Si todos esos españoles a los que les ataca el arrebato por escribir una novela comprasen una de vez en cuando, o un ensayo, o ... una biografía, o incluso una de aquellas demenciales fotonovelas, la industria editorial hispana mostraría mayor músculo que las farmacéuticas, las petroleras o las de telefonía. Es un fenómeno curiosísimo este, el de la gente que pretende escribir por primera vez y, encima, con el arrogante anhelo de vender millones de ejemplares.
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Observa uno, además, ciertos gremios propensos a lanzarse a esto de la prosa. Los recién jubilados, sobre todo los que arrastraron una intensa vida laboral, en cuanto disfrutan de tanto tiempo libre, zas, cavilan su novela porque la actividad de la tecla les entretiene y, además, creen que su veteranía les concede un plus especial. Los recién divorciados también se dejan sacudir por la magia del folio y la tinta. Afirman que la historia de su ruptura es única y muy original, y que hay ahí una gran novela. Estos al menos no suelen superar las veinte páginas, y se amodorran para luego desaparecer cuando descubren, tristones, que sus lances de amor y desamor ocupan ese breve espacio. Y, por último, el otro colectivo es de los recién entrullados. A estos se les ilumina el cráneo ante la perspectiva de garabatear sus memorias. Ah, cuando yo cuente todo lo que sé, todo lo que he vivido, todo lo que he visto. Se van a enterar. Este sería el proceso mental que atraviesa su sesera. Ábalos se sitúa en este último grupo. Parece que nos amenaza con sus memorias. Hombre, intuímos que, entre sus andanzas diurnas y nocturnas, jugoso material no le falta, pero también sospechamos que la sinceridad no brillaría en ese volumen que, de momento, sólo es un proyecto. Chateaubriand, el de las 'Memorias de ultratumba', se revuelve en su tumba ante la posible competencia del amigo José Luis.
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