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Un grupo de jóvenes inmigrantes reunidos en el centro Jarit de Valencia, donde se forman para ganarse la vida. Irene Marsilla

«Uno delinque y nos culpan a todos»

Inmigrantes en Valencia denuncian ataques físicos, desprecios en redes sociales, exclusión o veto al alquiler por una «creciente xenofobia» como la vivida en los disturbios de Torre Pacheco. Las víctimas del odio racista se triplican en una década en la Comunitat

Stefanía Di Nicola y Juan Antonio Marrahí

Valencia

Viernes, 18 de julio 2025, 23:48

«¿Qué pienso tras lo de Torre Pacheco? Pues que por uno que delinque nos acaban culpando a todos y eso es muy injusto». Quien ... lanza esta reflexión es el joven argelino Fouad Bevbri. Tiene 27 años, grado en Sociología en su país y refleja el sentir de algunos de los jóvenes extranjeros que tratan de ganarse la vida en Valencia a pesar de las dificultades propias de quien ha huido empujado por miedo, amenazas o apuros económicos.

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Él es uno de los 60 inscritos en el centro Jarit ('amigo' en la lengua africana wolof). Es una de las entidades multiculturales de Valencia que presta apoyo a jóvenes que tratan de regularizar su situación tras dejar sus territorios natales: desde duchas a enseñanza de castellano o asesoramiento jurídico y laboral.

Su coordinador es Emili Sánchez y ahonda en el perfil: «Son de unas 30 nacionalidades, la mayoría procedentes de Marruecos, Argelia y Túnez. Gente entre los 18 y los 30 que, en su mayoría, vive en la calle tras haber llegado a España solos». Muchos han hecho travesía en patera tras endeudarse hasta con 6.000 euros «y algunos llegan con buena formación en sus países después de haber iniciado o completado carreras universitarias como Sociología, Filosofía o Arquitectura».

Ellos están, asegura, en el punto de mira del discurso de la extrema derecha que los relaciona con los delitos, el de una xenofobia como la vivida en la localidad murciana tras la agresión de un joven extranjero a un residente de 68 años. «El mensaje cala y el odio también es creciente en Valencia desde hace varios años», denuncian los consultados.

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Los testimonios de los inmigrantes asistidos en Jarit van desde «ataques con piedras o agua a quienes están en tiendas de campaña, robos, grabaciones de vídeo con comentarios despectivos en redes sociales, exclusión o veto al alquiler de habitaciones o pisos por el temor de propietarios o inmobiliarias». Esto, ahonda, «todavía complica más el empadronamiento», uno de los pasos previos para poder establecerse legalmente junto con el del ansiado empleo.

La necesidad o la falta de educación llevan al delito. Sea uno de donde sea. Y, obviamente, las mafias lo saben. «Muchos nos cuentan que grupos de inmigración, prostitución o robos los tientan, pero la inmensa mayoría rechaza este camino y sigue intentando labrarse un futuro con mucho esfuerzo, a pesar de la gran necesidad económica o la falta de un techo en Valencia», resalta.

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Los datos lo corroboran. El mensaje de la ultraderecha que vincula la inmensa mayoría de delitos con la inmigración queda tumbado con las estadísticas que el Gobierno difunde periódicamente en su Portal Estadístico de Criminalidad. En el año 2023, último medido, hubo en la Comunitat más de 64.300 detenidos o investigados por delinquir. De ellos, un 63%, casi dos tercios, eran personas de origen español. No extranjeros.

Interior se detiene incluso en un análisis por tipo de delito o por nacionalidades. En la infracción penal de lesiones, la sufrida por el vecino de Torre Pacheco, la presencia de extranjeros es aún menor y un 68% de los arrestados o investigados por palizas o ataques físicos en la región fueron españoles.

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Esa creciente xenofobia que se ha plasmado con los disturbios de Torre Pacheco y denuncian los inmigrantes de Jarit en Valencia se aprecia igualmente en las estadísticas del Gobierno. En 2023 se contabilizaron 90 víctimas del odio en el ámbito del racismo y la xenofobia en tierras valencianas. Es el triple que en 2014, el primer año en el que Interior comenzó a registrar cifras sobre este problema.

Fouad Bevri Argelino

«Tengo para pagar y nadie me alquila una habitación»

Fouad Bevri, argelino con grado en Sociología que busca su futuro en Valencia. Irene Marsilla

«¿Si un extranjero te roba vas a pensar que todos somos ladrones?», ahonda el argelino Fouad. Lleva en Valencia cuatro meses. Graduado de Sociología en su país y estudiante de otros dos grados. Pero sin papeles no puede ejercer. «Trabajo limpiando restaurantes», detalla.

