Juan Diego Botto, durante el rodaje de 'El Centro'.

Juan Diego Botto

Actor
«Trump es un malo de película, pero de comedia, como muy sobreactuado»

Protagoniza 'El Centro', la serie que Movistar Plus+ estrena este jueves, donde da vida a un agente del CNI inexpresivo, agotado y muy cocinillas

Iker Cortés

Madrid

Martes, 7 de octubre 2025, 00:22

Dice Juan Diego Botto (Buenos Aires, 50 años) que ahora mismo «lo difícil es encontrar buenos» en el mundo. Él da vida a uno de ellos en 'El Centro', la serie que llega este jueves a Movistar Plus+. Creada por David Moreno y dirigida por David Ulloa, la ficción comienza con un asesinato que destapa una operación internacional de los servicios de inteligencia rusos y lleva a los miembros del CNI a una carrera contrarreloj para desmantelarla, al mismo tiempo que intentan descubrir a un topo entre sus filas. Botto se mete en la piel de Vicente, el agente que coordina al equipo, un tipo inexpresivo y cocinillas -lo llaman Michelin- que protagoniza este relato «naturalista, realista y español».

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-¿Cómo le llegó el papel y qué es lo que le atrapó de esta historia?

-Pues fue una llamada de David Ulloa. Tuvimos un primer encuentro con David y con los productores, que me contaron un poco el proyecto. Yo en ese momento me había leído el primer capítulo, que me parecía muy interesante, tanto por el personaje como por una trama que se vaticinaba compleja. Me contaron el espíritu, lo que David quería hacer con la historia, y luego leí los cinco capítulos restantes y me atrapó. Yo soy un gran admirador del cine de espías, de las tramas complejas, no tanto de la acción, sino de este tipo de historias que van armando un puzle, que como espectador tienes que ir devanándote los sesos para ver realmente cómo lo va a conseguir, quién es el malo, cómo lo van a atrapar... Y esta historia tenía todos esos ingredientes. Y luego un ingrediente más y es que no es habitual hacer una serie de espías de inteligencia en España y darles este sabor naturalista, realista, español. No van con traje ni toman martinis, sino que comen churros detrás de una lavandería. Me hacía mucha gracia eso.

-¿Cómo se prepara uno para un personaje tan hacia dentro?

-Pues a Vicente, a Michelin, había que buscarlo, porque no estaba muy clara la personalidad de este hombre. A mí me parecía interesante buscar a alguien que fuera muy poco expresivo, que nunca sabes si está contento o está triste y que tiene la costumbre de mentir, de ocultar información a su familia, a sus seres queridos y a sus compañeros para que no sepan qué está preparando y cuál es la siguiente acción. Es algo qu, hablando con los agentes de inteligencia, veía: ocultar información es parte de su vida hasta que se convierte en parte de su personalidad. Entonces, se trataba de armar a un tipo que da la sensación de que está cansado un poco de su trabajo...

-Sí, ese agotamiento extremo se percibe todo el rato.

-Sí, es un tipo que en realidad está para jubilarse. A mí me parecía bonito arrancar desde ahí. «Vamos a por otro caso más»... Está como muy al límite. Y lo ves luego en la relación con su mujer también. Es un tipo cansado, pero a la vez con la profesionalidad y la obsesividad suficiente como para no dejar de pensar en el caso y eso es lo que a mí me apetecía relatar. De hecho, hubo algunas propuestas que hice que iban en esa dirección y que creo que sumaban como por ejemplo lo de que llevara la comida ya preparada en tuppers, pues subrayaba esa obsesividad.

-Son detalles, además, que hubieran sido impensables en una película porque apenas hay tiempo para desarrollar estos aspectos de los personajes.

