Frente al clásico ladrón de bicicletas del neorrealismo italiano, el ladrón de pelucos que te levanta la pieza no para contentar a una criatura, sino ... para forrarse por la vía rápida. Y esta vez no ha sucedido en Barcelona, sino aquí en nuestra Valencia. Y no dieron el palo a un guiri sonrosado mientras admiraba el Miguelete, sino a nuestro paisano Santiago Calatrava. Al final, todo quedó en susto, que se dice. Pero flota una terrible sospecha: alguien se chivó, parece ser desde Suiza, de la visita de Calatrava y del importe de su reloj. Hummm... Esto apesta, querido Watson... En cualquier caso, la promoción para Valencia resulta pésima.
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Desde luego usted es libre para callejear mientras de su cuello pende el fulgor de aquel diamante que Richard Burton le regaló a Liz Taylor, faltaría más. Y también puede lucir en su muñeca un relojazo cuyo valor anda por los 100.000 euros, hasta ahí podíamos llegar. Pero uno, por si acaso, no lo haría. Si fuese multipelas creo que nunca se me ocurriría comprar un reloj tan caro, pero nunca se sabe. Todos los semiprobres aseguramos austeridad, no tenemos otro remedio. Pero si un día el destino nos pone prueba mediante una lluvia de millones que se precipita sobre nuestras buchacas gracias a La Primitiva, a saber, igual nos convertimos en nuevos ricos de carísimo peluco y deportivo en la puerta de los que braman como si fuese un cerdo sufriendo su matanza. Me pasma, en esto, la audacia del que se pasea tranquilo por la calle portando en su muñeca una suma tan astronómica. Caminaría uno, en esa situación, atrapado por el recelo o por las más terribles paranoias. Cada vez que me cruzase con alguien, por ejemplo con una pinta como la mía, sin ir más lejos, pensaría aterrorizado lo de «¿me robará ese cabronazo?». Los ricos también lloran, pero los de clase hipotecada carecemos de problemas así.
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