Más dura será la caída

Cuando la vida es una misión

Jueves, 16 de octubre 2025, 23:10

Stefan Zweig escribió: «La vida no da nada gratis, y todos los dones que uno recibe del destino tienen un precio, aunque no esté a ... la vista». El reciente fallecimiento de la investigadora de los primates Jane Goodall motivó incontables elegías de su obra, y por muy buenas razones. Se ha repetido cuánto contribuyó a la comprensión de los chimpancés, descubriendo que sí podían razonar para construir objetos con los que conseguir alimento, pero también a un mejor conocimiento de nosotros mismos, poniendo en evidencia que existe una gran semejanza en cómo somos capaces de implicarnos en guerras de exterminio y, tal y como Jane pudo observar, cómo los chimpancés podían ser igual de implacables en determinados contextos. Recuerdo cuándo salieron a la luz esos estudios de Jane Goodall (¡privilegios de la edad!): después de reflejar la fiereza de los ataques de los chimpancés para conquistar un territorio y acabar con grupos rivales, la creencia de que los animales no mataban por razones ajenas al alimento se revelaba falsa: humanos y monos mataban sin escrúpulos.

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Pero mi interés aquí no es volver a reflejar esos grandes logros, sino señalar un aspecto de la vida de la primatóloga que siempre me produjo admiración. Cuando solo contaba 26 años, y sin haber obtenido una educación universitaria, solicitó al antropólogo Louis S.B. Leakey que la designara para el puesto de investigadora en Tanzania, con objeto de investigar a los chimpancés en su hábitat. Era 1960, el decenio más excitante del pasado siglo por lo que se refiere al desarrollo de la cultura y la modernidad; fueron los años en que definitivamente se dejaba atrás la postguerra y daban paso a un futuro de progreso que -se creía en aquella época- parecía ilimitado. Y, sin embargo, en los albores de la «década prodigiosa» Goodall elige recluirse en la jungla africana y dedicar su vida a la contemplación y estudio silencioso de los chimpancés. Era, ya tan joven, una mujer que había encontrado una misión en la vida, y literalmente consagró a partir de ese momento toda su existencia a ese empeño y a la defensa del mundo natural, es decir, finalmente, de nosotros. Posteriormente, una vez ya célebre y creada una fundación, continuó su obra en muchos lugares del mundo ayudando a fomentar la protección de los hábitats naturales de los animales pero también la salud de nuestro planeta, amenazada por el cambio climático y otras prácticas humanas. Rara vez aparece una vocación tan férrea en la vida, a modo de entrega a una causa; pues lo extraordinario en Goodall fue que, mientras la juventud del mundo celebraba su nueva libertad, ella se mimetizara en la jungla, observando y en silencio. Gustosa de pagar el precio.

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