-Aquí teníamos mucho tiempo para desarrollar los tics y las manías y aspectos de la personalidad de los personajes. Y eso es una de las ventajas de las series. También está el hecho de que se quisiera dedicar un tiempo a los ensayos, que tampoco es tan habitual. Tuvimos unas semanas de ensayos previos, que nos permitieron conocernos, generar un poco de sensación de equipo, ponernos caras y lanzar algunas propuestas con respecto a nuestros personajes. ¿Por qué no probamos esto? ¿Por qué no hacemos esto otro? Creo que eso fue muy enriquecedor.

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-¿Es usted cocinitas?

-Me gusta cocinar, pero desde luego no soy un experto. Me gusta cocinar para mi familia, sin más.

Arriba, Juan Diego Botto y Elena Martín, debajo Elizabeth Casanovas y Clara Segura. R. C.

-¿Cómo fue el proceso de documentación con los agentes del CNI sobre un trabajo que en realidad es tan opaco a la población?

-Pues sí, tuvimos la suerte de poder documentarnos con agentes de inteligencia de verdad. De hecho, nos permitieron entrar en su lugar de trabajo, que es algo poco habitual. Evidentemente, nos contaron hasta donde nos pueden contar y nos mostraron hasta donde nos pueden mostrar. Pero bueno, sí que hablaron de ciertas pautas de su trabajo, de su rutina, e indagaron también un poco en su vida personal. Sí que te contaban que cuando empiezan una relación, no explican a qué se dedican y dicen otra cosa. Incluso cuando tienen hijos, hasta que no tienen una edad en la que sepan que no se les va a escapar, les cuentan otra cosa. Todo esto nos sirvió mucho, no solo en la parte profesional, sino para armar las personalidades. Cuando tú tienes que ocultar cotidianamente a tus familiares a qué te dedicas, pues eso ya marca una pauta del tipo de persona que eres o en la que te conviertes.

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-¿Sabe si han visto la serie? ¿Han recibido algún tipo de 'feedback'?

-No puedo confirmar ni desmentir (risas). Pero quiero creer que les ha gustado.

-Como decía antes, la serie apuesta por el realismo, aparcando la acción a un lado.

-Sí, es que al final el trabajo de los agentes del CNI es recopilar información. O sea, ellos trabajan con la información y digamos que la acción, que eventualmente imagino que la habrá, forma parte de otros cuerpos. Una vez ellos tienen toda la información, se la pasan a la policía, a la policía judicial, a la Guardia Civil e, incluso, al Ministerio de Defensa. Y creo que esto es una peculiaridad de la serie, que no es una ficción de policías que dan patadas en la puerta y entran con pistolas en la mano, sino que la tensión está dada por otro lado: por intentar averiguar, por intentar saber, por tener esa información que necesitan para poder actuar. También por eso, volviendo a la primera parte de la conversación, pues el cansancio que este personaje tiene es un cansancio mental. O sea, no es un tipo que esté agotado físicamente, sino que tiene el disco duro lleno.

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Algo de humor

-La serie se permite también introducir algo de humor, sobre todo a través del personaje de Iñaki, al que da vida David Lorente, un agente que tratará de descubrir quién es el topo en el grupo que dirige Michelin.

-Le viene muy bien a la serie. David y yo habíamos coincidido en 'No me gusta conducir', la serie de Borja Cobeaga, y, de hecho, nos costaba mucho estar juntos y no hacer comedia. En casi todas las secuencias que teníamos juntos, tuvo que entrar David Ulloa y decir: «No, no, no, menos menos, que seguimos en un thriller». Pero sí, le viene muy bien a la serie y además él está estupendo y es un descargo importante tener ese personaje y toda esa relación.

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-De fondo está toda la injerencia global rusa que, de alguna manera, el espectador ya conoce y que hace todo más creíble.

-Sí, bueno, yo creo que hay como referencias sutiles, pero lo suficientemente contundentes, como para que te metan en este universo que resuena mucho en el espectador. Y luego me decía el otro día un periodista que qué buenos malos hacen los rusos (risas).

