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La grada de preferencia numerada de Mestalla, célebre por su verticalidad, ofrece un aspecto rebosante de aficionados en el primer partido de la temporada 57-58, poco antes de la riada sufrida por el desbordamiento del Turia en octubre. Paco Lloret
El túnel del tiempo

Mestalla, historia viva de Valencia

El campo goza de una solera y de un prestigio incuestionable que traspasa fronteras. Conviene recordarlo en estos tiempos tan amenazantes. Ante la hipocresía, la insensibilidad, y los intereses especulativos, se erige como el último símbolo reconocible del valencianismo, un activo contra la despersonalización

Paco Lloret

Valencia

Sábado, 28 de junio 2025, 00:20

Mestalla forma parte del patrimonio de Valencia, está estrechamente unido a la ciudad y a sus gentes desde hace más de 100 años. Se merece un respeto y una consideración. Su nombre invoca tradición, pasión, y grandeza. El campo del Valencia goza de una solera y de un prestigio incuestionable que traspasa fronteras. Conviene recordarlo en estos tiempos tan amenazantes. Ante la hipocresía, la insensibilidad, y los intereses especulativos, Mestalla se erige como el último símbolo reconocible del valencianismo, un activo contra la despersonalización. Su capacidad magnética resulta asombrosa. La entidad padece la peor gestión de su historia mientras la mediocridad se extiende. La prolongada ausencia de las competiciones continentales así lo acredita. El club, condenado a soportar un período de miseria, resiste gracias al aliento de la grada, cuya potente energía es capaz de rescatar al equipo en los peores momentos. La liturgia exclusiva de Mestalla actúa como catarsis salvadora.

Inaugurado en 1923, a la par que Wembley, pocos recintos futbolísticos en el mundo pueden competir con el feudo valencianista en historia. San Siro abrió sus puertas en 1926, y Maracaná en 1950, con motivo del Mundial organizado por Brasil, el primero después de la II Guerra Mundial. Tan sólo la acusada longevidad de algunos recintos clásicos del fútbol británico, como Anfield y Old Trafford, superan en edad a Mestalla. La particularidad de su diseño, la verticalidad de su grada y la proximidad al terreno de juego distinguen al campo del Valencia generan una acústica intimidatoria. La guinda fue la majestuosa tribuna, construida a mediados de los años 50, inspirada en el fútbol inglés, que no encontró competidora en el resto de los estadios españoles.

El Valencia FC unió su crecimiento y expansión al campo que nació gracias al esfuerzo y a la generosidad de los responsables del club. En aquellos tiempos remotos, el sacrificio de los directivos por el bien de la entidad se daba por sentado. En su afán por competir con los mejores, Mestalla fue una bandera de enganche para una afición que podía presumir de un escenario que no tardó en alcanzar renombre. Dos años después de su inauguración se celebró el primer partido internacional de selecciones. Otro acontecimiento relevante sucedió en 1926, con la disputa de la primera final de Copa.

La siembra del césped y la construcción de la tribuna fueron los siguientes hitos antes de que, en 1929, Mestalla acogiera por segunda vez la disputa del título copero. La célebre final del agua tuvo lugar en una ciudad que sufría graves altercados de orden público por enfrentamientos de cariz ideológico. Por entonces, se puso en marcha la Liga, el Valencia se ganó a pulso su presencia entre los mejores y se vivieron las primeras alegrías. Al mismo tiempo, el campo fue el escenario de multitudinarias concentraciones políticas. Los mítines dejaron huella en una época de enorme agitación. Los principales líderes, desde Gil Robles a Lerroux, o «La Pasionaria», estuvieron presentes.

La Guerra Civil pasó factura. Mestalla sufrió graves desperfectos y vio desvirtuado su papel, de recinto deportivo a campamento militar. La reconstrucción del campo acompañó la irrupción del gran Valencia de los años 40. La Posguerra y la «delantera eléctrica» coincidieron en el tiempo. Los títulos conquistados gracias a un equipo legendario fueron el preámbulo del proyecto bautizado como «Gran Mestalla». Bajo la presidencia de Luis Casanova, con Cubells y Colina a su lado, los hermanos Pascual fueron los arquitectos encargados de ejecutar la obra más importante de su existencia. El resultado, impecable. Ni la riada de octubre de 1957 afectó la estructura de una obra que completó la década con la instalación del alumbrado artificial. Palabras mayores. Valencia, la nit.

Los éxitos en las competiciones europeas alegraron los primeros años 60. Mestalla era un campo que acogía al primer equipo, al poderoso filial y las sesiones de entrenamiento. Se dispuso de un campo anexo, situado tras la grada de preferencia numerada. Con Vicente Peris en la cúpula, el club recibió un impulso que se quebró de la peor manera posible y en un momento crucial, cuando la entidad y Mestalla despegaban con fuerza. A los goles de Waldo, les sucedieron los de Mario Kempes. Se apostó por la supuesta modernidad y la reforma mundialista del graderío acabó siendo una trampa mortal con efecto retardado.

El club resurgió de sus cenizas al amparo de Mestalla, arropado en su santuario por unos incondicionales que, en el cambio de siglo, volvieron a sentir el orgullo de una militancia que recuperó el sabor de la gloria. Los delirios de grandeza y la miopía de políticos y dirigentes desembocaron en un proyecto absurdo que el paso del tiempo ha desvirtuado. Mestalla siempre será eterno.

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