El azar y los demonios

Viernes, 5 de diciembre 2025, 00:06

Acaba de salir en castellano el libro de las memorias del actor Anthony Hopkins ('Lo hicimos bien, chico'). Lo había leído en inglés, y por ... eso se lo puedo recomendar. Va dirigido a mucha gente. Por supuesto, a los amantes del cine y del inquietante Hannibal Lecter de 'El silencio de los corderos' en particular. Contiene multitud de anécdotas y datos curiosos sobre rodajes y personajes del celuloide, y supone un paseo por algunas de las películas más memorables de los últimos sesenta años. También ofrece a los que nos gusta el cine unos comentarios muy interesantes sobre el arte de la interpretación, acerca del cual el propio actor ofrece una opinión que se nos presenta ambivalente: por una parte lo despoja de toda mística; al fin y al cabo es un trabajo, y se metió en él porque recitar es lo único que se le daba bien. Por otra parte, resulta evidente que desde sus inicios, en donde se miraba en el espejo de Richard Burton, hasta sus grandes interpretaciones recientes (vean 'El abuelo': es un film emocionante y poderoso sobre los efectos del Alzheimer en una familia donde Hopkins está sencillamente extraordinario), ha habido mucho trabajo para conseguir su asombrosa naturalidad en la actuación, y el actor nos hace partícipe de este trayecto.

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Ahora bien, estas memorias también nos aportan interesantes reflexiones sobre la vida, sobre el azar y la lucha contra los propios demonios. Hopkins va directo al grano, y tiene poca paciencia con las disquisiciones filosóficas. Nacido en un ambiente muy pobre, con un desempeño escolar penoso, señala la epifanía en su vida cuando contacta con un grupo de teatro promovido por una asociación cristiana. Ahí descubre que le entusiasma ser otra persona, quizás para huir de su vida miserable en su barrio obrero. Su progreso en el cine inglés primero y luego en el norteamericano es lento, en parte porque, como su admirado Burton, también él es un alcohólico. Y también porque le pueden los demonios de la ira; se pelea con hombres y es incapaz de tener en aquellos años relaciones sensatas con las mujeres, como lo probará su primer matrimonio, fruto del cual tiene una hija con la cual no se habla («Le deseo lo mejor, pero no voy a desperdiciar mi vida en ella»). Y la suerte. Hopkins lo dice reiteradas veces: no hay modo de controlar eso; a pesar de rodar varias películas en estado casi de embriaguez, ese grave defecto, que a otros les hubiera arruinado la carrera, a él no lo mató. Abandonó el alcohol después de un grave accidente automovilístico y se enderezó. La biografía de Hopkins es un relato sobre el azar, el trabajo duro y los demonios interiores. Pero también de las heridas que no cicatrizan.

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