Máquina expendedora en el Hospital General Universitario de Valencia. Irene Marsilla

Comida basura a la venta en institutos y hospitales de la Comunitat Valenciana

Las máquinas expendedoras ofrecen calorías, grasas saturadas y colesterol a alumnos, enfermos y transeúntes

Rosana Ferrando

Valencia

Sábado, 6 de diciembre 2025, 00:22

Las máquinas expendedoras prometen una solución rápida al hambre en cada esquina, pasillo o estación. Bajo su luz fría y constante, brillan envases colocados milimétricamente ... en estanterías cuya exposición, más que estudiada, atrae incluso a quienes no tienen hambre.

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Sin embargo, estos dispensadores automáticos ofrecen bollería, comida rápida y ultraprocesados que esconden altos niveles de grasas, azúcares y conservantes. Estos elementos están muy lejos de una alimentación saludable, pero forman parte de esos alimentos que son irresistibles para casi todo el mundo.

La vida acelerada exige consumo instantáneo, y muchas veces estas pequeñas tiendas accesibles y discretas aparecen justo en el lugar y el momento oportunos. Se convierten así en compañeras silenciosas del día a día. Desde una simple botella de agua, práctica y necesaria, hasta los productos más inesperados. Casi cualquier cosa puede encontrarse en estos monstruos verticales que están al servicio de unas pocas monedas.

Pero entre su bajo precio y su comodidad surgen preguntas incómodas: ¿qué se compra realmente cuando se prioriza la rapidez por encima de la calidad? ¿Se elegirían las opciones más saludables si estuvieran igual de visibles y al mismo precio que las habituales? Estas cuestiones se plantean en muchos ámbitos, sobre todo en centros educativos.

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CENTROS EDUCATIVOS

Las máquinas expendedoras forman parte del paisaje cotidiano de algunos institutos y de todas las universidades y centros de formación profesional. Son accesibles y están estratégicamente colocadas para ofrecer una solución rápida al hambre.

Sin embargo, a pesar de que su presencia parece inofensiva, su contenido genera debate. La normativa vigente de la Comunitat se sostiene sobre un pilar: el Decreto autonómico 84/2018. Este establece qué puede y qué no puede venderse en los centros educativos. Educación, además, indica que en los colegios no hay este tipo de máquinas, por regla general.

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Además, próximamente, en abril de 2026 entrará en vigor un Real Decreto que traerá nuevas restricciones que prevalecerán sobre las autonómicas. En teoría, ambos textos buscan lo mismo: proteger la salud del alumnado y limitar el acceso a productos poco saludables.

Las indicaciones que el gobierno ha aprobado son contundentes: en el artículo cinco se prohíbe expresamente que las máquinas o las cafeterías puedan vender alimentos con altos niveles de grasas saturadas, sal o azúcares y superan criterios muy concretos. Además, obliga a priorizar la presencia de alimentos vegetales, cereales integrales, y frutas.

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Sobre el papel, la normativa parece que blindará los centros educativos ante los ultraprocesados. Sin embargo, la realidad actual es otra: en las universidades lo más vendido son las galletas, sobre todo si estas incluyen chocolate y en otros centros de educación superior sucede lo mismo.

No obstante, cuando los menores entran en el terreno de juego, la historia es distinta. El número de institutos que cuentan con estos dispensadores es mínimo, ya que en muchos se han retirado en los últimos años o se han cambiado por adjudicaciones para cantinas. «Los alimentos expedidos están dentro del catálogo de comidas saludables», asegura Toni González, presidente de la Asociación de Directores de Secundaria de la Comunitat.

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HOSPITALES

Los hospitales son, por definición, espacios donde la salud debe estar en el centro. Pasillos que conducen a consultas, carteles que recuerdan la importancia de una buena alimentación y profesionales que insisten en la prevención a través de los hábitos saludables.

Por ello, sorprende que, en la mayoría de centros sanitarios, las máquinas expendedoras ofrezcan productos que contradicen ese discurso: snacks grasos, bollería industrial, refrescos azucarados y alimentos ultraprocesados que poco ayudan a quienes acuden en busca de bienestar.

