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Menos mal que está la Corona

El discurso de Felipe VI ante la ONU conecta con el sentir mayoritario de la población y escenifica el papel moderador y vertebrador que juega la monarquía

Pablo Salazar

Valencia

Sábado, 27 de septiembre 2025, 00:00

Cuando te critican a izquierda y derecha, o a extrema izquierda y extrema derecha, es que seguramente has acertado. Hablo del discurso del Rey ante ... la ONU, de su reclamación de paz en Gaza, del fin de la matanza criminal cometida por el Ejército israelí y de su exigencia de una solución negociada que tenga en cuenta los derechos de las dos partes en conflicto. Una intervención medida, como todas las que pronuncia Felipe VI, que para eso se rodea de un equipo de profesionales en lugar de una cohorte de pelotas mediocres, que es lo que suelen hacer los dirigentes políticos. Que nadie destaque más que yo y que todos dependan de mi supervivencia en el cargo, así nadie osará llevarme la contraria y todos me aplaudirán como una María Jesús Montero cualquiera. El Rey dijo lo que tenía que decir, teniendo en cuenta que gobierna una coalición que ha cerrado filas con la causa palestina y se ha distinguido por sus ataques verbales al Ejecutivo de Netanyahu. Pero no fue un discurso de parte sino que respondió al sentir mayoritario de la población española, el que se expresa en las encuestas serias, no las que Tezanos cocina a la carta para su amo Sánchez. Y eludió el término «genocidio», evitando entrar en un debate que absurdamente levanta ampollas entre las partes -derecha e izquierda-, cuando lo que importa no son los palabras sino las acciones, la muerte de miles de civiles. Un Gobierno de un PSOE socialdemócrata sin socios comunistas e independentistas podría suscribir de principio a fin el texto que el Rey leyó ante la Asamblea de la ONU. Y un Gobierno de un PP sin Vox, también. Es decir, insisto, el sentir mayoritario de la ciudadanía. Reconforta en estos tiempos convulsos, de política de tierra quemada, en los que el presidente de la nación más poderosa del mundo se dedica a abroncar en público a todo el mundo -desde los países europeos al operario de la ONU que manejaba el 'teleprompter' pasando por una periodista australiana que osa formular una pregunta incómoda o el dirigente ucraniano que no se pone una americana para visitar la Casa Blanca- poder acogerse a una figura que justifica la continuidad, la vigencia y hasta el vigor de una institución -la monarquía- que de otro modo tendría sus días contados, arrastrada por el vendaval del cambio social. Juan Carlos I acabó abdicando por los escándalos que rodearon la etapa final de su reinado y que agravaron la crisis política y económica que azotó España entre 2008 y 2014. Por contra, Felipe VI es hoy un contrapunto a la mediocridad y la estulticia que nos rodea.

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