Los guardianes del Everest
Un documental reivindica la figura del sherpa, valientes que se juegan la vida por un puñado de euros. Hace dos años un alud mató a 16 porteadores
NURIA ROZAS
Miércoles, 27 de abril 2016, 21:41
Subir al Everest como un marqués te sale por unos 60.000 euros. Y por un poco más, lo puedes hacer como un auténtico rey: con 80.000 euros los sherpas hasta te montan una tele gigante de plasma en el campamento base. Mientras que ellos solo reciben unos 4.000 euros al año por todas las subidas. Una realidad que quedó al descubierto hace dos años con la terrible avalancha que acabó con la vida de 16 porteadores y guías de esta etnia que habita la montaña. Sus vidas apenas costaron 5.000 euros, esa fue la indemnización que recibieron los familiares de los fallecidos tras meses de lucha. Muchos perdieron también su casa. La tragedia, el mayor accidente hasta el momento en la historia del Himalaya, hizo que la cumbre echara el cierre de temporada anticipadamente y bajase la persiana en señal de luto. Muchos de los sherpas decidieron abandonar las expediciones por respeto a los que quedaron sepultados bajo las enormes placas de hielo. Ahora, en el segundo aniversario de la catástrofe, Discovery Channel estrena 'Sherpa' (el 31 de mayo), la película que narra la encrucijada que han librado estos héroes olvidados para defender sus derechos.
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La historia está grabada desde el lugar del horror, ya que la directora del documental, la australiana Jennifer Peedom, fue testigo directo de la tragedia. Antes del suceso, se encontraba a los pies del Everest tomando imágenes sobre la cultura de la montaña y la pasión por la escalada. Su intención era plasmar al legendario sherpa Phurba Tashi, en su intento por batir el récord mundial de alcanzar la cumbre por vigésima segunda vez. Su alegría se borró de un plumazo al presenciar la avalancha, lo que la llevó a dar un vuelco al guion y centrarlo en lo que supondría un antes y un después en la vida de esta comunidad y los amantes de los ochomiles. «Fue una experiencia devastadora y me angustié mucho al saber que tenía un grupo de sherpas allí arriba trabajando. El cámara, que también era sherpa, y yo nos mirábamos y se nos saltaban las lágrimas porque muchos de los que estaban en la montaña tenían solo 16 o 17 años», recuerda aún emocionada Peedom en declaraciones a este periódico. Afortunadamente nadie de su expedición murió. «Antes de ir a grabar al Everest hice la promesa a mis hijos de que me quedaría en el campamento base», explica la cineasta, que durante más de diez años practicó la escalada y subió al 'techo del mundo' hasta que nacieron sus retoños.
La primera vez que viajó hasta Nepal fue en 2004. Y quedó tan encadilada por estos pobladores que les hizo una película. «Son adorables y muy hospitalarios. Se quedaron tan impresionados de que alguien filmase su historia que desde entonces guardo una amistad muy especial con ellos», confiesa la directora. Tanto que a su primera hija la bautizó como Thasi, en honor al mítico sherpa.
En este tiempo la vida de los nativos ha pegado un giro de 180 grados. «Hace 20 años ninguno de ellos había llegado a estudiar en la escuela secundaria. Ahora todos se han graduado. Tienen una educación y saben mucho más de lo que sus clientes extranjeros se imaginan. Algunos, incluso, han viajado a otras montañas de Europa para tener una mejor formación y trato con los occidentales». Sin embargo, esta mejora del nivel cultural no se ha visto reflejada en sus salarios.
«No sólo cargan bolsas»
La cinta de 'Sherpa', que verá la luz en más de 150 países, ya se ha ganado el reconocimiento del mundo del cine -estuvo nominada a un BAFTA como mejor largometraje documental- pero su directora tiene un objetivo más ambicioso: «Espero que los alpinistas dejen de ver a este grupo étnico como las personas que les llevan sus bolsas por las altas cumbres y les empiecen a ver como un pueblo con sus propias creencias espirituales y una conexión única a la montaña. Ellos son los que afrontan los riesgos para que la gente corone el Everest».
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Uno de los grandes iconos del alpinismo español, Iñaki Ochoa de Olza, que murió a los 41 años, tras sufrir un edema cerebral a 8.000 metros de altura, que lo mantuvo durante cinco días debatiéndose entre la vida y la muerte, decía que «escalar era sinónimo de ser libre, conocer los propios límites y ser feliz». Algo imposible sin la ayuda de los guardianes de la montaña. Él, con un gran corazón, se lo devolvió poniendo en marcha proyectos de cooperación para mejorar sus condiciones de vida. Aún hoy en las aldeas de Nepal se le recuerda. Sobre todo el día que rescató de una muerte segura en una grieta a un sherpa, que había sido abandonado a su suerte por su expedición.
Los sherpas creen que cuando suceden estas desgracias -como la avalancha que acabó con la vida de 16 de los suyos- la montaña está enfadada. «Tal vez esa sea la mayor lección», valora la cineasta australiana.
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