Tarda hora y media en aparcar cada día. «A veces llego a las nueve de la noche, del campo, y no subo a cenar hasta ... las once». Lo dice mi frutero que, como todos en el mercado, madruga lo indecible para que los consumidores tengamos la fruta fresca desde primerísima hora. Tan temprano que, en ocasiones, si me da tiempo, me la llevo a casa antes de irme a trabajar. «Es un infierno» moverse por el barrio, me dice su mujer. Son de la Raiosa y ya no saben cómo sobrevivir a las obras. Lo de Pérez Galdós, el ensanche de San Vicente, la construcción de viviendas en un solar y, para colmo, se volatilizan las pocas plazas de aparcamiento que tenían cerca porque quedan reservadas para el personal de un organismo oficial. «Cualquier día se va a montar una gorda», dicen, descorazonados. Se refiere al estado de ánimo de los vecinos. Y no me extraña. Por menos, yo llego a casa agotada de los atascos cotidianos.
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Como ellos, entiendo que deban hacerse mejoras y que, con el tiempo, agradeceremos la renaturalización de Pérez Galdós, el nuevo arbolado en Colón o unas aceras en condiciones conviviendo con los carriles bici por toda Valencia, pero, hasta que eso llegue, la movilidad en la ciudad no puede convertirse en una tortura. Y no siempre se puede fiar todo al transporte público. El caso de mis fruteros, como el de tantos comerciantes o repartidores, requiere facilidades para mover el género y trasladarse del campo a la ciudad o de Mercavalencia al mercado.
Valencia tiene un serio problema con los accesos y con la fluidez del tráfico interno. Y no es solo pataleta de Grezzi, al que negaré haber citado. En parte se debe al incremento de coches, como denuncia la oposición, aunque comparar 2025 con 2024, con una dana de por medio que afectó a 100.000 vehículos, sobre todo de la zona metropolitana, obliga a ser cautelosa con las cifras y las conclusiones. Pero no todo es el número de vehículos, sino también el florecimiento de obras, zanjas y cortes de tráfico inexplicablemente coincidentes en tiempo y espacio. Será cosa de los 'Next Generation' antes de que caduquen porque si no, no me explico la orgía urbanística.
Por si fuera poco, este fin de semana se juntan en la ciudad el maratón que ya, de por sí, convierte a Valencia en una ratonera; un partido en Mestalla y la campaña de Navidad. Con una parada militar, el Orgullo y la Ofrenda puede que cantemos bingo. Al paso que vamos, literalmente, mis fruteros van a tener que pedirle prestado un dron a Putin para llegar a casa antes de que se haga la hora de salir al día siguiente.
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