Una historia verdadera

Lunes, 24 de noviembre 2025, 23:23

Con la concordia las cosas pequeñas crecen, con discordia las más grandes se deshacen». Lo escribió el historiador latino Salustio hace más de dos mil ... años, y sigue siendo una de las grandes lecciones de la vida. Porque no hay relación personal ni democracia, ni comunidad, ni patria, ni proyecto común que resista sin ella. La concordia es el cemento de toda comunidad civilizada.

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Tito Livio recordaba los valores fundacionales de Roma. Los cito en latín porque no hace falta traducirlos: pietas, virtus, iustitia, clementia, libertas, concordia, moderatio, modestia, disciplina (hablamos latín sin darnos cuenta, aunque ya no se estudie en España). Entre todas, hay una que sostiene al resto: concordia. Sin ella, ni la justicia es posible, ni la libertad se sostiene, ni la moderación sobrevive.

Hace ahora cincuenta años, España tomó el camino de la concordia. Con la muerte del dictador se inició una etapa de diálogo, acuerdos, cesiones mutuas y responsabilidad histórica. Como escribe Miguel Angel Aguilar en su reciente y genial libro 'No había costumbre. Crónica de la muerte de Franco', después de la guerra civil no empezó la paz sino la victoria. Podía haberse optado también por la revancha tras la muerte de Franco. Pero se eligió el pacto. Y eso, en el contexto de una sociedad con heridas todavía abiertas, no fue debilidad. Fue grandeza.

Eso fue la Transición en un país acostumbrado a fracturarse. Nadie quedó contento, pero todos quedaron incluidos. Se pasó del «vencedores y vencidos» al «de todos para todos». Y por eso fue posible la Constitución. Y por eso, durante décadas, la concordia ha dado sus frutos. Respetarnos sin pensar igual. Escucharnos incluso en el desacuerdo.

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De todos los destrozos que han hecho el sanchismo y sus cómplices en España, el peor ha sido dinamitar la concordia, vapulear con saña y crueldad a quien no practica la adhesión inquebrantable al régimen. Pero la respuesta no puede ser otro extremismo, otro bloque enfrentado, otro furor contra el discrepante. La solución solo puede ser reconstruir la concordia, hacer un país para todos. Como dice José Luis Garci, tenemos que querernos más.

La palabra concordia viene del latín cor-cordis, «corazón», y el prefijo con-, «junto». Concordia es, literalmente, «unión de corazones». No significa pensar igual, sino latir juntos. Es sentir que, por encima de las diferencias, hay un pulso compartido que hace posible vivir en común. La política, cuando es noble, debería aspirar a eso.

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En la película 'Una historia verdadera' (1999) David Lynch narra un viaje improbable pero real, de un anciano que va a ver a su hermano enfermo con el que no se habla, atravesando dos estados en Estados Unidos, sobre una vieja cortadora de césped para reconstruir un vínculo roto. También aquí se trata de eso: de cruzar el país, las heridas, las diferencias, para encontrarnos. Y entender que, sin concordia, no hay camino que nos lleve a ninguna parte. Porque la concordia ha sido en este país, y debe volver a ser, una historia verdadera.

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