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En teoría, los hospitales se conocen como el referente de modelo alimenticio. Sus menús se basan en productos básicos, pero que no son perjudiciales. Sin embargo, cuando se trata de estos dispensadores, no hay tregua al azúcar, la sal y los conservantes.

Quienes pasan horas en los pasillos porque acompañan a un familiar suelen encontrar en estos productos un momento de evasión, pero que a su vez, es agridulce. «Mi madre está ingresada por un problema cardiaco y ver tantas alternativas que podrían agravar su estado me quitan las ganas de probarlos, pero también me llaman», explica Antonio, que ha ido a visitar a un familiar.

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«Es irónico, pero me hace distraerme un rato y, total, esta barrita de chocolate me ha costado menos de dos euros», dice Laura, de 39 años, que espera a que la llamen para entrar a una cita médica. Como ella, hay muchas personas más, que de forma habitual no consumen esos productos pero que, al verlos a su alcance por tan poco dinero, les dan una oportunidad.

No obstante, hay alternativas para quienes se preocupan por lo que van a comer, por ejemplo, en las máquinas expendedoras del Hospital General Universitario de Valencia, hay un pequeño paquete de almendras naturales en una de las esquinas de las vitrinas. Es un alimento totalmente de acuerdo con los valores saludables. Estas se encuentra al lado de tres tipos de patatas fritas, un paquete de frutos secos aceitosos, cinco variedades de galletas y cuatro productos cuya base es el chocolate. Las almendras representan menos del 9% de la oferta de producto sólidos. En el caso de los líquidos, la reina es el agua, pero no por ello se dejan de vender refrescos con un alto porcentaje de azúcar en su composición.

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CALLE/METRO

Las calles transitadas, puntos cercanos a marquesinas de autobús o las paradas de metro son los principales escenarios donde se pueden encontrar máquinas expendedoras. Son un elemento más del mobiliario cotidiano y no sorprenden a la vista del viandante. Pero su presencia tiene un peso real: ofrecen productos baratos, rápidos y sin la necesidad de hacer cola. Son la opción preferida para la mayoría de personas que viven con el reloj pegado a la espalda.

Todas las ventajas que ofrecen, como su disponibilidad 24h o su ubicación idónea, se ven mermadas por la calidad de los productos que ofrecen. «Voy siempre con prisa, si tengo que elegir entre esperar en una panadería o sacar algo de aquí (señala una máquina), prefiero la segunda opción. Además, es más barato», cuenta Xabi, mientras se acaba un paquete de galletas cerca de la parada de metro de Moncada. Su sentencia resume la lógica de buena parte de la población urbana.

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Sin embargo, la comodidad tiene consecuencias, no solo para la salud, también para el comercio tradicional. Pequeñas tiendas, hornos, y quioscos dejan de ser la opción preferida de quienes andan por la calle y son sustituidos por robots que no necesitan personal para estar disponibles todo el rato. «Mucha gente venía a comprarse el bocadillo antes de subir al metro, pero muchos ahora pasan de largo» lamenta Rosa, que es panadera. «No podemos competir con ni con el precio ni con la rapidez», añade.

A pesar de la creciente conciencia de la alimentación saludable, las modas vegetarianas y la creciente subida de precios, las máquinas tienen clientes diarios. El contraste es evidente: mientras se multiplican las campañas que promueven el bienestar, en la televisión, en la radio, en la calle; el consumo rápido y el precio condicionan las decisiones.

«Sabes que no es sano, pero cuando vas tarde, lo último en lo que piensas es en leer una etiqueta», dice Noelia, de 34 años, que compra en estas máquinas, al menos, tres veces a la semana. Es una más en el paisaje urbano dominado por la prisa. Mientras sigan ofreciendo la combinación perfecta de inmediatez, disponibilidad y precio asequible, las máquinas dominarán las calles de Valencia.

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