De perdidos al río

Faetón al timón

Lunes, 13 de octubre 2025, 23:18

Faetón era hijo del dios Helios, el Sol. Lo decía su madre, Clímene, una ninfa, y él se lo creyó. Como todos los adolescentes, quería ... demostrar que era alguien importante. Como sus amigos se burlaban de él, fue en busca de su padre para que le confirmara que era realmente su padre. Y el dios, conmovido, cometió el error clásico de tantos padres culpables: le prometió concederle un deseo, el que quisiera. Faetón no dudó: quería conducir el carro de Helios. El mismo que, cada día, iluminaba el mundo.

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Helios intentó disuadirlo. Le explicó lo difícil que era mantener el rumbo, controlar los caballos, no abrasar la tierra si se acercaba demasiado. Pero había jurado por la laguna Estigia, y eso entre dioses no se puede deshacer. Así que, a regañadientes, le dio las riendas a su hijo.

Y es cuando llegó la tragedia. Faetón no pudo controlar el carro. Bajó en picado, incendió la tierra. Quemó bosques, secó ríos, arrasó montañas. Los caballos iban desbocados y él, incapaz, soltó las riendas. La catástrofe fue tan grande que Zeus tuvo que intervenir: lanzó un rayo y fulminó a Faetón. Lo hizo por el bien común. El cuerpo del joven cayó a la tierra y murió, mientras su padre lloraba de rabia y remordimiento. El mito ha sido extraordinariamente representado en pintura (Rubens, Goya) y llevado a la literatura (Lope de Vega, Calderón) a lo largo de miles de años.

Si algo nos enseñan los clásicos es que no todo el mundo está capacitado para gobernar

Faetón es el retrato de algunos gobernantes. Imprudentes. Engreídos. Y sobre todo, incapaces de reconocer sus límites. Y claro, luego vienen los problemas. El caos. El incendio. El descontrol. Pero ya es tarde: los caballos están sueltos, el daño está hecho y el pueblo mira al cielo esperando que alguien, por favor, tome otra vez las riendas.

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Este mito, como toda la mitología clásica, está lleno de advertencias. Faetón no es el héroe que se atrevió, sino el soberbio que no escuchó. La moraleja está clara: el poder sin responsabilidad, sin conocimiento y sin prudencia, es una receta segura para el desastre de los gobernados.

Si algo nos enseñan los clásicos es que no todo el mundo está capacitado para gobernar. Ya cometieron ellos ese error, cometamos nosotros otros nuevos. «Gobernar» viene de un verbo griego que significa «llevar el timón de una nave» y de ahí pasa al ámbito político. Es una metáfora que lo dice todo. Gobernar es saber adónde se va, y cuando quien toma el timón solo busca mantenerse en él, sin escuchar a nadie ni mirar el horizonte, no conduce: arrastra.

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El poder no solo deslumbra: también ciega. Y cuando quien toma el timón lo hace guiado por la soberbia -y no por la templanza o la moderación- el naufragio no es una posibilidad: es una certeza. Y el precio lo pagamos todos los que vamos a bordo. Es lo que pasa cuando el soberbio Faetón está al timón.

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