicas reflejan la última luz y «El Ojo» empieza a desplegar colores imposibles. En ese instante, Valencia parece asomarse a sí misma y descubrir una nueva postal urbana. No es la solemnidad del Palau de la Música ni la iconografía futurista de Calatrava. Es otra cosa: un organismo vivo, que respira con la ciudad, que se abre y se deja habitar.
Entorno
El Roig Arena ha sido diseñado para encajar en el entorno que le rodea. ERRE ArquitecturaEl ojo
Uno de los elementos más icónicos del coloso es la inmensa pantalla LED de 300 metros cuadrados. ERRE ArquitecturaIntegración
Las terrazas abiertas y los anillos exteriores articulan la comunicación dentro del edificio y miran al entorno que le rodea. ERRE ArquitecturaGastronomía
Distintos restaurantes del recinto articularán una oferta que quiere basarse en el producto valenciano. ERRE ArquitecturaPara todos los gustos
Los conciertos y partidos podrán seguirse desde distintos palcos y graderías. ERRE ArquitecturaY uno entiende entonces que el verdadero mérito del Roig Arena no está en sus cifras —400 millones de euros, 58.500 metros cuadrados, 20.000 espectadores—, sino en la forma en que ha aprendido a bailar con su entorno. Como esos colosos de la mitología que, pese a su tamaño, eran capaces de moverse con gracia. Así, Valencia tiene un nuevo inquilino. Un gigante que no pisa fuerte: flota, ondula, invita. Un coloso que, en lugar de imponerse, se integra, mira con sus propios ojos, brilla de noche y abraza a la ciudad de día.
Información elaborada con la colaboración de ERRE, despacho de arquitectura, interiorismo y planeamiento y diseño urbano; Roig Arena y elaboración propia.
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