Trabajadores valencianos en Nueva York, construyendo la línea férrea a Canadá. Foto cedida por Víctor Aranda

Un mordisco a la Gran Manzana: una epopeya valenciana

La impresionante historia de un éxodo: hace un siglo, miles de vecinos de la Marina Alta viajaron a Nueva York a ganarse la vida en medio de una grave crisis y algunos de sus descendientes aún mantienen vivo el legado de su tierra ·

Jorge Alacid

Valencia

Lunes, 21 de julio 2025, 00:40

Teresa Morell es profesora de Filología Inglesa en la Universidad de Alicante, como anota su biografía, que arranca con un dato muy llamativo, teniendo en ... cuenta la raíz tan valenciana de su origen: nació en Nueva York. En concreto, en distrito del Lower East Side, un barrio situado sobre la orilla de río, más o menos a los pies del puente de Williamsburg, tan retratado por el cine. Ese apunte biográfico dota de todo el sentido al libro donde recopiló una interesante investigación, publicado por Edicions 96: 'Valencians a Nova York'. Con un subtítulo que añade intriga a sus casi 200 páginas: 'El cas de la Marina Alta 1912-1920'. ¿A qué caso se refiere? Primera duda despejada: al éxodo protagonizado por los vecinos de ese rincón de la Comunitat que hace un siglo desembarcaron en Manhattan para trazar un impresionante relato, merecedor de los honores de un estudio que aborda ese fenómeno epopéyico, aunque poco conocido, de nuestra historia. Un éxodo que integra la perspectiva científica como el testimonio personal.

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«El hecho de ser nieta, hija y madre de emigrantes de la Marina Alta a Nueva York me ha motivado a investigar esta odisea tan extraordinaria», explica Morell, quien anota cómo se ha ido arrojando poco a poco alguna luz sobre este curioso proceso de emigración que ha activado el interés de la academia y de otros autores. En su caso, el detonante nace de esa experiencia familiar tan singular: su abuelo, José Morell, fue uno de los 10.000 vecinos de la Marina Alta que hicieron esta emigración de ida y vuelta»; con una particularidad: a diferencia de la mayoría de protagonistas de ese desplazamiento masivo, muy propio de la época, don José hizo hasta cuatro viajes. Nacía así el primer capítulo de una historia que avanza a partir de 1929, «cuando llegaron mi abuela y mi padre» a la lejana Nueva York, convertida desde entonces en su hogar «para la mayor parte del resto de sus vidas».

Porque la saga de los Morell perpetuó luego esa especie de doble militancia afectiva entre sus raíces y su nueva ciudad recién adoptada: su propio padre, Claudio, llegó a los 10 meses a la Gran Manzana «y no regresó a Orba, su pueblo natal, hasta los 28 años cuando estaba de permiso mientras prestaba servicio militar en una base estadounidense en Alemania. El azar tuvo bastante que ver con que a partir de se momento se escribiera un nuevo capítulo de esta asombrosa historia, como relata Teresa: «Cuando estuvo en Orba conoció a mi madre y después de cartearse durante un año se casaron y fueron a vivir en Nueva York, donde mi padre era farmacéutico». Así que, como detalla la profesora Morell, «los cuatro años que mi padre le prometió que tardarían en volver a Orba, se convirtieron en 25 años puesto que en Nueva York nacimos mis hermanos y yo». «Mis padres pensaron que sería mejor que terminásemos allí nuestros estudios antes de regresar a España», señala.

Ese episodio alimentaba desde entonces, tal vez sin ella saberlo, esa pasión investigadora que se acabó plasmando en un libro que recoge la dualidad de su experiencia personal, que define en estos términos: «Desde pequeña, como valenciana en Nueva York o como neoyorquina en Orba, he tenido curiosidad por conocer mejor las historias de nuestros antepasados emigrantes». Una aspiración impresa en su quehacer científico, que contagió a su esposo, Rafael Prats de Orba, y sus hijos, Rafa y Àngel, a través de una larga serie de viajes de ida y vuelta que ayudaran a entender un proceso complejo cuyo detonante se vincula, a un factor económico: la crisis que sufrió a comienzos del siglo XX toda la comarca de la Marina Alta, atacada su fuente principal de ingresos (la agricultura) por una feroz plaga de filoxera que contrastaba con el boyante momento que se vivía al otro lado del Atlántico: « En Nueva York, se necesitaba mano de obra». «Toda la isla y sus alrededores estaban en pleno desarrollo de infraestructuras», recuerda para justificar cómo prendió en distintas localidades de la comarca la llamada de América. En unas con más fuerza que otras, observa. «Hemos encontrado emigrantes a Norteamérica desde cada uno de los 33 pueblos de la Marina Alta pero destaca el pueblo de Orba», su municipio natal, muy singular: «Se fueron más de 500 habitantes, la mayoría hombres entre 14y 50 años de edad, que en esos años representaba el 50% de la población».

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Nada menos. ¿Y a qué obedece que arraigara en Orba con mayor entusiasmo la idea de hacer las Américas? Morell cree que pudo deberse a que la primera cuadrilla de diez personas que emigraron procedía precisamente de Orba y aporta además un dato que sirve para descifrar el enigma: el hostal La Valenciana, «lugar de encuentro en Nueva York para los emigrantes de la Marina Alta», estaba regentado por el orbero Paco Sendra. ¿Resumen? «Orba se podría considerar el epicentro de esta emigración puesto que fue el causante del 'efecto llamada'», un fenómeno que por cierto se replica hoy a otra escala y contribuyen a comprender las oleadas masivas de otros éxodos llegados de las zonas más miserables del planeta que tienen a España (y la Comunitat) como destino: la Historia (con mayúsculas) es circular.

Y también lo es esta otra historia, una historia con letra minúscula que habla de los vaivenes de la vida. De la formidable audacia de quienes emprendieron aquella durísima travesía por el océano para ganarse un futuro mejor para ellos y para sus hijos, de quienes echaron raíces en Manhattan, mordisquearon la Gran Manzana y fundaron esa especie de embajada portátil de la Marina. También la de quienes luego volvieron sobre sus pasos y envejecieron a orillas del Mediterráneo sin dejar de tener presente esa aventura que transformó sus vidas, desdobladas desde entonces en ese alma bipolar, un pie en España y otro en América. Y que igualmente salpica a los protagonistas de una tercera variante, como subraya Morell. «Todavía hay descendientes de aquellos primeros emigrantes que viven en Nueva York», señala. «Entre ellos, mi hijo, Àngel Prats Morell. Igual que su bisabuelo, José Morell, también se marchó de Orba a Nueva York en busca de un mejor porvenir», según los códigos de la emigración contemporánea que lleva a tantos jóvenes valencianos a labrarse su futuro fuera de su tierra-. «La historia se repite», concluye la profesora Morell.

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Sí, habrá que insistir: la Historia es circular. Pendular, aunque la que escribe ahora su hijo tendrá poco que ver con la impresa por la generación de los pioneros. Aquel Juan Pons que fundó una pensión en el número 27 de la calle Cherry Street, junto al muelle 35, no lejos de donde nació la autora del libro. Aquel Sendra que mencionaba Morell, que acabó abriendo al norte de la isla un negocio textil que incluía enseres como «boinas, barajas o panderetas» para mantener viva la cultura de procedencia para sus paisanos valencianos. O de todos esos caballeros que posan en la foto de portada de la publicación mientras construyen el ferrocarril que une Nueva York con Canadá.

Conclusión adicional. «Mi deseo es que las historias de nuestros antepasados migrantes nos ayuden a ser más empáticos con los inmigrantes de hoy», suspira.

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