-Son buenos malos los rusos, pero tal y como está ahora el mundo, también los americanos...

-Hombre, ahora mismo lo difícil es encontrar buenos. Si hubiéramos cambiado al ruso por un americano, también hubiera sido verosímil. Si quieren quedarse con Groenlandia o con todo lo que está pasando ahora en Oriente Medio, con un genocidio por parte de Irael. Trump es un malo tan de película... Pero no ya de James Bond, sino de comedia, es como tan pasado. Si fueran actores y los pusieras juntos, dirías: «Putin como actor es como más introvertido, más para dentro; Trump es muy sobreactuado».

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-Lo más sorprendente es que alguien como Donald Trump se haya ganado el favor de los electores.

-Bueno, vivimos tiempos de cambio, complejos, y estamos cambiando de paradigma. Ahora mismo hay un auge del extremismo de derechas, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo; en parte de Europa también, en Argentina tenemos a Miley, en Estados Unidos tenemos a Trump, en Israel a Netanyahu, por no hablar de los dictadores que hay en todo Oriente Medio. Habría que preguntarse cómo hemos fracasado para llegar hasta aquí y qué podemos hacer al respecto.

«Hay que apostar por lo colectivo»

-¿Ve alguna solución?

-Sí, o sea, soluciones siempre hay, pero son complicadas y creo que las soluciones no son a corto plazo, que eso es lo que a la gente le desanima, que no hay una solución mágica. Creo que hay que apostar por la pedagogía y por políticas radicalmente distintas, por lo colectivo. Se trata de cambiar en esencia cosas que están muy introyectadas. Hay paradigmas del sistema capitalista que ya los hemos probado, hasta las últimas consecuencias, y no funcionan. Bueno, pues intentar darle más importancia a lo comunitario, a lo colectivo, que la economía no sea un ente separado de la vida de la gente, sino que esté sometida al bien común y no al revés. Parece que la vida de las personas está sometida a la economía, como si la economía fuera un ente al que debemos sacrificar a nuestros primogénitos y nuestras vírgenes, y creo que debe ser al revés, la economía debe estar al servicio del bienestar humano y del cuidado del planeta. Y mientras no sea así, mientras la economía sea lo que mande y todo esté al servicio del enriquecimiento de unos pocos, pues nada va a cambiar y eventualmente seguirán surgiendo crisis y marrulleros de extrema derecha que querrán vendernos motos diciendo que cada vez el problema es de los más pobres. Antes el problema era de los trabajadores, que son los vagos, ahora hay que buscar entre los negros, los inmigrantes, las mujeres... Hay que buscar chivos expiatorios. Pero yo creo que llegaremos a la conclusión de que esto tiene que cambiar.

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-Ha hablado siempre sin tapujos de estos temas. ¿Le ha granjeado algún problema en la industria para la que trabaja?

-Bueno, aquí estoy haciendo de un agente dentro de la inteligencia española (risas) y cuando tuve que entrar a la sede del CNI nadie me puso ningún problema, de hecho me trataron de maravilla y fueron enormemente generosos con nosotros. La verdad es que tiene su precio, pero también tiene sus ventajas, ¿no? Y yo creo que no estoy en condiciones de quejarme.

-Entre sus colegas, ¿entiende a quien prefiere quedarse al margen de estos temas?

-Bueno, cada uno es consecuente consigo mismo y libre de hacer lo que considere. Yo no podría hacerlo de otra manera. Y entiendo que hay situaciones complicadas para la gente, pero también entiendo que hay determinadas cosas en las que es difícil quedarte al margen, y un caso para mí es un genocidio. Es decir, yo entiendo que no te metas en el menudeo de la política nacional o que no quieras posicionarte en cuestiones que dices bueno, al final es una batalla de partidos, o que no salgas en defensa de la educación pública. Pero quedarte callado ante un genocidio, eso sí me parece un punto más. De todas maneras, yo nunca voy a señalar un compañero o a una compañera.

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