Con el corazón en Etiopía
El padre de Mercedes Valle era un trotamundos y al fallacer quisieron homnejearlo con un viaje a África
ELENA MELÉNDEZ
Viernes, 15 de junio 2018, 17:10
Mercedes Valle un viaje le cambió la vida. El destino fue África, continente al que llegó con sus tres hermanos tras la muerte de su padre. El objetivo era homenajear a éste dada su condición de viajero empedernido, una pasión que durante muchos años condujo a la familia a recorrer el mundo hasta destinos como Sudamérica, la Isla de Pascua, Tahití, China, Australia, Bali, Bangkok, Estados Unidos o el Tíbet. Era 2001 y le ilusionaba visitar las iglesias del siglo XI excavadas en la roca de Lalibela, en Etiopía. Allí conocieron a Mola, un niño de doce años que les acompañó durante su estancia en el país y con el que hicieron muy buenas migas. «Quise ayudarle, me encargué de sus estudios en el colegio y de la carrera de turismo allí en Lalibela. Cuando se hizo mayor decidí reunir dinero de mi familia y de algunos amigos y mandarlo allí para que un grupo de niños comiera en un bar a diario», recuerda.
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En ese momento Mercedes y su marido iniciaron un proceso que duró cinco años para adoptar a un niño etíope. «Cuando viajamos para recogerlo visitamos el bar de comidas y conocimos a los niños. El ayuntamiento de allí se enteró de lo que estábamos haciendo y nos cedió un terreno». En 2012 tuvieron la idea de construir una casa en la que acogieron a 21 pequeños que desayunan, comen y cenan allí. Además, les proporcionan estudios, material escolar, ropa y asistencia médica. «Están desde los ocho años hasta que entran en la universidad. Lo que más nos interesa es que estudien y ponemos especial interés en las niñas. Escogemos un niño por familia porque el objetivo también es ayudar a las madres y al ocuparse de uno de sus hijos les estás permitiendo que ellas hagan otras cosas».
Mercedes estudió Derecho y Psicología, ha ejercido de abogada y de terapeuta y al morir su padre empezó a encargarse junto a sus hermanos de la gestión del patrimonio familiar. Hace siete años se matriculó en la carrera de Filosofía. «Intentaba leer cosas que no entendía. Cuando llegó a mis manos 'El ser y la nada', de Sartre, me di cuenta de que necesitaba saber más para indagar en temas que me interesaban desde hacia tiempo. He aprendido a pensar».
La solidaridad ha cambiado su vida. Le ha enseñado, por ejemplo, a entender que las cosas no son sólo como nosotros las vemos, que en Etiopía se vive y se funciona de otra manera, que existe una lógica diferente, la burocracia es lentísima y todo el mundo quiere sacar provecho de cualquier circunstancia. «Ellos tienen sus instituciones y sus universidades gratuitas, pero el problema es cómo llegar a una universidad que está a 500 kilómetros de tu casa. ¿Qué comes? ¿Cómo duermes? Es un país precioso, con mucha agua, lo que pasa es que no hay forma de hacerla llegar a los sitios. El sistema eléctrico está fatal y los servicios resultan insuficientes», explica. Asegura que son muy orgullosos y su agradecimiento es quizá más profundo pero prevalece la austeridad a la hora de expresarlo. «Tienes que saber leer entre líneas. La cultura latina es más expresiva. Ellos se muestran muy sobrios con las efusiones».
Para Mercedes, Lalibela llega mucho a las personas porque, al ser una organización pequeña, la gente sabe que la ayuda es directa y puede conocer a los niños. «Un socio de cinco euros es mucho. Con diez socios de cinco euros yo doy de comer un mes a un niño. Hay una cuenta y el dinero va directo allí, o la gente da ropa u otras cosas y enseguida ves al niño que la lleva. Tienes la sensación de que la ayuda está llegando y no se diluye». ¿La gente es solidaria en Valencia?, me intereso. «La gente es solidaria pero debemos ponérselo fácil. Hay personas que quieren ayudar y sin embargo el día a día les come. En muchos casos está la inquietud, pero no siempre se materializa».
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