Banco de Alimentos de Picanya. Jesús Signes.

De llevar un negocio a estar en la cola del hambre para poder comer

Autónomos ahogados tras la dana encuentran en el Banco de Alimentos un punto de apoyo para empezar de nuevo

Nacho Roca

Picanya

Miércoles, 22 de octubre 2025, 00:56

Un año después de la dana, muchas familias y pequeños autónomos siguen tratando de recomponer sus vidas. En Picanya, el Banco de Alimentos se ha ... convertido en un punto de apoyo esencial, un espacio donde la ayuda alimentaria se entrelaza con la empatía y donde el reparto de productos básicos actúa como una red de contención para quienes aún no han podido recuperar su estabilidad.

Publicidad

Para muchas familias de Picanya y municipios cercanos es un punto de contención emocional, un altavoz y, sobre todo, un salvavidas. Allí encuentran no solo arroz o aceite, sino una presencia cotidiana que pregunta «¿cómo vais?» y que acompasa la ayuda material con una escucha que, para muchos, vale tanto como la comida.

Jaime Serra, director del Banco de Alimentos en Picanya, resume esa transformación con serenidad. «Empezamos a trabajar directamente con familias, algo que en su momento generó malestar en la Federación y entre otros bancos, porque la misión de los bancos de alimentos era, en principio, atender solo a centros benéficos. Con el tiempo se ha visto que esos centros también atienden a familias y que, en realidad, el sector más vulnerable de la sociedad son precisamente ellas». Serra, que dirige la iniciativa local desde 1995, explica que la permanencia en los momentos difíciles ha acabado por definir la responsabilidad social del banco. «Ahora todos los bancos de alimentos de España están poniendo en marcha la atención directa a familias, y sobre todo mantienen su presencia en momentos difíciles, como durante la pandemia o, más recientemente, con la dana».

Las historias que llegan al reparto alimentario son muy diversas. Hay quienes han perdido negocio y vehículo, familias con trabajo que ya no alcanza para cubrir lo básico, madres solas embarazadas o con bebés, vecinos con problemas administrativos que les impiden acceder a prestaciones.

Publicidad

Entre ellos, muchos autónomos que han visto cómo su medio de vida se desmoronaba. Manuela, vecina de Picanya, lo explica sin rodeos. «Por falta de economía… en mi trabajo la situación es complicada y mi marido es autónomo, así que los ingresos bajaron mucho». La dana les dejó sin coche y sin parte de la empresa familiar. «Supone mucho, la verdad. Es una ayuda que te permite no quedarte sin dinero para lo básico. Tengo una niña de seis años y esto nos da un respiro».

Pilar también conoce la fragilidad de los pequeños negocios. Vive en la calle Colón y aquel 29 de octubre vio cómo la riada se llevaba todo por delante. «Se me fue todo», recuerda. Su familia tenía un pequeño negocio que quedó destruido y reconstruirlo le ha supuesto «gastarse muchas perras y recibir poco dinero». Hoy sigue volviendo poco a poco a la normalidad y valora la ayuda del banco porque «te ayuda, te oxigena un poco. Por lo menos te alivia en algo».

Publicidad

Luis, otro autónomo con una larga trayectoria en el comercio local, regenta una tienda de electrodomésticos. Llevaba más de treinta años al frente cuando el agua inundó su local. «Se llenó la tienda de agua, unos 30 o 40 centímetros. Toda la tienda se inundó, las lavadoras, los electrodomésticos, todo lleno de barro». El seguro cubrió una parte, pero no todo. «A los vecinos de al lado se les llenaron los coches, pero el mío no, porque tuve suerte. Pero el trabajo sí se paró. Al día siguiente estaba quitando barro y limpiando».

A pesar del esfuerzo por mantener la tienda abierta, reconoce que la recuperación es lenta y que la ayuda alimentaria ha sido un alivio. «Está bien, claro, porque no tienes que comprar, pero pienso que deberían dárselo a quien realmente lo necesite. A mí me viene bien, pero hay personas que están peor».

Publicidad

Para muchos autónomos, la dana no solo supuso pérdidas materiales. También dejó un vacío emocional y una sensación de abandono. «Yo no lo veo mejor. Todo va muy despacio», lamenta Manuela, que compara Picanya con otros municipios donde sí se han visto avances.

El testimonio de María del Rosario, voluntaria del Banco de Alimentos y también afectada, introduce otro ángulo, el de quienes han pasado de necesitar ayuda a ofrecerla. «Lo he vivido en mis propias carnes y sé la necesidad que hay. El drama fue la falta de ayuda que tuvimos. Además de perderlo todo, nos sentimos abandonados». Hoy colabora en el reparto y destaca el valor simbólico del apoyo. «Es una pequeña ayuda, pero el gesto de sentirte arropada y apoyada vale mucho».

Publicidad

Jaime Serra insiste en la continuidad del trabajo que realizan. «Aquí en Picanya empezamos el 30 de noviembre a traer alimentos. Al principio eran productos que no necesitaban cocinarse, porque muchas personas no tenían luz ni agua. Seguimos atendiendo a la gente y hoy, por ejemplo, realizamos un reparto para 209 familias». La organización ha configurado un sistema de entregas regulares que permite llegar a quienes más lo necesitan. «Estamos implicados desde que comenzó la dana y seguiremos uno, dos o tres años, el tiempo que haga falta, hasta que las familias puedan volver a la situación en la que estaban antes».

Un año después, el Banco de Alimentos funciona como un tejido que no solo distribuye calorías sino que sostiene vínculos. En sus pasillos conviven las miradas cansadas de los autónomos que tratan de levantar su negocio, los padres que estiran cada euro y los voluntarios que transforman la tragedia en servicio.

Noticia Patrocinada

Para Serra, la única senda posible es la permanencia y la cercanía. «Es el trabajo que estamos desarrollando en estos pueblos». Y para muchas de las personas que pasan por la mesa del banco, esa presencia cotidiana, ese «¿cómo vais?» pronunciado con empatía, marca la diferencia entre sobrevivir y volver, poco a poco, a vivir.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias al mejor precio

Publicidad