Para aquellos que sufrimos de algún tipo de trastorno mental la lectura es una gran ayuda. Permite, de entrada, obtener información sobre qué está pasando ... en el cerebro y cómo afrontarlo de la mejor manera (suele ser aquella en la que te causas menos daño); en especial si no eres amigo de los fármacos que te privan de la conciencia y te convierten en un andante bobalicón de sonrisa perenne. Con los años uno se acaba convirtiendo en experto en desequilibrios químicos y trata de tú a tú a la serotonina y a la dopamina, que ya son como de la familia. Aprende a jugar con las neuronas, a distinguir a las oscuras enemigas que se esconden en el torrente general de bondad. El 'conócete a ti mismo' de toda la vida para el que los libros, sean sesudos o de ficción, resultan ser un milagro. Leí el otro día, en una de esas noticias que recogen iniciativas a cuenta del Día Mundial de la Salud Mental, que un estudio científico mostraba que bastan seis minutos diarios de lectura para rebajar notablemente el nivel de estrés y que esta actividad resulta más beneficiosa para nuestros maltrechos organismosque caminar o escuchar música. Lo máximo ha de ser andar mientras se lee y se oye una melodía. Puestos a pedir. Y aunque parecen obvios los beneficios de los libros, comenzando por su propio poder como promotores de la evasión, no había caído en ese poder terapéutico que se les atribuye ahora y que de resultar cierto serviría para ahorrar muchos millones de euros en antidepresivos. He de decir que mi vida es una prueba empírica de esta circunstancia y que probablemente escribo estas líneas y no estoy criando malvas gracias a las lecturas que arrojaron luz sobre el abismo de mis pensamientos. Esa es una verdad así de grande. Receten libros.
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