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A diferencia de otros, Fouad asegura proceder «de un hogar con recursos». Y «a pesar de tener el dinero suficiente para pagarme una habitación, sin papeles no me dejan alquilarme un cuarto. El proceso para legalizarme puede tardar hasta dos años», lamenta.

«Cuando otros extranjeros delinquen», ahonda, «destruyen nuestra imagen como colectivo». Para contrastar estos casos aislados, «necesitan visibilidad las historias de personas como nosotros, que trabajamos duro para integrarnos», destaca ante los terribles sucesos de Murcia.

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Asmaa Elkherfih
Marroquí

«Pedí a mi hijo que no me hablara en árabe en la calle»

La inmigrante marroquí Asmaa Elkherfih. Irene Marsilla

Asmaa Elkherfih es mujer, madre e ingeniera informática de origen marroquí. Lleva una década en Valencia, ha echado raíces y cría a sus hijos nacidos en España. A pesar de estar profundamente implicada en la vida comunitaria —forma parte del AMPA y del Consejo Escolar del colegio de sus hijos—, ha sufrido en carne propia las consecuencias de los discursos de odio.

«Ya he denunciado dos agresiones». Se refiere a «insultos y empujones por hablar árabe por teléfono en la vía pública». Cuando suceden estos hechos se siente «perdida» y hasta sufrió un ataque de ansiedad. Pero no flaquea: «Este es mi país y no voy a irme. Tengo que denunciar, dar ejemplo». Pero el miedo cala: «Le dije a mi hijo: prohibido hablar en la calle en árabe. Háblame en castellano, así me siento más segura». El menor llegó a expresar: «Mamá, mejor nos vamos». Ella respondió: «No estoy dispuesta a dejar el país en el que he construido mi vida».

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Hasta con la crisis de la dana Asmaa sufrió los prejuicios más absurdos. Desde Jarit gestionaron ayudas para damnificados, con traslados y repartos de bienes en pueblos afectados. Muchos entendieron que los extranjeros se estaban llevando esas ayudas y, encima, les llovieron desprecios.

Tracy Iyamu
Italiana

«Hay que dejar de lado prejuicios y juzgar el acto»

La inmigrante afroitaliana Tracy Iyamu, en la sede de Jarit. Irene Marsilla

Tracy Iyamu es italiana. Nació en Turín, de padre nigeriano y madre seychelense. Llegó a Valencia en 2018 y lo primero que hizo fue buscar «espacios seguros». Siente que se ha adaptado bien a Valencia y, ante el odio en Torre Pacheco, razona: «No es algo nuevo. Ocurre porque existe un racismo viejo y sistémico que todavía persiste», dijo.

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Para ella lo esencial es «dejar de lado los prejuicios y centrarse en las acciones de cada individuo. No juzgar a la persona, sino el acto». Muchos de sus amigos «han sido acusados por terceros de haber infringido normas sin ser cierto, por prejuicios asociados al color de su piel». Ante esta realidad, creó un colectivo de mujeres llamado 'Me pongo negra' para visibilizar «la herencia cultural» de las afroeuropeas.

Abdul Ahad Pakistaní

«Siempre he respetado a todos y exijo lo mismo»

El taxista pakistaní Abdul Ahad, junto a su vehículo. J. A. M.

Abdul Ahad tiene 24 años y lleva tres al volante de un taxi en Valencia. Es uno de los muchos inmigrantes pakistaníes que habitan en grandes ciudades europeas como Londres, Barcelona y, desde hace un tiempo, también la capital del Turia. «Cada vez somos más», celebra. Se considera una persona tranquila, pacífica, trabajadora y muy unida a su familia. «Siempre he respetado a todos. Aquí y en mi país. Y yo exijo lo mismo», asegura.

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Nació en el país asiático, pero llegó a Valencia junto a sus padres y a su hermana. Tenía entonces 17 años. Su primer trabajo fue en el campo, en la recogida de naranja, pero ha logrado prosperar «con mucho esfuerzo y sacrificio». Desde hace tres años se gana la vida como taxista. Se siente feliz por haber logrado regularizarse, «como todos en mi familia».

Abdul está soltero y la mayoría de sus colegas son compatriotas, pero comparte con muchos españoles su afición por el patinaje con los grupos que se reúnen en los jardines del Turia, junto al Palau de la Música. Asegura sentirse «triste y dolido» por el odio despertado contra los extranjeros tras la agresión en Torre Pacheco. Él, dice, no ha padecido racismo o xenofobia, pero advierte que no se quedaría callado porque «no hago nada malo, sólo vivir y trabajar».

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