Estaba en mi punto de mira. Fijé el blanco. Crucé el dedo en el gatillo. Lo que se movía entre los árboles no era un ser humano, solo mi enemigo. Casi vi la trayectoria del proyectil antes de alcanzar aquel cuerpo. Un extraño cosquilleo me subió por la espalda. Cierta especie de placer vergonzante me inundaba y, una débil sonrisa, apareció en mis labios.
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Busqué la ubicación de más enemigos. Y, nuevamente, vislumbré una figura apenas oculta tras un árbol. Identificado como enemigo le disparé repetidas veces hasta asegurarme de haberlo neutralizado.
⎯¡Dos a mi cuenta!
Se oían disparos. Destacaba el resonar del M-14. De pronto noté el zumbido de los proyectiles cerca de mi cara y me tiré al suelo como un saco de arena. Disparaban desde unos treinta metros, no sé cómo han podido fallar.
⎯¡Ya saldrás!- oí gritar.
Haber estado tan cerca de ser alcanzado por un descuido me llenó de rabia.
⎯¡Asoma la cabeza y verás lo que es bueno!- mascullé.
El odio cegó mi razón. No me importaba nada, ni el combate, ni tan siquiera sobrevivir...solo acabar con ese hijo de perra que casi me había matado.
Lo grueso del combate se alejó. Estábamos solos, el destino dirá la última palabra.
El disparo salió automáticamente de mi arma. Solo fue una fracción de segundo la que tuve su cara a la vista y la bala le debió entrar por la frente. Oí su grito de dolor, al mismo tiempo que salía de mi garganta otro muy distinto, de satisfacción, de triunfo, de... placer.
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¡Dios! ¿Qué me está pasando? ¿Por qué he disfrutado matando a un ser humano? ¿En qué me estoy convirtiendo?
Solo entonces, súbitamente, reaccioné con un fuerte estremecimiento. Como si un flash iluminara la ceguera de mi consciencia. Poniéndome torpemente en pie, grité en silencio:
⎯¿Estás loco? ¡Deja de alucinar! Despierta a la realidad. ¡Solo es un estúpido juego de guerra para Ejecutivos estresados!
Y, aunque no se lo crean, lloré.
Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.
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